M
Michelle Charpentier B.
Guest
Cada diciembre, además de luces y villancicos, aparece una pregunta silenciosa en muchas parejas:
¿con qué familia pasamos la Navidad este año?
Lo que debería ser una celebración termina, en algunos casos, convirtiéndose en una fuente de tensión, culpa o discusiones repetidas. No por falta de amor, sino por falta de acuerdos claros y conversaciones honestas.
La organización de la Navidad no es un tema logístico. Es un asunto emocional, relacional y profundamente simbólico.
Muchas parejas intentan “dividir” la Navidad como si se tratara de un calendario equitativo: una cena aquí, un brindis allá, un abrazo rápido en otra casa.
El problema no es la intención de ser justos.
El problema es olvidar que la Navidad no funciona como un turno, sino como una experiencia emocional.
Cuando se vive desde la obligación, la celebración pierde sentido. Y cuando se vive desde el acuerdo, gana profundidad.
En la práctica, existen dos modelos habituales:
Ambos modelos pueden funcionar.
Ambos pueden fracasar.
La diferencia no está en el formato, sino en cómo se decide y cómo se comunica.
Cuando una pareja acuerda desde el diálogo y no desde la presión familiar, se reduce el resentimiento y aumenta la sensación de equipo.
En muchas familias, la Navidad está cargada de expectativas no verbalizadas:
Estas frases rara vez se dicen en voz alta, pero se sienten.
Y cuando no se nombran, se convierten en conflictos acumulados.
La crianza emocional nos recuerda algo clave: lo que no se habla, se actúa. En silencios, en distancias o en discusiones repetidas cada diciembre.
Para las familias con niños, la pregunta va más allá de los adultos.
Los niños no recuerdan cuántas casas visitaron.
Recuerdan el clima emocional.
Una Navidad con prisas, tensiones o discusiones transmite un mensaje claro: agradar es más importante que estar en calma.
Organizarse bien también es una forma de educar en límites, acuerdos y bienestar emocional.
La Navidad no se organiza para quedar bien con todos, sino para cuidar los vínculos que sostienen a la familia.
Desde el acompañamiento familiar, hay algunos principios que ayudan:
La flexibilidad es más saludable que la rigidez, siempre que exista respeto mutuo.
La Navidad no debería ser un campo de negociación silenciosa ni una prueba de lealtades familiares.
Es una oportunidad para practicar algo más profundo: acuerdos conscientes, límites amorosos y decisiones compartidas.
No se trata de elegir entre una familia u otra.
Se trata de construir, año tras año, una forma propia de celebrar.
Y eso, aunque no siempre sea perfecto, suele ser mucho más sano.
Sigue leyendo...
¿con qué familia pasamos la Navidad este año?
Lo que debería ser una celebración termina, en algunos casos, convirtiéndose en una fuente de tensión, culpa o discusiones repetidas. No por falta de amor, sino por falta de acuerdos claros y conversaciones honestas.
La organización de la Navidad no es un tema logístico. Es un asunto emocional, relacional y profundamente simbólico.
La Navidad no se reparte, se construye
Muchas parejas intentan “dividir” la Navidad como si se tratara de un calendario equitativo: una cena aquí, un brindis allá, un abrazo rápido en otra casa.
El problema no es la intención de ser justos.
El problema es olvidar que la Navidad no funciona como un turno, sino como una experiencia emocional.
Cuando se vive desde la obligación, la celebración pierde sentido. Y cuando se vive desde el acuerdo, gana profundidad.
Juntarse o alternar no es el conflicto real
En la práctica, existen dos modelos habituales:
- Alternar cada año entre la familia de uno y otro.
- Juntarse en una sola celebración, cuando las condiciones lo permiten.
Ambos modelos pueden funcionar.
Ambos pueden fracasar.
La diferencia no está en el formato, sino en cómo se decide y cómo se comunica.
Cuando una pareja acuerda desde el diálogo y no desde la presión familiar, se reduce el resentimiento y aumenta la sensación de equipo.
El peso emocional que no se dice
En muchas familias, la Navidad está cargada de expectativas no verbalizadas:
- “Siempre venimos nosotros”.
- “Mis padres se quedan solos”.
- “En tu familia es más importante”.
- “Si no vamos, se van a molestar”.
Estas frases rara vez se dicen en voz alta, pero se sienten.
Y cuando no se nombran, se convierten en conflictos acumulados.
La crianza emocional nos recuerda algo clave: lo que no se habla, se actúa. En silencios, en distancias o en discusiones repetidas cada diciembre.
Pensar en los hijos también es educar
Para las familias con niños, la pregunta va más allá de los adultos.
Los niños no recuerdan cuántas casas visitaron.
Recuerdan el clima emocional.
Una Navidad con prisas, tensiones o discusiones transmite un mensaje claro: agradar es más importante que estar en calma.
Organizarse bien también es una forma de educar en límites, acuerdos y bienestar emocional.
La Navidad no se organiza para quedar bien con todos, sino para cuidar los vínculos que sostienen a la familia.
Claves prácticas para decidir sin culpas
Desde el acompañamiento familiar, hay algunos principios que ayudan:
- Hablarlo con tiempo, no el 24 de diciembre.
- Decidir como pareja, antes de comunicarlo a las familias.
- Evitar competir por “quién cede más”.
- Aceptar que no todos quedarán felices, y eso también es parte de la vida adulta.
- Revisar los acuerdos cada año, porque las familias cambian.
La flexibilidad es más saludable que la rigidez, siempre que exista respeto mutuo.
La Navidad no debería ser un campo de negociación silenciosa ni una prueba de lealtades familiares.
Es una oportunidad para practicar algo más profundo: acuerdos conscientes, límites amorosos y decisiones compartidas.
No se trata de elegir entre una familia u otra.
Se trata de construir, año tras año, una forma propia de celebrar.
Y eso, aunque no siempre sea perfecto, suele ser mucho más sano.
Sigue leyendo...