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Gabriela Quiroz
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Desde niño me dolía mirar a otros chicos con padre y madre y esperar que los míos volvieran a juntarse. Así lo recuerda Paúl (nombre protegido), de 29 años. Su historia refleja cómo la soledad puede instalarse desde la infancia y crecer hasta convertirse en un problema de salud. La Organización Mundial de la Salud (OMS) advierte que la soledad ya es un asunto de salud pública: una de cada seis personas en el mundo la padece y se relaciona con más de 871 mil muertes al año. En Quito, hombres adolescentes y adultos reportan sentirse desconectados, pese a vivir en una ciudad hiperconectada.
En Quito, la soledad masculina no solo afecta la vida íntima de quienes la padecen. También golpea la economía familiar, la convivencia barrial y la productividad laboral. Los hombres que se aíslan tienden a perder vínculos, trabajos y proyectos de vida. El silencio emocional y la falta de redes de apoyo amplifican el riesgo de depresión, consumo de alcohol y violencia doméstica. El problema no se queda en lo privado: se convierte en un asunto colectivo que impacta a comunidades enteras.
Paúl (nombre protegido), de 29 años, recuerda que la soledad lo acompañó desde los cinco años. Creció con sus abuelos paternos y pasó gran parte de la infancia jugando solo. A los 13 años conoció el alcohol y lo convirtió en un refugio. “Prefería beber solo: la soledad me hacía sentir más tranquilo y el alcohol me ayudaba a sentirme acompañado”, relata. Durante más de una década consumió hasta 1,5 litros de licor puro al día. Perdió trabajos, amistades y salud. Hoy, tras meses de internación, intenta darle otro significado a la soledad: un espacio personal para cuidarse y organizar su vida. “La soledad no es mala por sí misma; lo malo es aprovecharla para hacer lo que sea sin límites ni consecuencias”, reflexiona.
Leonidas, de 59 años, vivió 35 años de consumo de alcohol y otras sustancias. La soledad lo empujó a dormir en la calle y comer de la basura. La vergüenza y el miedo al señalamiento me hicieron minimizar lo que me pasaba, admite. Reconoce que el alcoholismo fue su enfermedad y que el silencio masculino agravó su situación. Hoy recibe tratamiento y entiende que la adicción no distingue clase social ni género. “No se resuelve solo con medicación. Se necesita psicología, psiquiatría y terapia familiar”. Su testimonio muestra cómo el mandato de fortaleza masculina retrasa la búsqueda de ayuda y amplifica el aislamiento.
Wilman, de 37 años, enfrentó la soledad cuando sus hermanos migraron y él se quedó en Quito. “Con mis amigos me sentía acompañado, pero al llegar a casa me invadía el aislamiento”, cuenta. El alcohol y la violencia marcaron su vida. Perdió a su pareja y su empleo. Pasaba metido en la calle, con problemas, peleas y un carácter fuerte. Hoy, con apoyo psicológico y el respaldo de sus padres, trabaja en controlar la ira y los impulsos. “Ya no me siento solo. Estoy cerca de mi familia y soy más sociable”. Su historia refleja cómo la migración interna y la ruptura de redes familiares alimentan la soledad masculina.
El psicólogo Lenin Jácome, de la Secretaría de Salud del Municipio de Quito, explica que la soledad masculina no siempre se nombra como tal en los barrios. Lo que se observa es aislamiento derivado de determinantes sociales: inseguridad, precariedad económica, desempleo y ruptura de redes de apoyo.
“El trabajo, la movilidad, violencia, migración, fragmentación barrial […] son elementos que llegan a generar determinantes dentro de cómo va a estar la salud física, psicológica de una persona. Y también cómo se van a establecer las redes sociales”.
En territorio, Jácome describe escenas de hombres que se resguardan por temor a la violencia, vecinos que han perdido vínculos comunitarios y familias fragmentadas. La precariedad y la falta de empleo empujan a muchos a retraerse, sostener cargas en silencio y deteriorar su bienestar. Aunque Quito no registra los niveles de muertes violentas de provincias costeras, el “eco” de esos hechos provoca retraimiento barrial y quiebre de la vida colectiva.
La cultura machista también pesa. El mandato de fortaleza y autosuficiencia inhibe la búsqueda de ayuda. “Se ha hablado de una cultura machista en donde el hombre es el fuerte, […] el que no necesita ayuda”, explica. Esa presión social refuerza el silencio emocional y amplifica el aislamiento. A esto se suma la estigmatización de la salud mental, que dificulta el acceso temprano a atención psicológica.
El modelo productivista y capitalista agrava el problema. Según Jácome, se ha instalado la idea de que el hombre debe sostener la carga sin mostrar quiebres. “El capitalismo ha generado también una idea de hombre, de hombría, de masculinidad […] que va a impedir que justamente los hombres busquen generar una crisis o una ruptura o un quiebre”, afirma.
En este contexto, la soledad masculina aparece como efecto de factores estructurales más que como un problema individual aislado. Trabajo, movilidad, violencia y fragmentación barrial operan como determinantes sociales que debilitan las redes de apoyo y amplifican la sensación de aislamiento en los hombres de Quito.
Cada vez más hombres llegan a los servicios de salud mental en Quito. La demanda se observa en los tres niveles de atención y también en canales no formales. Los cuadros predominantes son ansiedad, depresión y trastornos mixtos ansioso–depresivos, muchas veces asociados al consumo de sustancias y con impacto directo en el círculo familiar. Esto lo confirma l responsable zonal de salud mental de la Coordinación Zonal 9 del Ministerio de Salud Pública, Alexis Gutiérrez.
Uno de los grupos más afectados son los adolescentes entre 13 y 17 años. La soledad en ellos se vincula con episodios ansiosos y depresivos que, con el tiempo, evolucionan hacia trastornos más graves. En este segmento la conducta suicida aparece como un riesgo alarmante.
El tiempo de pantalla supera las ocho horas diarias y plataformas como TikTok generan estímulos breves que producen alegrías momentáneas, pero desconectan durante largos periodos. Esa exposición digital excesiva desplaza vínculos reales y potencia el aislamiento. El entorno digital, con sobrecarga de información y retos virales peligrosos, amplifica signos de soledad.
A esto se suma la salida temprana del hogar y los embarazos adolescentes, que evidencian una madurez insuficiente en el manejo de emociones y responsabilidades.
En el grupo de 30 a 37 años se repiten frustraciones por proyectos de vida inconclusos, rupturas de pareja y redes de apoyo escasas. Muchos enfrentan uno o dos divorcios y sienten que no han logrado consolidar sus expectativas personales. La presión laboral también pesa: burnout, agotamiento y traslado del trabajo a casa convierten la vivienda en una segunda oficina y eliminan espacios personales.
Gutiérrez advierte sobre un fenómeno nuevo: el uso de inteligencia artificial como sustituto de profesionales de salud mental. Considera que reemplazar la atención clínica por herramientas digitales es un error grave que puede retrasar diagnósticos y tratamientos adecuados.
La soledad masculina en Quito se sostiene en cifras duras que revelan un problema estructural.
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¿Por qué la soledad masculina importa?
¿Por qué debes saberlo o por qué me importa?
En Quito, la soledad masculina no solo afecta la vida íntima de quienes la padecen. También golpea la economía familiar, la convivencia barrial y la productividad laboral. Los hombres que se aíslan tienden a perder vínculos, trabajos y proyectos de vida. El silencio emocional y la falta de redes de apoyo amplifican el riesgo de depresión, consumo de alcohol y violencia doméstica. El problema no se queda en lo privado: se convierte en un asunto colectivo que impacta a comunidades enteras.
Tres hombres marcados por la soledad y el aislamiento
Resignificar la soledad a la edad adulta
Paúl (nombre protegido), de 29 años, recuerda que la soledad lo acompañó desde los cinco años. Creció con sus abuelos paternos y pasó gran parte de la infancia jugando solo. A los 13 años conoció el alcohol y lo convirtió en un refugio. “Prefería beber solo: la soledad me hacía sentir más tranquilo y el alcohol me ayudaba a sentirme acompañado”, relata. Durante más de una década consumió hasta 1,5 litros de licor puro al día. Perdió trabajos, amistades y salud. Hoy, tras meses de internación, intenta darle otro significado a la soledad: un espacio personal para cuidarse y organizar su vida. “La soledad no es mala por sí misma; lo malo es aprovecharla para hacer lo que sea sin límites ni consecuencias”, reflexiona.
Leonidas: la vergüenza como silencio
Leonidas, de 59 años, vivió 35 años de consumo de alcohol y otras sustancias. La soledad lo empujó a dormir en la calle y comer de la basura. La vergüenza y el miedo al señalamiento me hicieron minimizar lo que me pasaba, admite. Reconoce que el alcoholismo fue su enfermedad y que el silencio masculino agravó su situación. Hoy recibe tratamiento y entiende que la adicción no distingue clase social ni género. “No se resuelve solo con medicación. Se necesita psicología, psiquiatría y terapia familiar”. Su testimonio muestra cómo el mandato de fortaleza masculina retrasa la búsqueda de ayuda y amplifica el aislamiento.
Wilman: aislamiento tras la migración familiar
Wilman, de 37 años, enfrentó la soledad cuando sus hermanos migraron y él se quedó en Quito. “Con mis amigos me sentía acompañado, pero al llegar a casa me invadía el aislamiento”, cuenta. El alcohol y la violencia marcaron su vida. Perdió a su pareja y su empleo. Pasaba metido en la calle, con problemas, peleas y un carácter fuerte. Hoy, con apoyo psicológico y el respaldo de sus padres, trabaja en controlar la ira y los impulsos. “Ya no me siento solo. Estoy cerca de mi familia y soy más sociable”. Su historia refleja cómo la migración interna y la ruptura de redes familiares alimentan la soledad masculina.
Lo que hay detrás de la soledad masculina
El psicólogo Lenin Jácome, de la Secretaría de Salud del Municipio de Quito, explica que la soledad masculina no siempre se nombra como tal en los barrios. Lo que se observa es aislamiento derivado de determinantes sociales: inseguridad, precariedad económica, desempleo y ruptura de redes de apoyo.
“El trabajo, la movilidad, violencia, migración, fragmentación barrial […] son elementos que llegan a generar determinantes dentro de cómo va a estar la salud física, psicológica de una persona. Y también cómo se van a establecer las redes sociales”.
En territorio, Jácome describe escenas de hombres que se resguardan por temor a la violencia, vecinos que han perdido vínculos comunitarios y familias fragmentadas. La precariedad y la falta de empleo empujan a muchos a retraerse, sostener cargas en silencio y deteriorar su bienestar. Aunque Quito no registra los niveles de muertes violentas de provincias costeras, el “eco” de esos hechos provoca retraimiento barrial y quiebre de la vida colectiva.
El machismo cobra factura
La cultura machista también pesa. El mandato de fortaleza y autosuficiencia inhibe la búsqueda de ayuda. “Se ha hablado de una cultura machista en donde el hombre es el fuerte, […] el que no necesita ayuda”, explica. Esa presión social refuerza el silencio emocional y amplifica el aislamiento. A esto se suma la estigmatización de la salud mental, que dificulta el acceso temprano a atención psicológica.
El modelo productivista y capitalista agrava el problema. Según Jácome, se ha instalado la idea de que el hombre debe sostener la carga sin mostrar quiebres. “El capitalismo ha generado también una idea de hombre, de hombría, de masculinidad […] que va a impedir que justamente los hombres busquen generar una crisis o una ruptura o un quiebre”, afirma.
En este contexto, la soledad masculina aparece como efecto de factores estructurales más que como un problema individual aislado. Trabajo, movilidad, violencia y fragmentación barrial operan como determinantes sociales que debilitan las redes de apoyo y amplifican la sensación de aislamiento en los hombres de Quito.
¿Cómo llegan los hombres hasta aquí en Quito?
Cada vez más hombres llegan a los servicios de salud mental en Quito. La demanda se observa en los tres niveles de atención y también en canales no formales. Los cuadros predominantes son ansiedad, depresión y trastornos mixtos ansioso–depresivos, muchas veces asociados al consumo de sustancias y con impacto directo en el círculo familiar. Esto lo confirma l responsable zonal de salud mental de la Coordinación Zonal 9 del Ministerio de Salud Pública, Alexis Gutiérrez.
Perfiles más afectados: el fenómeno golpea a dos grupos con fuerza
Uno de los grupos más afectados son los adolescentes entre 13 y 17 años. La soledad en ellos se vincula con episodios ansiosos y depresivos que, con el tiempo, evolucionan hacia trastornos más graves. En este segmento la conducta suicida aparece como un riesgo alarmante.
El tiempo de pantalla supera las ocho horas diarias y plataformas como TikTok generan estímulos breves que producen alegrías momentáneas, pero desconectan durante largos periodos. Esa exposición digital excesiva desplaza vínculos reales y potencia el aislamiento. El entorno digital, con sobrecarga de información y retos virales peligrosos, amplifica signos de soledad.
A esto se suma la salida temprana del hogar y los embarazos adolescentes, que evidencian una madurez insuficiente en el manejo de emociones y responsabilidades.
En el grupo de 30 a 37 años se repiten frustraciones por proyectos de vida inconclusos, rupturas de pareja y redes de apoyo escasas. Muchos enfrentan uno o dos divorcios y sienten que no han logrado consolidar sus expectativas personales. La presión laboral también pesa: burnout, agotamiento y traslado del trabajo a casa convierten la vivienda en una segunda oficina y eliminan espacios personales.
Gutiérrez advierte sobre un fenómeno nuevo: el uso de inteligencia artificial como sustituto de profesionales de salud mental. Considera que reemplazar la atención clínica por herramientas digitales es un error grave que puede retrasar diagnósticos y tratamientos adecuados.
Lo que muestran los datos
La soledad masculina en Quito se sostiene en cifras duras que revelan un problema estructural.
- 1 de cada 4 habitantes de Quito, es decir el 24,7%, considera tener algún problema de salud mental. El 80,7% reportó vivir bajo un nivel de vida estresante y un 11,9% lo calificó como extremadamente estresante, en la Encuesta Distrital de Salud Mental (2024).
- Intentos de suicidio: Entre noviembre de 2023 y mayo de 2025, el ECU 911 coordinó 1 392 emergencias relacionadas con intentos autolíticos, siendo la capital la ciudad con más alertas.
- Desempleo e informalidad: En el segundo trimestre de 2024, Quito tuvo la tasa más alta de desempleo del país: 8,2%, frente al 3,5% de Guayaquil.
- Redes sociales y aislamiento digital: El informe Estado Digital Ecuador 2024 de Mentinno revela que TikTok es la red social con mayor crecimiento en el país, con usuarios que pasan conectados más de 8 horas al día en intervalos cortos. Este patrón de consumo genera “pausas de dopamina” y desconexión prolongada de vínculos reales, según especialistas.
- Violencia e inseguridad: Aunque Quito no alcanza los niveles de muertes violentas de provincias costeras, el “eco” de esos hechos provoca retraimiento barrial y aislamiento, advierte Lenin Jácome.
Opciones de ayuda frente a la soledad masculina
- 171 opción 1: agendamiento de citas psicológicas en el centro de salud del MSP más cercano.
- 171 opción 6: intervención en crisis con psicólogos clínicos, disponible de lunes a viernes de 08:00 a 20:00 y sábados de 08:00 a 14:00.
- Articulación con el 911: derivación de llamadas sin riesgo vital, pero con riesgo en la vida hacia la línea 171–6.
- Servicios Ambulatorios Intensivos (SAI): funcionan en barrios como Guamaní, Chimbacalle, Calderón, Comité del Pueblo, Conocoto y Yaruquí. Atienden consultas individuales y grupales, con capacidad de hasta 25 pacientes por jornada.
- Hospitales de referencia: Enrique Garcés, Pablo Arturo Suárez, Docente de Calderón y el hospital especializado de Calderón cuentan con unidades de salud mental. El Centro de Atención Ambulatoria Especializado San Lázaro, otro referente en salud mental.
- Acciones comunitarias en Quito: ferias de promoción en salud mental, ruedas comunitarias, tamizaje en territorio, grupos terapéuticos y talleres sobre nuevas masculinidades.
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