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Mauricio Diaz
Guest
A fines de los noventa existía una serie de libros llamada Escalofríos: escoge tu propia aventura. La historia de misterio avanzaba y, con guías específicas al pie de la página, podías ir armando tu propio relato. Un tipo de narración con la que ibas jugando a la vez, una especie de texto que cobraba la vida que querías darle. Quizás el primer encuentro de una generación con la hipernarrativa: lector y autor simultáneamente.
Hacer comunicación puede verse como jugar con historias simultáneas. Primero te familiarizas con el ambiente. Si entras en un nuevo trabajo, hay cierto placer en conocer el funcionamiento no como es realmente, sino como dicen que es. Identificar las características de cada personaje, su propio ritmo de actuar y su cadencia al hablar. Confiar en que el mundo que te están presentando es el que habitarás. Identificar posibles falencias de verosimilitud, saber en qué etapa de su propio viaje está cada quien, adaptarse a sus requerimientos para poder ser entendidos. Esto en comunicación interna y en las situaciones más pacíficas. Desde la comunicación institucional o corporativa, toca conocer a los personajes externos con mayor velocidad. Personajes secundarios que, con un revoloteo de alas, pueden pedir un giro de tuerca. Stakeholders reclamando un reencuadre.
Después de la infancia, el juego narrativo no se va. Con lecturas más maduras de Borges, Cortázar u obras del Oulipo, la adrenalina de saber que la decisión tomada al pie de página llevará a una nueva historia. Aunque la empatía y reflexión de las gruesas novelas rusas sean incomparables y necesarias en la vida, enfrentarse a los libros y las historias como objetos de juego puede ser una constante.
Ésa es la magia de hacer comunicación. La estrategia comunicacional que se planea con periodicidad es la historia en grande, el plan es el mapa completo, su desarrollo es el juego que se irá develando de a poco y con intención. Cuidar y analizar no solamente el gesto que se hizo en el escenario, sino cambiar de lente a uno más amplio, jugar con el enfoque, escoger cuán importante es el contexto en el que sucedió.
Ante grandes cambios, es clave confiar en la persona que permites que cuente la historia que quieres contar. ¿Cambios paradigmáticos? Reajuste de narrador. Ante un cambio de ideología, el narrador se debe ajustar para saber cuán presente quiere o debe estar. A ratos ceder y buscar un grado cero, otras veces permitir que el personaje sea el narrador, otras abarcar todo y no dejar espacio para el diálogo. Incluso en situaciones críticas, hay algo lúdico en contar historias.
Quien haya escrito ficción sabe que hay momentos en los que los personajes toman tal nivel de autonomía narrativa que hablan solos y el autor es solo el canal para su actuar. El rol del comunicador suele ser facilitar el medio para que el personaje se desarrolle de la manera que desea: sugerir cambios estéticos, escoger el encuadre apropiado, editar, editar y editar. Es bien sabido que el medio es el mensaje, nomás. Y en ese juego diario de escoger encuadres y ceder narrativas, vamos escribiendo, página a página, el relato colectivo de quiénes somos.
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Hacer comunicación puede verse como jugar con historias simultáneas. Primero te familiarizas con el ambiente. Si entras en un nuevo trabajo, hay cierto placer en conocer el funcionamiento no como es realmente, sino como dicen que es. Identificar las características de cada personaje, su propio ritmo de actuar y su cadencia al hablar. Confiar en que el mundo que te están presentando es el que habitarás. Identificar posibles falencias de verosimilitud, saber en qué etapa de su propio viaje está cada quien, adaptarse a sus requerimientos para poder ser entendidos. Esto en comunicación interna y en las situaciones más pacíficas. Desde la comunicación institucional o corporativa, toca conocer a los personajes externos con mayor velocidad. Personajes secundarios que, con un revoloteo de alas, pueden pedir un giro de tuerca. Stakeholders reclamando un reencuadre.
Después de la infancia, el juego narrativo no se va. Con lecturas más maduras de Borges, Cortázar u obras del Oulipo, la adrenalina de saber que la decisión tomada al pie de página llevará a una nueva historia. Aunque la empatía y reflexión de las gruesas novelas rusas sean incomparables y necesarias en la vida, enfrentarse a los libros y las historias como objetos de juego puede ser una constante.
Ésa es la magia de hacer comunicación. La estrategia comunicacional que se planea con periodicidad es la historia en grande, el plan es el mapa completo, su desarrollo es el juego que se irá develando de a poco y con intención. Cuidar y analizar no solamente el gesto que se hizo en el escenario, sino cambiar de lente a uno más amplio, jugar con el enfoque, escoger cuán importante es el contexto en el que sucedió.
Ante grandes cambios, es clave confiar en la persona que permites que cuente la historia que quieres contar. ¿Cambios paradigmáticos? Reajuste de narrador. Ante un cambio de ideología, el narrador se debe ajustar para saber cuán presente quiere o debe estar. A ratos ceder y buscar un grado cero, otras veces permitir que el personaje sea el narrador, otras abarcar todo y no dejar espacio para el diálogo. Incluso en situaciones críticas, hay algo lúdico en contar historias.
Quien haya escrito ficción sabe que hay momentos en los que los personajes toman tal nivel de autonomía narrativa que hablan solos y el autor es solo el canal para su actuar. El rol del comunicador suele ser facilitar el medio para que el personaje se desarrolle de la manera que desea: sugerir cambios estéticos, escoger el encuadre apropiado, editar, editar y editar. Es bien sabido que el medio es el mensaje, nomás. Y en ese juego diario de escoger encuadres y ceder narrativas, vamos escribiendo, página a página, el relato colectivo de quiénes somos.
Andrea Puente es jefa de Contenido en Cainco
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