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Pablo Deheza
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Tras el fallo de la Corte Internacional de Justicia de La Haya en 2018, que determinó que Chile no tiene la obligación jurídica de negociar una salida soberana al mar para Bolivia, se consolidan dos certezas en la relación bilateral. Primero, el Estado boliviano no ha podido articular una estrategia renovada que le permita reencauzar la cuestión marítima después del revés jurídico. Segundo, la agenda real entre ambos países —marcada por el comercio, las dinámicas fronterizas, la integración funcional a través de corredores bioceánicos, la migración y otros temas— continúa desarrollándose más allá de la formalidad diplomática. En otras palabras, la interacción cotidiana y regional supera ampliamente los límites de la relación burocrática tradicional.
Precisamente en esta dimensión —la de los vínculos que trascienden la diplomacia formal— se enfocan varios de los 14 artículos del libro Bolivia y Chile: pensando juntos, presentado en ambos países entre octubre y noviembre de este año y resultado del XVII Encuentro Bolivia–Chile realizado en Santa Cruz de la Sierra, en UTEPSA, en 2024. Algunas de estas obras destacan cómo, en un escenario internacional donde la dinámica de la política internacional ya no es un monopolio exclusivo de los Estados, las regiones y los actores locales comienzan a construir, silenciosamente pero con firmeza, sus propios caminos de articulación transfronteriza y proyección global.
Nuestro aporte en el libro se titula Acción exterior subnacional y cooperación regional entre Santa Cruz y el norte de Chile: una dinámica geopolítica para la agenda bilateral, destacamos que Santa Cruz, por su peso demográfico, económico y productivo —resultado de décadas de expansión interna y de una fuerte vocación emprendedora— se ha consolidado como un actor ineludible tanto dentro como fuera de Bolivia. Esta proyección externa, aún en proceso de consolidación, encuentra un punto de inflexión fundamental en su relación con la Macrozona Norte de Chile, donde las dinámicas de integración y cooperación subnacional abren nuevas posibilidades para la agenda bilateral.
Históricamente, los intereses regionales cruceños demandaron mayor integración con el país —mediante ferrocarriles, corredores y carretera— y una salida al mundo por el Atlántico. Pero hoy la realidad económica continúa siendo estratégica por el Pacífico, ya que es su puerta más decisiva hacia el mundo. El puerto de Arica moviliza más del 80% de la carga marítima boliviana, y buena parte de las exportaciones cruceñas —especialmente las del complejo soya— dependen directamente de los puertos de Arica, Iquique y Antofagasta. La geografía comercial terminó por consolidar una verdad geopolítica: el norte de Chile es hoy parte de la respiración logística del modelo productivo cruceño.
Más allá de las actividades logísticas comerciales, existe un espacio mucho más profundo de construcción política. La Macrozona Norte de Chile (Tarapacá, Arica y Parinacota, Antofagasta) ha desarrollado una institucionalidad subnacional significativa: comités de frontera, unidades regionales de asuntos internacionales y participación activa en la ZICOSUR. Este último mecanismo se ha convertido en uno de los espacios más valiosos para articular agendas comunes entre Santa Cruz y las regiones del norte chileno, con proyectos que van desde innovación y energía hasta logística y desarrollo sostenible.
De esta manera, entendemos que existe algo que podemos denominar geopolítica cruceña, entendida como la proyección territorial, económica e histórica de Santa Cruz hacia su entorno sudamericano. No se trata de reemplazar los intereses estratégicos o la política exterior del Estado —que sigue siendo competencia privativa del nivel central— sino de complementarla. De hecho, en un país unitario con autonomías, la Ley 031 y la Ley 699 facultan a los gobiernos subnacionales a relacionarse internacionalmente en coordinación con el Ministerio de Relaciones Exteriores. La articulación de Santa Cruz con el norte de Chile es un caso ideal para demostrar el potencial geopolítico y las cualidades, pero también limitaciones, de este marco normativo.
En la investigación evidenciamos ciertos desafíos del lado boliviano: ausencia de datos desagregados, escasa institucionalización de la paradiplomacia (o acción exterior), limitadas capacidades técnicas en los gobiernos regionales y locales, y un contexto político nacional marcado por la incertidumbre. Sin embargo, creemos firmemente que las oportunidades superan ampliamente las debilidades. Así pues, la complementariedad entre ambas regiones es clara: por su parte, la Macrozona Norte de Chile aporta infraestructura portuaria, experiencia en logística, minería e innovación; y por su lado, Santa Cruz, dinamismo productivo, capacidad exportadora y una creciente influencia regional.
La construcción de una agenda subnacional binacional permitiría trascender la histórica rigidez de la relación Bolivia–Chile. No se trata de ignorar las tensiones heredadas o los intereses nacionales fundamentales, sino de crear un circuito de cooperación que avance a pesar del clima político nacional. Las universidades, los gobiernos regionales y locales, el sector privado y la sociedad civil pueden convertirse en protagonistas de una nueva diplomacia territorial que mire al futuro y no solo al pasado.
Identificamos un potencial enorme en proyectos conjuntos en bioceánica, integración energética, turismo, desarrollo urbano, innovación tecnológica, clima de negocios y fortalecimiento institucional. Una agenda así no solo diversificaría la relación bilateral, sino que consolidaría a Santa Cruz como un nodo estratégico del Centro-Oeste sudamericano.
Hoy, cuando las ciudades se han convertido en actores globales y la competencia por inversiones, talento e infraestructura es más intensa que nunca, Santa Cruz no puede mirar únicamente hacia adentro. La geopolítica cruceña ya existe pues está en sus datos, su historia, su visión y su posición estratégica. Lo que falta es potenciar la institucionalidad, la narrativa y la gestión.
La acción exterior subnacional no es un lujo (o capricho) académico, es una necesidad de desarrollo. Y en la relación con la Macrozona Norte de Chile, Santa Cruz tiene la oportunidad de demostrar que las regiones también pueden hacer diplomacia, tejer futuro y construir integración donde la diplomacia tradicional no ha logrado avanzar. Allí se puede potenciar una parte central de lo que entendemos por geopolítica cruceña.
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Precisamente en esta dimensión —la de los vínculos que trascienden la diplomacia formal— se enfocan varios de los 14 artículos del libro Bolivia y Chile: pensando juntos, presentado en ambos países entre octubre y noviembre de este año y resultado del XVII Encuentro Bolivia–Chile realizado en Santa Cruz de la Sierra, en UTEPSA, en 2024. Algunas de estas obras destacan cómo, en un escenario internacional donde la dinámica de la política internacional ya no es un monopolio exclusivo de los Estados, las regiones y los actores locales comienzan a construir, silenciosamente pero con firmeza, sus propios caminos de articulación transfronteriza y proyección global.
Nuestro aporte en el libro se titula Acción exterior subnacional y cooperación regional entre Santa Cruz y el norte de Chile: una dinámica geopolítica para la agenda bilateral, destacamos que Santa Cruz, por su peso demográfico, económico y productivo —resultado de décadas de expansión interna y de una fuerte vocación emprendedora— se ha consolidado como un actor ineludible tanto dentro como fuera de Bolivia. Esta proyección externa, aún en proceso de consolidación, encuentra un punto de inflexión fundamental en su relación con la Macrozona Norte de Chile, donde las dinámicas de integración y cooperación subnacional abren nuevas posibilidades para la agenda bilateral.
Históricamente, los intereses regionales cruceños demandaron mayor integración con el país —mediante ferrocarriles, corredores y carretera— y una salida al mundo por el Atlántico. Pero hoy la realidad económica continúa siendo estratégica por el Pacífico, ya que es su puerta más decisiva hacia el mundo. El puerto de Arica moviliza más del 80% de la carga marítima boliviana, y buena parte de las exportaciones cruceñas —especialmente las del complejo soya— dependen directamente de los puertos de Arica, Iquique y Antofagasta. La geografía comercial terminó por consolidar una verdad geopolítica: el norte de Chile es hoy parte de la respiración logística del modelo productivo cruceño.
Más allá de las actividades logísticas comerciales, existe un espacio mucho más profundo de construcción política. La Macrozona Norte de Chile (Tarapacá, Arica y Parinacota, Antofagasta) ha desarrollado una institucionalidad subnacional significativa: comités de frontera, unidades regionales de asuntos internacionales y participación activa en la ZICOSUR. Este último mecanismo se ha convertido en uno de los espacios más valiosos para articular agendas comunes entre Santa Cruz y las regiones del norte chileno, con proyectos que van desde innovación y energía hasta logística y desarrollo sostenible.
De esta manera, entendemos que existe algo que podemos denominar geopolítica cruceña, entendida como la proyección territorial, económica e histórica de Santa Cruz hacia su entorno sudamericano. No se trata de reemplazar los intereses estratégicos o la política exterior del Estado —que sigue siendo competencia privativa del nivel central— sino de complementarla. De hecho, en un país unitario con autonomías, la Ley 031 y la Ley 699 facultan a los gobiernos subnacionales a relacionarse internacionalmente en coordinación con el Ministerio de Relaciones Exteriores. La articulación de Santa Cruz con el norte de Chile es un caso ideal para demostrar el potencial geopolítico y las cualidades, pero también limitaciones, de este marco normativo.
En la investigación evidenciamos ciertos desafíos del lado boliviano: ausencia de datos desagregados, escasa institucionalización de la paradiplomacia (o acción exterior), limitadas capacidades técnicas en los gobiernos regionales y locales, y un contexto político nacional marcado por la incertidumbre. Sin embargo, creemos firmemente que las oportunidades superan ampliamente las debilidades. Así pues, la complementariedad entre ambas regiones es clara: por su parte, la Macrozona Norte de Chile aporta infraestructura portuaria, experiencia en logística, minería e innovación; y por su lado, Santa Cruz, dinamismo productivo, capacidad exportadora y una creciente influencia regional.
La construcción de una agenda subnacional binacional permitiría trascender la histórica rigidez de la relación Bolivia–Chile. No se trata de ignorar las tensiones heredadas o los intereses nacionales fundamentales, sino de crear un circuito de cooperación que avance a pesar del clima político nacional. Las universidades, los gobiernos regionales y locales, el sector privado y la sociedad civil pueden convertirse en protagonistas de una nueva diplomacia territorial que mire al futuro y no solo al pasado.
Identificamos un potencial enorme en proyectos conjuntos en bioceánica, integración energética, turismo, desarrollo urbano, innovación tecnológica, clima de negocios y fortalecimiento institucional. Una agenda así no solo diversificaría la relación bilateral, sino que consolidaría a Santa Cruz como un nodo estratégico del Centro-Oeste sudamericano.
Hoy, cuando las ciudades se han convertido en actores globales y la competencia por inversiones, talento e infraestructura es más intensa que nunca, Santa Cruz no puede mirar únicamente hacia adentro. La geopolítica cruceña ya existe pues está en sus datos, su historia, su visión y su posición estratégica. Lo que falta es potenciar la institucionalidad, la narrativa y la gestión.
La acción exterior subnacional no es un lujo (o capricho) académico, es una necesidad de desarrollo. Y en la relación con la Macrozona Norte de Chile, Santa Cruz tiene la oportunidad de demostrar que las regiones también pueden hacer diplomacia, tejer futuro y construir integración donde la diplomacia tradicional no ha logrado avanzar. Allí se puede potenciar una parte central de lo que entendemos por geopolítica cruceña.
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