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Marco Antonio Rodríguez
Guest
Hace poco murió Björk Andrésen a los 70 años. Desde los 70 del siglo XX cuando protagonizó el papel de Ladzio en el filme Muerte en Venecia de Luchino Visconti, recreación de la novela homónima de Thomas Mann, fue nombrado “el joven más bello del mundo”. En su última imagen luce cabellera y barba blancas cubriendo sus hombros y su pecho. Desaliñado. Consumido. Mediana estatura. El vientre abultado. Campera café del mismo color de sus gafas, camisa negra desabotonada, jean arrugado.
Una de sus manos –gruesa y rugosa– sujeta el borde de la portezuela de un automóvil, acentúa los años que sobrelleva. Las manos delatan el tiempo vivido. Es posible maquillar el resto del cuerpo, las manos se resisten. ¿Qué queda del adolescente más bello del mundo? Ni un solo rastro. Visconti viajó por todo el mundo buscando a quien pudiera encarnar el ideal de la belleza en su filme, hasta que lo halló.
Jamás perdonó Björn al cineasta que lo hubiera escogido para ese papel. “Me sexualizó”, dijo a los cuatro vientos. El adolescente polaco nunca conoció a su padre y su madre murió cuando tenía diez años. Sus abuelos maternos fueron fantasmas desvanecidos en su memoria, a pesar de que la abuela quiso a todo trance explotar su belleza. Luego fue a un internado.
Actor y músico, Björn jamás pudo desprenderse del karma que dejó su actuación en Muerte en Venecia. Viajó a Japón donde se convirtió en ídolo de la juventud. Sin embargo, no pudo apartarse de su fátum. “Por donde he ido, dijo en una de sus últimas entrevistas, no me piden autógrafos a mí, piden a Ladzio, el ‘niño más hermoso del mundo’, creado por ‘ese mal nacido’”, sentenció. Lo que quedó de él fue el recuerdo, acaso lo que dijo Mark Cousins en su Historia del cine: “Varias imágenes de Ladzio podrían estar en los muros del Louvre o del Vaticano”.
Muerte en Venecia de Visconti se estrenó a inicios de los 70. Movimientos significativos conmocionaban al mundo. El hippismo (revuelta contra el consumismo); los acontecimientos independentistas de África; el auge del feminismo y la liberación sexual; la protesta pacifista de Martin Luther King Jr. por los derechos civiles; la Revolución de los Claveles…
Había que encontrar otra forma de cine que concilie con sutileza y hondura lo social y lo estético. Visconti fue un lector consumado –como lo fueron los cineastas del neorrealismo italiano–, pero acaso el más cercano a la literatura. Su etapa de madurez cinematográfica se basó en novelas.
Vejez, memoria, culpa, amor, pasión idealizados. Muerte en Venecia. Gustav von Aschenbach es un músico mortificado por el debilitamiento de sus facultades creativas. Por indicación médica viaja a Venecia en busca de descanso. Instalado en el hotel la visión de un adolescente de belleza única lo trastorna. A partir de allí seguirá con su mirada, en los interiores del hotel, en la playa o lejos de ella, su apolínea hermosura. La cinta de Visconti es una sucesión intermitente de miradas entre Gustav y Ladzio, lo demás es desborde de esteticismo. Visconti reescribe la novela de Thomas Mann, no la transcribe.
La última escena muestra una playa vaciada de vida. En una brumosa lejanía Ladzio levanta su brazo. ¿Qué significa ese gesto?, nadie lo sabe, pero sí el que sigue, su mano derecha en la cintura y la otra invitando a que Gustav lo siga: ¿adónde?, a ninguna parte. A seguir un camino que tampoco se sabrá adónde lleva. Gustav desfallece y muere en manos de los socorristas.
“No debes sonreír así”, le dice el compositor a Ladzio cuando este, en un casual encuentro en la playa, sonríe. (¿Le sonríe?… ¡Quién sabe!). Pero el viejo músico está convencido de que esa sonrisa es un alarde narcisista y le increpa con voz magisteril: “¡No debes sonreír así a nadie!” y, de inmediato, apostilla: “¡Te amo!”. Exclamación confusa que puede ser entendida como un desgarro de angustia y amor imposible.
“Ver la belleza es ver la muerte”, nos dice Visconti en su película. ¿Qué es la belleza? Búsqueda. Camino. Horizonte. Toda belleza está asediada por sombras, lo único que se puede hacer es disiparlas, pero no puede. Reflexión sobre el tiempo. Dolorosa, gimiente, alusión al vertiginoso paso del tiempo. Somos victimarios y víctimas del tiempo.
Para Gustav, Ladzio es un enigma indescifrable, un ideal absoluto. En su ensoñación no percibe que la esfinge le devuelve la mirada, confirmando su corporeidad. El misterio se torna en una quemante incertidumbre. Promesa de éxtasis y miedo al desencanto.
Gustav masculla: “No, nunca más me mires así”. ¿Qué puede hacer un simple mortal con un efebo que es el ideal absoluto, sino morir?… Tiempo. Amor y muerte, las esencias del ser.
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Una de sus manos –gruesa y rugosa– sujeta el borde de la portezuela de un automóvil, acentúa los años que sobrelleva. Las manos delatan el tiempo vivido. Es posible maquillar el resto del cuerpo, las manos se resisten. ¿Qué queda del adolescente más bello del mundo? Ni un solo rastro. Visconti viajó por todo el mundo buscando a quien pudiera encarnar el ideal de la belleza en su filme, hasta que lo halló.
Jamás perdonó Björn al cineasta que lo hubiera escogido para ese papel. “Me sexualizó”, dijo a los cuatro vientos. El adolescente polaco nunca conoció a su padre y su madre murió cuando tenía diez años. Sus abuelos maternos fueron fantasmas desvanecidos en su memoria, a pesar de que la abuela quiso a todo trance explotar su belleza. Luego fue a un internado.
Actor y músico, Björn jamás pudo desprenderse del karma que dejó su actuación en Muerte en Venecia. Viajó a Japón donde se convirtió en ídolo de la juventud. Sin embargo, no pudo apartarse de su fátum. “Por donde he ido, dijo en una de sus últimas entrevistas, no me piden autógrafos a mí, piden a Ladzio, el ‘niño más hermoso del mundo’, creado por ‘ese mal nacido’”, sentenció. Lo que quedó de él fue el recuerdo, acaso lo que dijo Mark Cousins en su Historia del cine: “Varias imágenes de Ladzio podrían estar en los muros del Louvre o del Vaticano”.
“Ver la belleza es ver la muerte”
Muerte en Venecia de Visconti se estrenó a inicios de los 70. Movimientos significativos conmocionaban al mundo. El hippismo (revuelta contra el consumismo); los acontecimientos independentistas de África; el auge del feminismo y la liberación sexual; la protesta pacifista de Martin Luther King Jr. por los derechos civiles; la Revolución de los Claveles…
Había que encontrar otra forma de cine que concilie con sutileza y hondura lo social y lo estético. Visconti fue un lector consumado –como lo fueron los cineastas del neorrealismo italiano–, pero acaso el más cercano a la literatura. Su etapa de madurez cinematográfica se basó en novelas.
Vejez, memoria, culpa, amor, pasión idealizados. Muerte en Venecia. Gustav von Aschenbach es un músico mortificado por el debilitamiento de sus facultades creativas. Por indicación médica viaja a Venecia en busca de descanso. Instalado en el hotel la visión de un adolescente de belleza única lo trastorna. A partir de allí seguirá con su mirada, en los interiores del hotel, en la playa o lejos de ella, su apolínea hermosura. La cinta de Visconti es una sucesión intermitente de miradas entre Gustav y Ladzio, lo demás es desborde de esteticismo. Visconti reescribe la novela de Thomas Mann, no la transcribe.
La última escena muestra una playa vaciada de vida. En una brumosa lejanía Ladzio levanta su brazo. ¿Qué significa ese gesto?, nadie lo sabe, pero sí el que sigue, su mano derecha en la cintura y la otra invitando a que Gustav lo siga: ¿adónde?, a ninguna parte. A seguir un camino que tampoco se sabrá adónde lleva. Gustav desfallece y muere en manos de los socorristas.
“No debes sonreír así”, le dice el compositor a Ladzio cuando este, en un casual encuentro en la playa, sonríe. (¿Le sonríe?… ¡Quién sabe!). Pero el viejo músico está convencido de que esa sonrisa es un alarde narcisista y le increpa con voz magisteril: “¡No debes sonreír así a nadie!” y, de inmediato, apostilla: “¡Te amo!”. Exclamación confusa que puede ser entendida como un desgarro de angustia y amor imposible.
“Ver la belleza es ver la muerte”, nos dice Visconti en su película. ¿Qué es la belleza? Búsqueda. Camino. Horizonte. Toda belleza está asediada por sombras, lo único que se puede hacer es disiparlas, pero no puede. Reflexión sobre el tiempo. Dolorosa, gimiente, alusión al vertiginoso paso del tiempo. Somos victimarios y víctimas del tiempo.
Para Gustav, Ladzio es un enigma indescifrable, un ideal absoluto. En su ensoñación no percibe que la esfinge le devuelve la mirada, confirmando su corporeidad. El misterio se torna en una quemante incertidumbre. Promesa de éxtasis y miedo al desencanto.
Gustav masculla: “No, nunca más me mires así”. ¿Qué puede hacer un simple mortal con un efebo que es el ideal absoluto, sino morir?… Tiempo. Amor y muerte, las esencias del ser.
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