Prepararse hoy para liderar mañana: el reto estratégico del 2026

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Mauricio Diaz

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La planificación estratégica no es un ritual corporativo ni un documento para cumplir con el calendario. Es la herramienta más poderosa que tiene una empresa para construir su futuro. La diferencia entre crecer y simplemente resistir suele radicar en la calidad de las decisiones que tomamos hoy, en un entorno marcado por cambios tecnológicos, sociales, económicos, políticos y ambientales. Y esa calidad depende de tres elementos fundamentales: datos, escenarios y disciplina para ejecutar.

Planificar importa porque ordena prioridades. Obliga a definir qué se hará, qué no se hará y en qué secuencia. Cuando una organización carece de un rumbo claro, cae en la trampa de lo urgente: reacciona, corre, consume energía, pero no avanza. La estrategia, en cambio, define dónde competir, cómo ganar, con qué capacidades y qué resultados serán medidos. Cuando esta lógica está bien planteada, cada área entiende su aporte, el equipo se alinea y cada inversión tiene propósito.

Las firmas globales coinciden en los principios que deberían guiar la planificación de los próximos años. McKinsey insiste en fortalecer la resiliencia del negocio y construir ventajas sostenibles, no solo metas de corto plazo. Una estrategia sólida funciona bajo distintos contextos porque se apoya en capacidades reales y en una lectura precisa del cliente. Deloitte subraya que el planeamiento por escenarios enriquece la conversación estratégica: no busca predecir un único futuro, sino preparar a la empresa para varios. PwC señala que la productividad y la rentabilidad estarán crecientemente vinculadas a la adopción inteligente de tecnología y analítica avanzada, especialmente IA aplicada a procesos, ventas y servicio. Ernst & Young destaca que integrar riesgos y oportunidades —financieros, operativos, digitales y de talento— genera organizaciones más adaptables y de crecimiento más rápido. KPMG, finalmente, propone migrar del plan estático a la estrategia dinámica: monitorear señales del mercado, revisar supuestos y ajustar antes de que sea tarde.

En este marco, una empresa que planifica con rigor debería considerar al menos cuatro ejes críticos. Primero, el cliente y el mercado: cómo evoluciona la demanda, qué valor diferencial ofrecer y qué segmentos priorizar. Segundo, el portafolio de negocios: qué líneas fortalecer, cuáles transformar y cuáles descontinuar para liberar foco y recursos. Tercero, la productividad: simplificación de procesos, digitalización y uso de datos para reducir costos, tiempos y errores. Cuarto, talento y cultura: ninguna estrategia prospera si la organización no cuenta con las capacidades y el compromiso necesarios para ejecutarla.

Aquí cobra fuerza la prospectiva estratégica. Mirar hacia adelante no es extrapolar tendencias, sino explorar futuros posibles. La prospectiva permite identificar cambios de comportamiento, tendencias emergentes y riesgos latentes, y transformarlos en escenarios. Un escenario no es una predicción, es una preparación. Contar con dos o tres escenarios plausibles para el periodo 2026-2030 permite definir decisiones clave, diseñar planes alternativos y anticipar márgenes de acción. Así, cuando el entorno cambia, la empresa no improvisa: actúa con criterio previamente diseñado. Se vuelve más ágil, más resiliente y más competitiva.

En el mundo empresarial, el futuro no se espera: se construye. Se construye cuando los datos se convierten en criterio, el criterio en decisiones y las decisiones en acciones coherentes. Planificar 2026 no consiste en adivinar lo que vendrá, sino en prepararse para elegir con claridad cuando lleguen los cambios. La ventaja competitiva será de quienes tengan la visión, la estructura y la voluntad de anticiparse.

Cecilia Peredo es subgerente de Servicios de Desarrollo Organizacional de Cainco.

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