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Gabriela Quiroz
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A Milena Sandoval le tomó días lograr que su dispensador de golosinas ‘hablara’ con la aplicación que programó junto a una compañera. Entre intentos fallidos y cables sueltos, la estudiante de 17 años descubrió que resolver problemas podía ser tan desafiante como emocionante. Ella es una de los 664 alumnos que, después de clases, construyen robots, aplicaciones y prototipos en los clubes de robótica que el Ministerio de Educación implementa en 26 colegios del país. Allí, donde la actividad es voluntaria y el aprendizaje se mide en pruebas, errores y perseverancia, se está gestando una nueva generación que ya no quiere solo usar tecnología: quiere crearla.
El piloto Eugenia y la Robótica llegó en un momento en que Ecuador enfrenta un doble desafío: reducir brechas de acceso a tecnología y preparar a los estudiantes para un mercado laboral donde las habilidades STEAM -ciencia, tecnología, ingeniería, artes y matemáticas- son más determinantes.
Los clubes de robótica funcionan como espacios extracurriculares en los que los estudiantes aprenden de forma práctica, con experimentación directa, resolución de problemas y trabajo colaborativo. También significa acceso a herramientas que antes eran exclusivas de instituciones privadas. Para el sistema educativo público representan un primer intento de incorporar metodologías STEAM a escala nacional.
La implementación del piloto se inició en diciembre de 2023. Es parte del eje de aprendizaje digital de la Agenda Educativa Digital 2021–2025. La meta inicial: crear 26 clubes de robótica en instituciones públicas, de los cuales 25 ya están en funcionamiento en nueve provincias -con una marcada concentración en Pichincha- y el último se completará en las próximas semanas.
Cada institución recibió seis kits de robótica educativa mBot Ranger, un sistema 3-en-1 compatible con programación gráfica y lenguajes basados en Arduino/C++. También entregaron 20 tabletas para que los estudiantes aprendan a armar y controlar los robots. Las sesiones se desarrollan en laboratorios o aulas con acceso a electricidad y conectividad, cuando es necesaria.
El Ministerio ha capacitado a 336 docentes en robótica, programación, sensorización y uso pedagógico del kit, en coordinación con la ESPE y la U. Central. Cada club tiene un docente coordinador de acompañar a los niveles básicos y avanzados.
El piloto se evaluará este diciembre para definir su sostenibilidad y establecer estándares mínimos de equipamiento y operación. En paralelo, el Ministerio está en proceso de adquirir 2 440 kits adicionales-una inversión de 505 000 dólares– con los que planea escalar a 244 clubes de robótica en todo el país.
Aunque los clubes comparten lineamientos comunes, cada institución desarrolla dinámicas propias que combinan práctica intensiva, trabajo colaborativo y experiencias reales de creación tecnológica.
En la Unidad Educativa Uyumbicho, en Quito, la docente Alejandra Fonseca coordina dos niveles. Comenzaron con niños de siete y ocho años, que trabajan con estructuras sencillas y material reciclado para comprender principios mecánicos y de diseño. El nivel avanzado, en cambio, profundiza en programación y electrónica, apoyado por estudiantes de la Central que acompañan a los adolescentes en el aprendizaje de conceptos más complejos. Para Fonseca, el propósito es claro: que los alumnos desarrollen pensamiento computacional, pensamiento crítico y habilidades de trabajo en equipo.
El docente Olger Andrade lidera el grupo avanzado. Uno de los proyectos más relevantes es la aplicación móvil creada por y para estudiantes, concebida como una herramienta interna para la comunidad educativa. La app incluye noticias, actividades académicas, comunicados y un podcast. Su desarrollo tomó cinco meses e implicó planificación, diseño de interfaz, programación y pruebas.
Uyumbicho también ha diseñado robots para competencias de fútbol robótico. Estos robots integran movilidad controlada, sensores básicos y sistemas de control. Los estudiantes trabajan estrategias de juego -ataque, defensa, posicionamiento- y ajustan peso, velocidad y estabilidad. Este proceso combina electrónica, programación, diseño mecánico y habilidades blandas como liderazgo y planificación.
En la Unidad Educativa Juan de Salinas, los estudiantes construyeron prototipos de domótica a pequeña escala, como sistemas de iluminación inteligente y automatización de espacios. Estos proyectos integran sensores, actuadores y programación básica para simular escenarios reales de control automatizado.
La experiencia de la Unidad Educativa Isabel Robalino también refleja un enfoque práctico. Su docente, Luis Sánchez, trabaja bajo una lógica de “80% práctica y 20% teoría”. Comienzan con ejercicios simples -como carros impulsados por globos- y progresan hacia el uso de los kits mBot Ranger, para luego introducir conceptos de electricidad, electrónica, lectura de planos y programación con Arduino. Los estudiantes avanzados actúan como mentores de los más nuevos, lo que facilita un aprendizaje por pares.
Son espacios donde la curiosidad dirige el aprendizaje y donde la tecnología deja de ser abstracta. Los estudiantes pueden modificar, mejorar y comprender desde dentro.
Marelyn Pila está haciendo un ascensor con material reciclado. Foto: Julio Estrella
En estos clubes, cada estudiante encuentra un desafío distinto. Para Iván Holguín, de 13 años, el reto ha sido construir un robot futbolero desde cero: diseñarlo, ajustarle el peso, programarlo en Java y corregir errores durante tres meses. El proyecto está en “fase beta”, pero lo que más valora es descubrir que puede aprender por su cuenta y crear algo funcional. “Cada competencia me da miedo, pero también me empuja a seguir”, repite.
Para Marelyn Pila, de 14 años, el aprendizaje empezó con un ascensor hecho con material reciclado. Allí aplicó matemáticas, creatividad y trabajo en equipo, mientras descubrían cómo funcionaba el mecanismo. Aunque todavía no usa sensores ni programación, siente que el club es una puerta a la carrera técnica que quiere estudiar. Su experiencia resume un fenómeno común: la robótica no solo despierta interés tecnológico, sino que refuerza capacidades esenciales como pensamiento crítico y colaboración.
Said Beltrán, también de 14 años, llegó al club sin haber tocado un cautín. Hoy puede soldar, armar robots todoterreno y leer planos electrónicos. Su avance ha sido tan rápido que ensambló un robot completo en media hora gracias a la práctica acumulada. Sueña con construir un robot humanoide, aunque sabe que requerirá tiempo y más recursos. “Antes no sabía nada. Ahora puedo reparar cosas en casa y entender cómo funcionan los circuitos”, cuenta.
Detrás del entusiasmo de estudiantes y la dedicación de docentes, los clubes de robótica enfrentan obstáculos. En Uyumbicho, el docente Olger Andrade explica que construir robots competitivos -ya sea para fútbol robótico, seguidores de línea o robot sumo- requiere materiales que no forman parte de la dotación oficial: placas electrónicas, sensores especializados, filamentos y piezas impresas en 3D. Sin una impresora 3D y con costos que pueden llegar a entre 2000 y 2500 dólares, el avance hacia prototipos más complejos depende de donaciones, autogestión o creatividad para reciclar materiales.
En la U.E. Isabel Robalino, el docente Luis Sánchez ha visto a estudiantes abandonar el club porque no pudieron cubrir los materiales necesarios para prácticas de soldadura o pequeños proyectos de ensamblaje. Aunque son insumos de bajo costo, la falta de recursos en los hogares termina condicionando la permanencia. Sánchez insiste en que el aprendizaje de electrónica y programación debería ser accesible para todos. Es una oportunidad de formación técnica inicial.
El Ministerio de Educación reconoce que, en esta fase piloto, no se entregaron equipos de soldadura, herramientas de prototipado ni insumos asociados. La dotación oficial se limitó a los kits mBot Ranger y a las tabletas, pues el objetivo inicial es que los estudiantes trabajen con sensores y módulos integrados en el robot, desarrollando competencias básicas del enfoque STEAM antes de avanzar a otros niveles.
Otro punto señalado por la cartera de Estado es la conectividad. Las instituciones participantes cuentan con acceso a Internet para actividades de programación y explica que la conectividad no es determinante en esta etapa del piloto. Los chicos se centran en la lógica interna del robot más que en el ecosistema digital completo que requieren proyectos de mayor escala.
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¿Por qué este proyecto piloto es importante para Ecuador?
El piloto Eugenia y la Robótica llegó en un momento en que Ecuador enfrenta un doble desafío: reducir brechas de acceso a tecnología y preparar a los estudiantes para un mercado laboral donde las habilidades STEAM -ciencia, tecnología, ingeniería, artes y matemáticas- son más determinantes.
Los clubes de robótica funcionan como espacios extracurriculares en los que los estudiantes aprenden de forma práctica, con experimentación directa, resolución de problemas y trabajo colaborativo. También significa acceso a herramientas que antes eran exclusivas de instituciones privadas. Para el sistema educativo público representan un primer intento de incorporar metodologías STEAM a escala nacional.
26 clubes de robótica están en nueve provincias
La implementación del piloto se inició en diciembre de 2023. Es parte del eje de aprendizaje digital de la Agenda Educativa Digital 2021–2025. La meta inicial: crear 26 clubes de robótica en instituciones públicas, de los cuales 25 ya están en funcionamiento en nueve provincias -con una marcada concentración en Pichincha- y el último se completará en las próximas semanas.
Cada institución recibió seis kits de robótica educativa mBot Ranger, un sistema 3-en-1 compatible con programación gráfica y lenguajes basados en Arduino/C++. También entregaron 20 tabletas para que los estudiantes aprendan a armar y controlar los robots. Las sesiones se desarrollan en laboratorios o aulas con acceso a electricidad y conectividad, cuando es necesaria.
El Ministerio ha capacitado a 336 docentes en robótica, programación, sensorización y uso pedagógico del kit, en coordinación con la ESPE y la U. Central. Cada club tiene un docente coordinador de acompañar a los niveles básicos y avanzados.
El piloto se evaluará este diciembre para definir su sostenibilidad y establecer estándares mínimos de equipamiento y operación. En paralelo, el Ministerio está en proceso de adquirir 2 440 kits adicionales-una inversión de 505 000 dólares– con los que planea escalar a 244 clubes de robótica en todo el país.
¿Cómo funcionan los clubes de robótica en la práctica?
Aunque los clubes comparten lineamientos comunes, cada institución desarrolla dinámicas propias que combinan práctica intensiva, trabajo colaborativo y experiencias reales de creación tecnológica.
En la Unidad Educativa Uyumbicho, en Quito, la docente Alejandra Fonseca coordina dos niveles. Comenzaron con niños de siete y ocho años, que trabajan con estructuras sencillas y material reciclado para comprender principios mecánicos y de diseño. El nivel avanzado, en cambio, profundiza en programación y electrónica, apoyado por estudiantes de la Central que acompañan a los adolescentes en el aprendizaje de conceptos más complejos. Para Fonseca, el propósito es claro: que los alumnos desarrollen pensamiento computacional, pensamiento crítico y habilidades de trabajo en equipo.
El docente Olger Andrade lidera el grupo avanzado. Uno de los proyectos más relevantes es la aplicación móvil creada por y para estudiantes, concebida como una herramienta interna para la comunidad educativa. La app incluye noticias, actividades académicas, comunicados y un podcast. Su desarrollo tomó cinco meses e implicó planificación, diseño de interfaz, programación y pruebas.
Uyumbicho también ha diseñado robots para competencias de fútbol robótico. Estos robots integran movilidad controlada, sensores básicos y sistemas de control. Los estudiantes trabajan estrategias de juego -ataque, defensa, posicionamiento- y ajustan peso, velocidad y estabilidad. Este proceso combina electrónica, programación, diseño mecánico y habilidades blandas como liderazgo y planificación.
En la Unidad Educativa Juan de Salinas, los estudiantes construyeron prototipos de domótica a pequeña escala, como sistemas de iluminación inteligente y automatización de espacios. Estos proyectos integran sensores, actuadores y programación básica para simular escenarios reales de control automatizado.
La experiencia de la Unidad Educativa Isabel Robalino también refleja un enfoque práctico. Su docente, Luis Sánchez, trabaja bajo una lógica de “80% práctica y 20% teoría”. Comienzan con ejercicios simples -como carros impulsados por globos- y progresan hacia el uso de los kits mBot Ranger, para luego introducir conceptos de electricidad, electrónica, lectura de planos y programación con Arduino. Los estudiantes avanzados actúan como mentores de los más nuevos, lo que facilita un aprendizaje por pares.
Son espacios donde la curiosidad dirige el aprendizaje y donde la tecnología deja de ser abstracta. Los estudiantes pueden modificar, mejorar y comprender desde dentro.
Marelyn Pila está haciendo un ascensor con material reciclado. Foto: Julio Estrella
Retos y aprendizajes de Iván Holguín, Marelyn Pila y Said Beltrán
En estos clubes, cada estudiante encuentra un desafío distinto. Para Iván Holguín, de 13 años, el reto ha sido construir un robot futbolero desde cero: diseñarlo, ajustarle el peso, programarlo en Java y corregir errores durante tres meses. El proyecto está en “fase beta”, pero lo que más valora es descubrir que puede aprender por su cuenta y crear algo funcional. “Cada competencia me da miedo, pero también me empuja a seguir”, repite.
Para Marelyn Pila, de 14 años, el aprendizaje empezó con un ascensor hecho con material reciclado. Allí aplicó matemáticas, creatividad y trabajo en equipo, mientras descubrían cómo funcionaba el mecanismo. Aunque todavía no usa sensores ni programación, siente que el club es una puerta a la carrera técnica que quiere estudiar. Su experiencia resume un fenómeno común: la robótica no solo despierta interés tecnológico, sino que refuerza capacidades esenciales como pensamiento crítico y colaboración.
Said Beltrán, también de 14 años, llegó al club sin haber tocado un cautín. Hoy puede soldar, armar robots todoterreno y leer planos electrónicos. Su avance ha sido tan rápido que ensambló un robot completo en media hora gracias a la práctica acumulada. Sueña con construir un robot humanoide, aunque sabe que requerirá tiempo y más recursos. “Antes no sabía nada. Ahora puedo reparar cosas en casa y entender cómo funcionan los circuitos”, cuenta.
Los desafíos que enfrentan los clubes de robótica
Detrás del entusiasmo de estudiantes y la dedicación de docentes, los clubes de robótica enfrentan obstáculos. En Uyumbicho, el docente Olger Andrade explica que construir robots competitivos -ya sea para fútbol robótico, seguidores de línea o robot sumo- requiere materiales que no forman parte de la dotación oficial: placas electrónicas, sensores especializados, filamentos y piezas impresas en 3D. Sin una impresora 3D y con costos que pueden llegar a entre 2000 y 2500 dólares, el avance hacia prototipos más complejos depende de donaciones, autogestión o creatividad para reciclar materiales.
En la U.E. Isabel Robalino, el docente Luis Sánchez ha visto a estudiantes abandonar el club porque no pudieron cubrir los materiales necesarios para prácticas de soldadura o pequeños proyectos de ensamblaje. Aunque son insumos de bajo costo, la falta de recursos en los hogares termina condicionando la permanencia. Sánchez insiste en que el aprendizaje de electrónica y programación debería ser accesible para todos. Es una oportunidad de formación técnica inicial.
El proyecto piloto no incluyó entrega de insumos adicionales
El Ministerio de Educación reconoce que, en esta fase piloto, no se entregaron equipos de soldadura, herramientas de prototipado ni insumos asociados. La dotación oficial se limitó a los kits mBot Ranger y a las tabletas, pues el objetivo inicial es que los estudiantes trabajen con sensores y módulos integrados en el robot, desarrollando competencias básicas del enfoque STEAM antes de avanzar a otros niveles.
Otro punto señalado por la cartera de Estado es la conectividad. Las instituciones participantes cuentan con acceso a Internet para actividades de programación y explica que la conectividad no es determinante en esta etapa del piloto. Los chicos se centran en la lógica interna del robot más que en el ecosistema digital completo que requieren proyectos de mayor escala.
- Enlace externo: ¿Qué es la robótica educativa?
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