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Pablo Deheza
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En plena madurez personal y artística, con un cuarto de siglo dedicado al arte pictórico, Jamir Johanson inaugura «Esplendor» en la galería de arte del hotel Los Tajibos. Se trata de una exposición que trasciende la simple exhibición de cuadros para convertirse en un testimonio vital. Las once obras de mediano y gran formato que componen la muestra son el resultado de una mirada atenta y sensible hacia el entorno natural cruceño, ese que el artista ha habitado durante 21 años y que ha moldeado su lenguaje plástico.
En conversación exclusiva con Escape, de La Razón, Johanson explica el proceso orgánico que dio origen a la exposición. «La exposición la titulé ‘Esplendor’ cuando ya reuní todos los cuadros que tenía, que había trabajado pensando en las cosas que ves, las cosas que están en tu diario caminar, las cosas que te sorprenden, que te dan vida». Esta metodología de trabajo, intuitiva y acumulativa, revela un artista que no impone conceptos preconcebidos, sino que permite que la obra dialogue con su experiencia cotidiana.
El título de la muestra no es gratuito. «‘Esplendor’ se llama así por la maravilla de la naturaleza, porque en la exposición la mayoría son cuadros de la naturaleza: flores, árboles, que es la vida», afirma el pintor. Esta celebración de lo natural se manifiesta en la presencia recurrente de especies emblemáticas del paisaje cruceño: los tajibos con su lluvia floral, los gallitos dorados que tanto cautivaron al artista a su llegada a Bolivia, y el guapurú, fruto tropical que se ha convertido en inspiración para Johanson.
«El guapurú es una fruta que se vende en el mercado y me hizo mucha sensación cómo florece. Lo relaciono mucho con la abundancia», explica. Este interés particular por el intenso color púrpura del guapurú ha llevado al artista a incorporarlo de manera innovadora en su obra, no solo como naturaleza muerta sino integrado a la figura humana en composiciones que trascienden lo meramente decorativo.
La propuesta estética de Johanson se aleja de representaciones literales para adentrarse en lo que él mismo define como «subjetivismo». «Los cuadros que yo trabajo son subjetivos. Eso quiere decir que puedes terminar de crear una obra con lo que esté dentro de tu mente, de tu cabeza, según lo que te va pasando en la vida, porque todos pensamos diferente y tenemos momentos diferentes», sostiene el artista.
Esta apertura interpretativa es fundamental en obras como aquellas donde incorpora semidesnudos femeninos junto a delicias vegetales. «He trabajado figura humana, semidesnudos, y he puesto los frutos en su cuerpo, porque tiene doble connotación, una connotación más de abundancia que de otro sentido», aclara Johanson, estableciendo así una metáfora visual que conecta la fertilidad de la naturaleza con la prosperidad y la vitalidad humana.
«El tipo de pintura que yo hago lo llamaría subjetivismo, porque necesito que la gente participe dentro de todo este contexto de mi lenguaje», enfatiza. Esta invitación a la co-creación de sentido posiciona al espectador como agente activo en la experiencia estética, quebrando la pasividad tradicional de la contemplación.
La exposición adquiere una dimensión autobiográfica cuando Johanson reflexiona sobre su significado personal. «Yo tengo ahora 50 años y creo que también estoy en un esplendor creativo», afirma. Esta conciencia de plenitud artística no es producto de la casualidad sino de un camino sostenido. «Tengo 25 años de vida artística a nivel profesional. Tengo como 20 exposiciones individuales, un currículo de exposiciones en el extranjero», rememora.
El artista reconoce que esta lectura solo se le hizo evidente al momento de inaugurar la muestra. «Analizando bien, es el esplendor de tu vida artística, de tu madurez artística, de tu vida, que también incluye tu vida familiar ya consolidada. Todo ese conjunto es ese momento mágico que creo estoy viviendo ahora». Hay en estas palabras una honestidad poco frecuente, la aceptación serena de haber alcanzado un punto de equilibrio donde experiencia, técnica y visión personal confluyen armónicamente.
En el aspecto formal, Johanson es inequívoco respecto a su medio predilecto. «Yo descubrí, por ejemplo, en el óleo que mis manos están impregnadas de óleo. Es el material que se adapta mucho a mi forma de dialogar, a mi forma de expresarme. Manejo el óleo con mucha soltura, con mucha magia», declara con evidente pasión.
Esta elección técnica no es arbitraria. El óleo, con su capacidad de mezcla, su textura cremosa y sus tiempos de secado que permiten trabajar y retrabajar, se alinea perfectamente con la gestualidad y el sentimiento que Johanson busca imprimir en cada trazo. La soltura que menciona se traduce en obras donde la materia pictórica vibra, donde el color adquiere corporeidad y la pincelada se vuelve un registro casi coreográfico del movimiento del artista frente al lienzo.
Nacido en Cajabamba, Perú, en 1973, Johanson llegó a Santa Cruz en 2004 para presentar una exposición y encontró en esta tierra algo más que un escenario para su arte: encontró un hogar. Tras 21 años de residencia en Santa Cruz, la obra de Johanson respira la identidad local, efectivamente.
Su formación en la Escuela Nacional de Bellas Artes de Lima (1991-1997) le dio las bases técnicas, pero ha sido Santa Cruz el espacio donde ha desarrollado su voz propia, donde ha consolidado ese estilo que, como él mismo afirma, «la gente puede reconocer una obra mía sin necesidad de ver la firma, porque eso se llamaría la factura que uno adquiere con los años».
En un contexto donde la profesionalización artística sigue siendo excepcional, Johanson representa un caso de éxito sostenido. «Me dedico al arte, esa es mi profesión día y noche, lo único que sé hacer. Y si vivo del arte es porque todavía estoy haciendo las cosas bien», afirma sin arrogancia, pero con la certeza de quien ha encontrado su camino.
Esta dedicación total queda plasmada en su rutina. «Mi vida está enfocada a la pintura día y noche», asevera. No se trata del romanticismo bohemio del artista sufriente sino del profesionalismo del creador que ha hecho de su oficio una forma de vida viable. Es quien va trabajando desde su propio taller con la disciplina de quien sabe que la inspiración es también sudor y constancia.
Consultado sobre su posición en el panorama de la pintura boliviana, Johanson muestra una humildad reflexiva. «Es un tema que no lo puedo manejar yo, pero yo creo que, estando activo, para mí eso es suficiente». Y agrega una reflexión que revela madurez: «el tiempo es el que califica, el tiempo dice muchas cosas».
Esta consciencia de que la valoración definitiva de una obra artística trasciende al propio creador no le impide reconocer sus logros presentes: «creo que me mantengo activo en el ámbito artístico, ya tengo una posición, tengo un estilo ya definido».
«Esplendor» propone, en última instancia, una pausa necesaria en la vorágine contemporánea. Como señala la propuesta conceptual, se trata de «detener el tiempo para apreciar aquello que, por la costumbre, suele pasar desapercibido: el matiz de una flor, la textura de una fruta o la luz del cielo». En un mundo saturado de estímulos digitales, Johanson ofrece el anacronismo radical de la pintura al óleo. Esa técnica centenaria que exige tiempo tanto en su ejecución como en su apreciación.
La exposición, que se presenta en la galería de arte de Los Tajibos —un espacio de referencia para el arte cruceño desde 1976—, estará disponible durante este mes, confirmando el compromiso del hotel con la difusión del talento local e internacional.
Jamir Johanson, con sus manos «impregnadas de óleo» y su mirada atenta al esplendor cotidiano, nos recuerda que el arte, en su mejor expresión, no es evasión de la realidad sino intensificación de la misma, revelación de aquello que siempre estuvo ahí, esperando ser visto con ojos nuevos.
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En conversación exclusiva con Escape, de La Razón, Johanson explica el proceso orgánico que dio origen a la exposición. «La exposición la titulé ‘Esplendor’ cuando ya reuní todos los cuadros que tenía, que había trabajado pensando en las cosas que ves, las cosas que están en tu diario caminar, las cosas que te sorprenden, que te dan vida». Esta metodología de trabajo, intuitiva y acumulativa, revela un artista que no impone conceptos preconcebidos, sino que permite que la obra dialogue con su experiencia cotidiana.
La naturaleza protagonista
El título de la muestra no es gratuito. «‘Esplendor’ se llama así por la maravilla de la naturaleza, porque en la exposición la mayoría son cuadros de la naturaleza: flores, árboles, que es la vida», afirma el pintor. Esta celebración de lo natural se manifiesta en la presencia recurrente de especies emblemáticas del paisaje cruceño: los tajibos con su lluvia floral, los gallitos dorados que tanto cautivaron al artista a su llegada a Bolivia, y el guapurú, fruto tropical que se ha convertido en inspiración para Johanson.
«El guapurú es una fruta que se vende en el mercado y me hizo mucha sensación cómo florece. Lo relaciono mucho con la abundancia», explica. Este interés particular por el intenso color púrpura del guapurú ha llevado al artista a incorporarlo de manera innovadora en su obra, no solo como naturaleza muerta sino integrado a la figura humana en composiciones que trascienden lo meramente decorativo.
Subjetivismo y participación del espectador
La propuesta estética de Johanson se aleja de representaciones literales para adentrarse en lo que él mismo define como «subjetivismo». «Los cuadros que yo trabajo son subjetivos. Eso quiere decir que puedes terminar de crear una obra con lo que esté dentro de tu mente, de tu cabeza, según lo que te va pasando en la vida, porque todos pensamos diferente y tenemos momentos diferentes», sostiene el artista.
Esta apertura interpretativa es fundamental en obras como aquellas donde incorpora semidesnudos femeninos junto a delicias vegetales. «He trabajado figura humana, semidesnudos, y he puesto los frutos en su cuerpo, porque tiene doble connotación, una connotación más de abundancia que de otro sentido», aclara Johanson, estableciendo así una metáfora visual que conecta la fertilidad de la naturaleza con la prosperidad y la vitalidad humana.
«El tipo de pintura que yo hago lo llamaría subjetivismo, porque necesito que la gente participe dentro de todo este contexto de mi lenguaje», enfatiza. Esta invitación a la co-creación de sentido posiciona al espectador como agente activo en la experiencia estética, quebrando la pasividad tradicional de la contemplación.
El esplendor de la madurez
La exposición adquiere una dimensión autobiográfica cuando Johanson reflexiona sobre su significado personal. «Yo tengo ahora 50 años y creo que también estoy en un esplendor creativo», afirma. Esta conciencia de plenitud artística no es producto de la casualidad sino de un camino sostenido. «Tengo 25 años de vida artística a nivel profesional. Tengo como 20 exposiciones individuales, un currículo de exposiciones en el extranjero», rememora.
El artista reconoce que esta lectura solo se le hizo evidente al momento de inaugurar la muestra. «Analizando bien, es el esplendor de tu vida artística, de tu madurez artística, de tu vida, que también incluye tu vida familiar ya consolidada. Todo ese conjunto es ese momento mágico que creo estoy viviendo ahora». Hay en estas palabras una honestidad poco frecuente, la aceptación serena de haber alcanzado un punto de equilibrio donde experiencia, técnica y visión personal confluyen armónicamente.
La técnica del óleo como identidad
En el aspecto formal, Johanson es inequívoco respecto a su medio predilecto. «Yo descubrí, por ejemplo, en el óleo que mis manos están impregnadas de óleo. Es el material que se adapta mucho a mi forma de dialogar, a mi forma de expresarme. Manejo el óleo con mucha soltura, con mucha magia», declara con evidente pasión.
Esta elección técnica no es arbitraria. El óleo, con su capacidad de mezcla, su textura cremosa y sus tiempos de secado que permiten trabajar y retrabajar, se alinea perfectamente con la gestualidad y el sentimiento que Johanson busca imprimir en cada trazo. La soltura que menciona se traduce en obras donde la materia pictórica vibra, donde el color adquiere corporeidad y la pincelada se vuelve un registro casi coreográfico del movimiento del artista frente al lienzo.
Arraigo y pertenencia
Nacido en Cajabamba, Perú, en 1973, Johanson llegó a Santa Cruz en 2004 para presentar una exposición y encontró en esta tierra algo más que un escenario para su arte: encontró un hogar. Tras 21 años de residencia en Santa Cruz, la obra de Johanson respira la identidad local, efectivamente.
Su formación en la Escuela Nacional de Bellas Artes de Lima (1991-1997) le dio las bases técnicas, pero ha sido Santa Cruz el espacio donde ha desarrollado su voz propia, donde ha consolidado ese estilo que, como él mismo afirma, «la gente puede reconocer una obra mía sin necesidad de ver la firma, porque eso se llamaría la factura que uno adquiere con los años».
Vivir del arte
En un contexto donde la profesionalización artística sigue siendo excepcional, Johanson representa un caso de éxito sostenido. «Me dedico al arte, esa es mi profesión día y noche, lo único que sé hacer. Y si vivo del arte es porque todavía estoy haciendo las cosas bien», afirma sin arrogancia, pero con la certeza de quien ha encontrado su camino.
Esta dedicación total queda plasmada en su rutina. «Mi vida está enfocada a la pintura día y noche», asevera. No se trata del romanticismo bohemio del artista sufriente sino del profesionalismo del creador que ha hecho de su oficio una forma de vida viable. Es quien va trabajando desde su propio taller con la disciplina de quien sabe que la inspiración es también sudor y constancia.
Humildad ante el tiempo
Consultado sobre su posición en el panorama de la pintura boliviana, Johanson muestra una humildad reflexiva. «Es un tema que no lo puedo manejar yo, pero yo creo que, estando activo, para mí eso es suficiente». Y agrega una reflexión que revela madurez: «el tiempo es el que califica, el tiempo dice muchas cosas».
Esta consciencia de que la valoración definitiva de una obra artística trasciende al propio creador no le impide reconocer sus logros presentes: «creo que me mantengo activo en el ámbito artístico, ya tengo una posición, tengo un estilo ya definido».
Una invitación a la contemplación
«Esplendor» propone, en última instancia, una pausa necesaria en la vorágine contemporánea. Como señala la propuesta conceptual, se trata de «detener el tiempo para apreciar aquello que, por la costumbre, suele pasar desapercibido: el matiz de una flor, la textura de una fruta o la luz del cielo». En un mundo saturado de estímulos digitales, Johanson ofrece el anacronismo radical de la pintura al óleo. Esa técnica centenaria que exige tiempo tanto en su ejecución como en su apreciación.
La exposición, que se presenta en la galería de arte de Los Tajibos —un espacio de referencia para el arte cruceño desde 1976—, estará disponible durante este mes, confirmando el compromiso del hotel con la difusión del talento local e internacional.
Jamir Johanson, con sus manos «impregnadas de óleo» y su mirada atenta al esplendor cotidiano, nos recuerda que el arte, en su mejor expresión, no es evasión de la realidad sino intensificación de la misma, revelación de aquello que siempre estuvo ahí, esperando ser visto con ojos nuevos.
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