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Pablo Deheza
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El Hemisferio Occidental vuelve a ocupar un lugar central en el debate internacional, especialmente a la luz de la nueva Estrategia de Seguridad Nacional (NSS) 2025 de Estados Unidos, que busca reafirmar la presencia de Washington en la región. La administración de Donald Trump propone un retorno explícito a una lectura dura de la Doctrina Monroe (América para los americanos), destacando la necesidad de frenar la migración masiva, reforzar la presencia militar y limitar la influencia de potencias extrahemisféricas, particularmente China y Rusia. Estas aparecen como foráneas o una amenaza a los intereses hemisféricos, mientras que los gobiernos alineados con Washington son conceptualizados como socios protegidos.
Es necesario recordar que, durante décadas, las Estrategias de Seguridad Nacional estadounidenses se presentaban como documentos técnicos que suavizaban las implicaciones políticas. En contraste, la NSS 2025 se configura como un documento que, más allá de sus dimensiones materiales, constituye un proyecto discursivo orientado a redefinir identidades, amenazas y alianzas en el Orden Internacional. Lo relevante no es únicamente la fuerza militar o económica que sustenta la doctrina, sino el modo en que las ideas y narrativas moldean la política internacional y condicionan las percepciones de actores internacionales.
En su sustrato filosófico, la NSS 2025 reafirma el principio rector del America First y los valores del movimiento MAGA (Make America Great Again); por tanto, rechaza el globalismo y se reduce el protagonismo de las instituciones multilaterales en favor de la soberanía nacional (Realismo flexible sin intervención ideológica). En este marco, se introduce lo que se podría denominar un Corolario Trump de la Doctrina Monroe, reinterpretando la tradición de 1823. En esta reinterpretación Estados Unidos se presenta como un guardián absoluto del continente americano, excluyendo a las potencias emergentes de la esfera hemisférica y aceptando su influencia solo fuera del Hemisferio Occidental. A diferencia de las administraciones pasadas, la estrategia no busca intervenciones prolongadas para transformar democracias, sino intervenciones selectivas y focalizadas (como Ucrania o Gaza) con retorno inmediato de beneficios.
En el marco de estas nuevas narrativas y redefinición de identidades que fija la NSS 2025 (que ya se advertía desde el inicio del segundo gobierno de Trump) está el significado de una Europa débil y poco relevante en la política internacional. La estrategia sitúa al viejo continente como una civilización decadente que podría perder relevancia en los próximos 20 años. La redefinición de las relaciones transatlánticas, consolidadas luego de la Segunda Guerra Mundial, cuestiona las capacidades económicas y defensivas de los Estados europeos e identifica las principales causas en la burocracia y las regulaciones impulsadas por la UE. Europa pasa de ser un socio estratégico a un actor debilitado cuya fragilidad justifica un repliegue estadounidense y una relación transatlántica más subordinada que cooperativa. Esta narrativa no solo interpreta la realidad, la produce, la legitima y orienta la acción exterior: Europa es débil e irrelevante frente a Washington, Pekín y Moscú.
En este contexto, el resto de las regiones adquiere un rol geopolítico funcional. El Indo-Pacífico fortalece alianzas con Corea del Sur, Japón y Australia; África se conceptualiza como territorio para ganancias económicas antes que para cooperación al desarrollo; y en Medio Oriente se priorizan alianzas estratégicas mientras se reduce el involucramiento prolongado en conflictos.
Retomando nuestra región, para Sudamérica, y específicamente para el Centro-Oeste sudamericano, la NSS 2025 introduce implicaciones profundas. Esta subregión —que incluye a Bolivia, Paraguay, el oeste de Brasil, el norte de Argentina y Chile, y el sur de Perú— adquiere valor estratégico no por su peso militar, sino como espacio territorial clave en las disputas por infraestructura, tránsito energético y corredores comerciales que China ha promovido bajo la Iniciativa de la Franja y la Ruta. La lectura geopolitizada de Washington reinterpreta esta zona como un «espacio bisagra» cuya orientación estratégica puede consolidar o limitar la penetración china en el corazón de Sudamérica. De este modo, la NSS 2025 asigna a la región una nueva identidad: zona de competencia civilizatoria y de contención geoeconómica, donde los gobiernos deben definirse no solo por intereses materiales, sino por afinidades normativas y discursivas con Estados Unidos o China.
La Estrategia de Seguridad Nacional 2025 no debe leerse únicamente como un plan de acción militar o diplomática. Es, ante todo, un proyecto discursivo que busca reconfigurar el Orden Internacional mediante narrativas de identidad y amenaza. Lo esencial es comprender que las ideas importan; son ellas las que legitiman la exclusión de actores (el caso de Europa), la redefinición de alianzas y la construcción de un nuevo mapa de poder. En este sentido, la NSS 2025 refleja menos una estrategia de seguridad en términos clásicos y más un intento de reafirmar la hegemonía estadounidense mediante la producción de significados que condicionan la política internacional.
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Es necesario recordar que, durante décadas, las Estrategias de Seguridad Nacional estadounidenses se presentaban como documentos técnicos que suavizaban las implicaciones políticas. En contraste, la NSS 2025 se configura como un documento que, más allá de sus dimensiones materiales, constituye un proyecto discursivo orientado a redefinir identidades, amenazas y alianzas en el Orden Internacional. Lo relevante no es únicamente la fuerza militar o económica que sustenta la doctrina, sino el modo en que las ideas y narrativas moldean la política internacional y condicionan las percepciones de actores internacionales.
En su sustrato filosófico, la NSS 2025 reafirma el principio rector del America First y los valores del movimiento MAGA (Make America Great Again); por tanto, rechaza el globalismo y se reduce el protagonismo de las instituciones multilaterales en favor de la soberanía nacional (Realismo flexible sin intervención ideológica). En este marco, se introduce lo que se podría denominar un Corolario Trump de la Doctrina Monroe, reinterpretando la tradición de 1823. En esta reinterpretación Estados Unidos se presenta como un guardián absoluto del continente americano, excluyendo a las potencias emergentes de la esfera hemisférica y aceptando su influencia solo fuera del Hemisferio Occidental. A diferencia de las administraciones pasadas, la estrategia no busca intervenciones prolongadas para transformar democracias, sino intervenciones selectivas y focalizadas (como Ucrania o Gaza) con retorno inmediato de beneficios.
En el marco de estas nuevas narrativas y redefinición de identidades que fija la NSS 2025 (que ya se advertía desde el inicio del segundo gobierno de Trump) está el significado de una Europa débil y poco relevante en la política internacional. La estrategia sitúa al viejo continente como una civilización decadente que podría perder relevancia en los próximos 20 años. La redefinición de las relaciones transatlánticas, consolidadas luego de la Segunda Guerra Mundial, cuestiona las capacidades económicas y defensivas de los Estados europeos e identifica las principales causas en la burocracia y las regulaciones impulsadas por la UE. Europa pasa de ser un socio estratégico a un actor debilitado cuya fragilidad justifica un repliegue estadounidense y una relación transatlántica más subordinada que cooperativa. Esta narrativa no solo interpreta la realidad, la produce, la legitima y orienta la acción exterior: Europa es débil e irrelevante frente a Washington, Pekín y Moscú.
En este contexto, el resto de las regiones adquiere un rol geopolítico funcional. El Indo-Pacífico fortalece alianzas con Corea del Sur, Japón y Australia; África se conceptualiza como territorio para ganancias económicas antes que para cooperación al desarrollo; y en Medio Oriente se priorizan alianzas estratégicas mientras se reduce el involucramiento prolongado en conflictos.
Retomando nuestra región, para Sudamérica, y específicamente para el Centro-Oeste sudamericano, la NSS 2025 introduce implicaciones profundas. Esta subregión —que incluye a Bolivia, Paraguay, el oeste de Brasil, el norte de Argentina y Chile, y el sur de Perú— adquiere valor estratégico no por su peso militar, sino como espacio territorial clave en las disputas por infraestructura, tránsito energético y corredores comerciales que China ha promovido bajo la Iniciativa de la Franja y la Ruta. La lectura geopolitizada de Washington reinterpreta esta zona como un «espacio bisagra» cuya orientación estratégica puede consolidar o limitar la penetración china en el corazón de Sudamérica. De este modo, la NSS 2025 asigna a la región una nueva identidad: zona de competencia civilizatoria y de contención geoeconómica, donde los gobiernos deben definirse no solo por intereses materiales, sino por afinidades normativas y discursivas con Estados Unidos o China.
La Estrategia de Seguridad Nacional 2025 no debe leerse únicamente como un plan de acción militar o diplomática. Es, ante todo, un proyecto discursivo que busca reconfigurar el Orden Internacional mediante narrativas de identidad y amenaza. Lo esencial es comprender que las ideas importan; son ellas las que legitiman la exclusión de actores (el caso de Europa), la redefinición de alianzas y la construcción de un nuevo mapa de poder. En este sentido, la NSS 2025 refleja menos una estrategia de seguridad en términos clásicos y más un intento de reafirmar la hegemonía estadounidense mediante la producción de significados que condicionan la política internacional.
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