Lo sucedido en el Codo del Diablo: Memoria, advertencia y riesgos actuales para la democracia

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Karina Fallas Flores

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Hace 77 años, Costa Rica fue escenario de uno de los episodios más oscuros de su historia republicana: los asesinatos del Codo del Diablo. En un contexto de polarización extrema tras la guerra civil de 1948, un grupo de prisioneros políticos fue ejecutado extrajudicialmente mientras se encontraba bajo custodia del Estado. Aquel crimen no solo segó vidas humanas; también dejó una herida profunda en la conciencia nacional y una advertencia que no pierde vigencia con el paso del tiempo.

El Codo del Diablo simboliza lo que ocurre cuando el odio político sustituye al Estado de derecho, cuando el adversario deja de ser visto como ciudadano y pasa a ser tratado como enemigo. En ese momento histórico, el miedo, la revancha y la intolerancia se impusieron sobre la justicia, el debido proceso y la dignidad humana. La democracia, aún frágil, fue traicionada por quienes debían protegerla.

Recordar estos hechos no es un ejercicio de nostalgia ni de confrontación estéril. Es, sobre todo, un acto de responsabilidad. Porque las condiciones que permitieron aquella tragedia —la polarización social, la deshumanización del contrario, la persecución política y el debilitamiento de las instituciones— no pertenecen únicamente al pasado.

Hoy, aunque en un contexto distinto, el clima social muestra señales preocupantes. El discurso político se ha vuelto más agresivo; la descalificación sustituye al diálogo; la sospecha y el señalamiento fácil ganan espacio frente al debate informado. En diversas latitudes, la persecución política ya no siempre adopta la forma de la violencia física, pero sí la del acoso judicial selectivo, la estigmatización pública, la censura indirecta o el silenciamiento de voces críticas.

La historia enseña que la democracia no muere de un solo golpe. Se erosiona poco a poco, cuando se normaliza el abuso de poder, cuando se justifica la intolerancia “por una buena causa”, cuando se acepta que algunos derechos pueden ser sacrificados en nombre del orden o la seguridad. Así comenzaron muchos de los episodios más trágicos del siglo XX.

Por eso, a 77 años del Codo del Diablo, el mensaje es claro: la democracia debe cuidarse y fortalecerse todos los días. No basta con elecciones periódicas; se requiere respeto irrestricto a los derechos humanos, independencia de poderes, libertad de expresión y, sobre todo, una cultura política que reconozca al adversario como parte legítima de la sociedad.

La memoria histórica no busca reabrir heridas, sino evitar que se repitan. Olvidar el Codo del Diablo sería permitir que la intolerancia vuelva a caminar sin freno. Recordarlo, en cambio, es reafirmar un compromiso colectivo: que nunca más la persecución política, el odio ni la violencia sustituyan a la ley, la justicia y la convivencia democrática.

Los poderes del Estado y sus funciones están establecidos en la Constitución Política. Todas las personas debemos respetarlos, en especial los órganos del Poder Ejecutivo, que no pueden intentar vulnerarlos. La Democracia y las Instituciones Públicas se respetan y se resguardan.

Lo ocurrido en el Codo del Diablo no puede repetirse en una sociedad libre y soberana.
Democracia sí. Dictaduras no, porque una democracia sin memoria es una democracia en riesgo.

¡SEC Junto al Pueblo!



Gilberth Díaz, presidente del SEC

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