Panamá ante Oslo: una oportunidad para proyectar liderazgo democrático

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Rodrigo Molina

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Cada 10 de diciembre, el mundo vuelve su mirada hacia Oslo para presenciar la entrega del Premio Nobel de la Paz, una ceremonia que trasciende la solemnidad diplomática y se convierte en una plataforma global para reafirmar valores, principios y causas urgentes. Este año, Panamá tiene ante sí una oportunidad excepcional para proyectarse internacionalmente como un país comprometido con la democracia, los derechos humanos y la paz hemisférica.

Ante la imposibilidad de que María Corina Machado, figura emblemática de la lucha por la recuperación democrática en Venezuela, participe libremente en la ceremonia, Panamá podría convertirse en sede de un gesto histórico: que su presidente reciba el galardón en su nombre. Un acto de esta magnitud no solo sería un reconocimiento simbólico a la resistencia democrática venezolana, sino también una afirmación del papel que el istmo panameño puede desempeñar como país garante, mediador y aliado de las causas democráticas en la región.

Además, este escenario coincide con un momento de alta sensibilidad política en Venezuela, tras las elecciones en las que Edmundo González fue proclamado por amplios sectores de la oposición y respaldado por diversas organizaciones civiles. Ante la controversia sobre la verificación de los resultados, Panamá puede transmitir un mensaje firme al destacar su compromiso con la transparencia electoral y el respeto a la voluntad ciudadana, sin perder de vista la prudencia diplomática que requiere la coyuntura regional.

La presencia del presidente panameño en Oslo abriría un espacio para reposicionar al país como algo más que su canal interoceánico. Sería la ocasión perfecta para proyectar a Panamá como un punto de encuentro democrático, un territorio seguro para el diálogo político y una voz respetada en la defensa de los derechos humanos.

Para maximizar este impacto, es indispensable preparar una comitiva sólida y estratégica. La delegación debería incluir a periodistas nacionales e internacionales para garantizar la difusión global del mensaje, reforzar la legitimidad del gesto y mostrar a Panamá como un país que abre sus procesos y posicionamientos ante la comunidad internacional. Asimismo, representantes de la sociedad civil, académicos y figuras diplomáticas contribuirían a que el acto trascienda la anécdota y se convierta en una declaración de política exterior clara y coherente.

Panamá puede —y debe— pensar en grande. Oslo ofrece un escenario global que pocos países tienen la oportunidad de aprovechar. Convertir esta ceremonia en un acto de liderazgo regional sería una decisión audaz, estratégica y profundamente alineada con los valores que el Premio Nobel de la Paz busca honrar cada año.

El autor es abogado.

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