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Marco Antonio Rodríguez
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El discípulo y amigo más cercano de Gustav Klimt (Austria, 1862-1918), Egon Schiele, le endilgó el sobrenombre de Monje Loco. El artista usaba túnicas y sandalias como única vestimenta, salvo cuando tenía que asistir a actos sociales imprescindibles. Retraído y huraño. Excéntrico y solitario, desdeñaba reuniones sociales, incluidas las de sus compañeros de oficio; amaba a los gatos y vivía con una colonia de ellos.
En varias fotografías Klimt aparece con una mirada extraviada, pelo y barba desaliñados, casi un lunático enclaustrado. A su muerte dejó una considerable herencia que atrajo a 14 presuntos hijos suyos, aunque solo cuatro demostraron su filiación. No obstante, como señala su biógrafa Susanna Partsch, la figura central de su vida fue Emilie Flöge, compañera hasta su muerte, destacada diseñadora y musa, a quien Klimt retrató luciendo sus propias creaciones.
Su padre, grabador en oro, lo obnubiló con el material de su trabajo, y no es desatinado pensar que su época dorada se gestó en esa matriz. El oficio del padre migrante no abastecía las necesidades familiares, por lo que la familia creció en un entorno de carencias.
Klimt estudió en la Escuela de Artes y Oficios de Viena. Con un hermano y un amigo, fundó la Compañía de Artistas. Consagrado por su muralismo y techos decorados –temática historicista y alegorías mitológicas, resueltos con maestría–, fue contratado para decorar el cielorraso del Aula Magna de la Universidad de Viena.
Su obra –tres óleos de contenido erótico– fue calificada de pornográfica y el contrato rescindido. Klimt se vio conminado a devolver 30 000 coronas y a amenazar armado de una escopeta a sus contratistas para que le devolvieran uno de los óleos.
El artista encabezó un grupo de pintores que promovieron la Secesión de Viena. Como toda corriente rupturista, los jóvenes rebeldes resolvieron ultimar el pasado. Cuando ocurrió la invasión nazi las telas de Klimt fueron incineradas por la SS.
Octavio Paz define al erotismo y la sexualidad como “Reinos sin fronteras o con fronteras indecisas, cambiantes, en perpetua comunicación y mutua interpenetración, sin jamás fundirse enteramente”. Ámbitos, en esencia, separados por una línea inasible. Klimt transmutó su estilo. Demolió la rigidez del arte academicista y removió los pilares del moralismo conservador. Obra simbolista que aborda la eroticidad humana, sin llegar a la sexualidad desenfada de Schiele.
Nuda Verita, 1899. Una mujer de hermoso pelo rojizo, desnuda y desafiante, porta en una mano el espejo de la verdad, sobre este, versos de Schiller que devienen manifiesto del arte simbolista de Klimt y su grupo secesionista: “Si no puedes complacer a todos con tus acciones y tu arte, complace a unos pocos. Complacer a muchos es malo”.
El erotismo de Klimt difiere del de Schiele. Klimt envuelve su arte con ajuares de oro y colores que dan la sensación de ser también metales preciosos; en tanto que Schiele afrenta, flagela, reseca sus personajes y pinta autorretratos hasta su muerte.
Klimt repudió retratarse: “Nunca he pintado un autorretrato. Me interesa menos yo mismo como sujeto de una pintura que otras personas”… Schiele rastrea en los extremos de su ser y de los demás, Klimt prefiere vaciarlos de sus modelos.
¿El oro que usa el artista fue un señuelo para seducir al espectador, azar, aventura, ensayo? No solo fue el oro el elemento que implantó Klimt en su arte, sino la sensualidad, transfigurando la imagen femenina en divisa de su pintura.
Formas que evocan la belleza intemporal. El beso, 1908: una pareja amalgamada por el amor. Pan de oro y colores relampagueantes, arqueos y torsiones esmaltados que revelan alusiones bizantinas. Pasión y entrega de los amantes.
Tres edades de la mujer, 1905. Homenaje a la belleza de la mujer –signo perpetuo de su Serie dorada– y desvelamiento del paso del tiempo ante el cual todos sucumbimos. Una mujer joven abraza a su hija: niñez y juventud: lozanía y frescura, amor y ternura; al frente, una anciana cubre su rostro con su mano, disimulando el raudal de arrugas de su cuerpo y su rostro, osamenta muriente roída por el tiempo vivido.
“No tengo nada de especial –confesó Klimt–, soy un pintor que pinta día tras día, de la mañana a la noche”… Pienso en lo de Heidegger: “El artista es el origen de la obra. La obra es el origen del artista. El origen de la obra de arte y del artista es el arte”.
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En varias fotografías Klimt aparece con una mirada extraviada, pelo y barba desaliñados, casi un lunático enclaustrado. A su muerte dejó una considerable herencia que atrajo a 14 presuntos hijos suyos, aunque solo cuatro demostraron su filiación. No obstante, como señala su biógrafa Susanna Partsch, la figura central de su vida fue Emilie Flöge, compañera hasta su muerte, destacada diseñadora y musa, a quien Klimt retrató luciendo sus propias creaciones.
El oro es fugaz, el arte permanece
Su padre, grabador en oro, lo obnubiló con el material de su trabajo, y no es desatinado pensar que su época dorada se gestó en esa matriz. El oficio del padre migrante no abastecía las necesidades familiares, por lo que la familia creció en un entorno de carencias.
Klimt estudió en la Escuela de Artes y Oficios de Viena. Con un hermano y un amigo, fundó la Compañía de Artistas. Consagrado por su muralismo y techos decorados –temática historicista y alegorías mitológicas, resueltos con maestría–, fue contratado para decorar el cielorraso del Aula Magna de la Universidad de Viena.
Su obra –tres óleos de contenido erótico– fue calificada de pornográfica y el contrato rescindido. Klimt se vio conminado a devolver 30 000 coronas y a amenazar armado de una escopeta a sus contratistas para que le devolvieran uno de los óleos.
El artista encabezó un grupo de pintores que promovieron la Secesión de Viena. Como toda corriente rupturista, los jóvenes rebeldes resolvieron ultimar el pasado. Cuando ocurrió la invasión nazi las telas de Klimt fueron incineradas por la SS.
Octavio Paz define al erotismo y la sexualidad como “Reinos sin fronteras o con fronteras indecisas, cambiantes, en perpetua comunicación y mutua interpenetración, sin jamás fundirse enteramente”. Ámbitos, en esencia, separados por una línea inasible. Klimt transmutó su estilo. Demolió la rigidez del arte academicista y removió los pilares del moralismo conservador. Obra simbolista que aborda la eroticidad humana, sin llegar a la sexualidad desenfada de Schiele.
Nuda Verita, 1899. Una mujer de hermoso pelo rojizo, desnuda y desafiante, porta en una mano el espejo de la verdad, sobre este, versos de Schiller que devienen manifiesto del arte simbolista de Klimt y su grupo secesionista: “Si no puedes complacer a todos con tus acciones y tu arte, complace a unos pocos. Complacer a muchos es malo”.
El erotismo de Klimt difiere del de Schiele. Klimt envuelve su arte con ajuares de oro y colores que dan la sensación de ser también metales preciosos; en tanto que Schiele afrenta, flagela, reseca sus personajes y pinta autorretratos hasta su muerte.
Klimt repudió retratarse: “Nunca he pintado un autorretrato. Me interesa menos yo mismo como sujeto de una pintura que otras personas”… Schiele rastrea en los extremos de su ser y de los demás, Klimt prefiere vaciarlos de sus modelos.
¿El oro que usa el artista fue un señuelo para seducir al espectador, azar, aventura, ensayo? No solo fue el oro el elemento que implantó Klimt en su arte, sino la sensualidad, transfigurando la imagen femenina en divisa de su pintura.
Formas que evocan la belleza intemporal. El beso, 1908: una pareja amalgamada por el amor. Pan de oro y colores relampagueantes, arqueos y torsiones esmaltados que revelan alusiones bizantinas. Pasión y entrega de los amantes.
Tres edades de la mujer, 1905. Homenaje a la belleza de la mujer –signo perpetuo de su Serie dorada– y desvelamiento del paso del tiempo ante el cual todos sucumbimos. Una mujer joven abraza a su hija: niñez y juventud: lozanía y frescura, amor y ternura; al frente, una anciana cubre su rostro con su mano, disimulando el raudal de arrugas de su cuerpo y su rostro, osamenta muriente roída por el tiempo vivido.
“No tengo nada de especial –confesó Klimt–, soy un pintor que pinta día tras día, de la mañana a la noche”… Pienso en lo de Heidegger: “El artista es el origen de la obra. La obra es el origen del artista. El origen de la obra de arte y del artista es el arte”.
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