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Pluma invitada
Las raíces insospechadas del periodismo
El periodismo nació con vocación cristiana y debe retomarla.
Ana María Sánchez
28 de noviembre de 2025
|
00:00h
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Cuando hablamos de periodismo solemos pensar en salas de redacción, en titulares de última hora y en la carrera por la primicia. Sin embargo, la raíz de este oficio está mucho más atrás de la imprenta y de las universidades modernas. Nació en terrenos donde lo sagrado y lo político se cruzaban.
El 30 de noviembre es el Día del Periodista en Guatemala.
Los profetas del viejo testamento no escribían notas breves ni posteaban en plataformas digitales, pero hacían algo parecido a lo que hoy entendemos como periodismo. Denunciaban abusos, desnudaban la corrupción, recordaban que la verdad no es un adorno, sino la base de la justicia. No se conformaban con describir los hechos. Buscaban despertar conciencia colectiva y mover a la gente hacia la responsabilidad.
Más tarde, con la invención de la imprenta y la Reforma Protestante, la verdad se democratizó. El acceso a la lectura dejó de ser privilegio de élites y se volvió parte del derecho de todo ciudadano. Esa semilla germinó en la idea de que la sociedad necesita información para ser libre. Y posteriormente, cuando durante la Ilustración la libertad de expresión comenzó a entenderse como una necesidad para la vida pública, el periodismo adquirió un marco jurídico.
Con la desinformación y el ruido digital de la actualidad, el periodismo enfrenta una encrucijada. Puede convertirse en espectáculo barato que busca clics o puede recuperar su vocación más profunda. Esta consiste en servir al bien común con valentía moral, en no disfrazar la mentira de simple error y colocar al centro a los más vulnerables, educando a la ciudadanía en el ejercicio crítico de la democracia.
Las redes sociales han multiplicado la velocidad con que circula la mentira. Un rumor puede volverse viral en segundos y moldear la opinión pública sin pasar por ningún filtro de verificación. El desafío del periodismo contemporáneo es resistir esa lógica y demostrar que la verdad no necesita ser la más rápida para ser la más fuerte. Se trata de recuperar credibilidad frente a un público cansado de engaños pero todavía hambriento de claridad.
En países como Guatemala se ve lo que está en juego. Cuando la prensa se somete al poder o a la lógica del mercado, la sociedad pierde su conciencia moral. Pero cuando los periodistas asumen el riesgo de decir lo que incomoda, de incomodar a quienes gobiernan y de dar voz a quienes no la tienen, se cumple una misión que tiene siglos de historia y que conecta con una tradición de profetas, reformadores y pensadores ilustrados.
El cierre de elPeriódico y el encarcelamiento de su fundador, Jose Rubén Zamora, son un recordatorio vivo de que el precio de decir la verdad sigue siendo alto. Ese caso no es un capítulo aislado, sino una muestra de toda la región. Cuando se silencia a un periodista por investigar la corrupción, no solo pierde un medio de comunicación, sino la ciudadanía entera pierde su derecho a la verdad.
El periodismo no es solo un trabajo remunerado, es un acto de conciencia pública, una forma de testimonio ante la verdad. Recuperar esa herencia puede sonar idealista en tiempos de cinismo, pero sin ideales este oficio se marchita. Y si el periodismo pierde su raíz moral, la democracia entera se queda sin aire.
Tal vez por eso conviene recordar que en sus raíces más antiguas el oficio se parece a una vocación profética. Igual que los antiguos profetas bíblicos levantaban la voz en nombre de la justicia, hoy los periodistas deberían escribir para que la sociedad no olvide. Porque mientras existan quienes prefieran la veracidad en vez del silencio, el periodismo seguirá siendo no solo una profesión, sino un testimonio de fe en la dignidad humana.
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