Información deliberadamente engañosa

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Pedro Ernesto Vargas

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La desinformación, desinformation en el idioma inglés, se diferencia de la información equívoca, misinformation, del mismo inglés, por la intención. Mientras misinformation denota información engañosa sin intención, desinformation denota información deliberadamente engañosa.

El problema que presenta este siglo es la confusión sobre libertad de expresión. No hay libertad de expresión cuando se tienen que presentar las dos versiones antagónicas de una sola verdad, y en la Ciencia, de una sola verdad probada con evidencia científica. No se hace justicia al colocar en un platillo de la balanza una opinión y en el otro platillo, un hecho probado. Y si esa opinión es una que sale de oscuros vericuetos y de reconocida maledicencia, se atenta, precisamente, contra la libertad de expresión.

Como pendón de orgullo, Robert F. Kennedy Jr., el secretario de salud, hace propia la instrucción al Centro de Control de Enfermedades de Estados Unidos, para que abandone su posición de muchos años sobre que no hay ninguna prueba del rol de las vacunas en la génesis del trastorno del espectro autista, o autismo. Como nunca hubo prueba alguna de la relación causal de la vacuna contra sarampión, rubeola y paperas y el mercurio no tóxico al cerebro humano, utilizado en algunas vacunas, con el autismo, entonces ahora se va a pescar a otros océanos. Sencillo, es lo que le toca hacer a un apóstol contra las vacunas. Lo que hace RFK Jr. es desinformation.

Michael Scherer, en The Atlantic, nos recuerda que RFK Jr. le prometió al senador Bill Cassidy, durante el proceso de su confirmación como secretario de salud, no remover la afirmación “Las vacunas no causan autismo”, que se lucía en la página de la red del Centro de Control de las Enfermedades (CDC). Hace 9 días, el 19 de noviembre, el secretario actualizó la página y agregó un asterisco (*) a la frase, para agregar: “los estudios no han descartado la posibilidad de que las vacunas en la niñez contribuyan al desarrollo del autismo”. Con ello, ordena que se investigue la generación del autismo por todas las vacunas que se aplican a los niños. El argumento rebuscado es que, no habiéndose probado ninguna relación, tampoco se ha descartado que exista una relación. Algo que Cantinflas envidiaría, o una leguleyada, nada ajena a su profesión. Por ejemplo: “se necesita ciencia, la necesidad de ciencia definitiva. Y lo que tenemos es ciencia sugerente”. ¡Cuánto intestino se necesita para esta digestión!

Para este Kennedy, y otros parecidos a él, como diría Lee McIntyre, la aceptación de que los hechos son menos importantes que las emociones, es necesaria y estratégica para subordinar la realidad a la política, “para abrazar el caos”, para “pescar en río revuelto”.

El negacionismo de la ciencia nace cuando la persona de la calle, aquella con un interés ajeno a su conocimiento de la ciencia y su rígido método de trabajo, siente propio cuestionar al científico y a la data obtenida mediante un estricto proceso de probada metodología, que desconoce. Usualmente, debido al conflicto que le provoca su interés ideológico, religioso o político con los resultados y conclusiones de la ciencia, entonces señala la investigación o al investigado como parcial, cerrado a una idea preconcebida o interés, y que, aún con pruebas, no tiene todas las pruebas para aceptar una teoría que, tarde o temprano, sería destronada.

Lo cierto es que la ciencia, por su razón epistemológica, reconoce que la verdad hoy puede no serlo mañana, y es esto, precisamente, lo que la hace, desde su metodología, confiable y veraz, “algo de lo que no hay por qué avergonzarse”, dice McIntyre. Esto es difícil de asimilar para el negacionista de la ciencia, ese que no la conoce o escoge desconocerla, ignorarla, para quien es más fácil recurrir a una teoría alternativa, a una verdad alternativa. Y para divulgar su desconocimiento o su propósito de engañar, recurre a la libertad de expresión, al derecho a que se divulgue su opinión, probadamente sin evidencia, sin verdad, en la misma página donde se divulga o publica la evidencia probada. Nace así la controversia “científica”, se mercadea la duda.

Los medios son de los primeros en creer que publicar y divulgar las dos opiniones diametralmente opuestas de un desencuentro científico honra la libertad de expresión y la justicia social. Así se hizo con la industria tabacalera que escondió la verdad sobre el daño del tabaco, con la industria del fútbol americano que se resistió a reconocer el deterioro temprano de la función cerebral y la salud mental de sus jugadores más golpeados. Se hace con la industria de CO₂ y el cambio climático, con la industria de los trastornos de uso y adicciones por la nicotina, el alcohol y la marihuana, iniciadas en las tempranas edades pediátricas.

Cuando el argumento de que la existencia de una relación concluyente científicamente entre dos elementos en disputa se agota por cansancio o por imposición, entonces se recurre a argumentar que si no lo prueba, tampoco lo desprueba. El peligroso ridículo lo hacen cada semana quienes se han propuesto engañar y destruir la salud de los niños, sin fronteras ni misericordia.

El autor es médico.

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