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Rodolfo Aliaga
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La prensa desgrana sus titulares: cincuenta jucus asaltan un ingenio, en una movilidad cargan varias bolsas de mineral concentrado de plata y huyen, dejan magullado al sereno quien no pudo hacer nada. Jucus, en una bocamina de la mina de Porco, despojan del mineral concentrado de la cooperativa, asesinan al sereno y en la disputa sale herido uno de los jucus. Menor de 15 años es aprehendido en interior mina de Huanuni, en un área donde sólo se permite la presencia de trabajadores regulares: si bien son claras las intenciones de robo de mineral, al no encontrar indicios de ello, es imputado de allanamiento. Este año suman 112 los muertos de trabajadores mineros por accidentes de trabajo en las cooperativas que trabajan en el Cerro Rico de Potosí; los accidentes se deben a operaciones en áreas de alto riesgo y en general las víctimas son comunarios agrícolas que poco conocen de la actividad minera, contratados por socios cooperativistas; de los muertos, diez son menores de edad y seis, mujeres. Tres uniformados son acusados de secuestro y extorsión en contra de dos ciudadanos que comercializaban oro. Es allanada y asaltada una vivienda en El Alto por encapuchados, para despojar medio millón de bolivianos a los propietarios que se dedican a la compra y venta de oro. Decomisan 22 kilos de oro en lingotes en Paraguay y sospechan que proviene de Bolivia o Argentina. Trabajador minero es asesinado a golpes por ladrones de mineral en el Cerro Rico de Potosí, durante un asalto para robarle su carga.
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Tierra de Nadie: minería ilegal en Guanay avanza sobre tierras de cultivo y hay tráfico de tierras. Se denuncia la actividad ilegal en propiedad de campesinos, quienes no fueron consultados sobre esta actividad y son presionados para la venta de sus parcelas agrícolas. La ciudad de Teoponte está en vías de desaparecer por el desvío de las aguas del rio, que se colmató por el desmoronamiento de las laderas y entró a la ciudad. El rio Pilcomayo ya no fluye como antes, los desmontes aumentan cada día para viabilizar la ganadería, la minería sigue contaminando sus aguas y las petroleras hacen caminos, dañando sus orillas.
Cuando era niño, el cine estaba colmado de las películas del Far West norteamericano: la invasión avanzaba, exterminando indios, los colonos se apoderaban de tierras, tras de ellos avanzaba la línea del tren, los mineros del oro cuidaban sus pertenencias con un enorme arsenal, el Sheriff era un héroe solitario buscando imponer la ley, el juego y el alcohol era el camino para desahogarse de la vida tensa que llevaban, las mujeres eran heroínas en ese infierno, cuidando a los hijos y tomando las armas. Todos buscaban tener algo para ratificar su identidad, el espacio estaba abierto y la construcción a voluntad. Eran tiempos de la conquista, de dominar el territorio y asentar una nación.
La comparación se hace obvia. Un pueblo sin ley, donde domina la fuerza, la coerción basada en el juego de las necesidades de la gente, de la transgresión de las conquistas sociales, de la igualdad y los cuidados del medio ambiente. Como si no supiéramos qué queremos, dejando que se imponga la urgencia de la necesidad o la oportunidad que debemos aprovechar, como la última de nuestra vida. Así todos queremos ser capitalistas, sabiendo que su filosofía no es sino la explotación del hombre por el hombre, aunque sean familiares, aunque se deprede la naturaleza, viole las normas y leyes que me perjudiquen, use el Estado para lo que me convenga y en su caso me proteja.
La prédica neoliberal de libertad de mercado, incluida la fuerza laboral, el capitalismo de estado para propiciar emprendimientos empresariales desde el Estado, tiene una misma raíz: el acumular para sí, mi empresa; así se pedirá libertad de exportación, sin la obligatoriedad de traer las divisas, de liberar de impuestos a los bienes de capital, de mantener la subvención de los hidrocarburos, contar con una agricultura sin campesinos, mantener un dólar barato, a costa de las empresas estatales. Yo acumulo y sálvese quien pueda. Es hora de pensar en el verdadero cambio, en el cambio de valores en función de un modelo económico que rearticule el tejido productivo de la sociedad con la participación de todos y todas.
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Cuando era niño, el cine estaba colmado de las películas del Far West norteamericano: la invasión avanzaba, exterminando indios, los colonos se apoderaban de tierras, tras de ellos avanzaba la línea del tren, los mineros del oro cuidaban sus pertenencias con un enorme arsenal, el Sheriff era un héroe solitario buscando imponer la ley, el juego y el alcohol era el camino para desahogarse de la vida tensa que llevaban, las mujeres eran heroínas en ese infierno, cuidando a los hijos y tomando las armas. Todos buscaban tener algo para ratificar su identidad, el espacio estaba abierto y la construcción a voluntad. Eran tiempos de la conquista, de dominar el territorio y asentar una nación.
La comparación se hace obvia. Un pueblo sin ley, donde domina la fuerza, la coerción basada en el juego de las necesidades de la gente, de la transgresión de las conquistas sociales, de la igualdad y los cuidados del medio ambiente. Como si no supiéramos qué queremos, dejando que se imponga la urgencia de la necesidad o la oportunidad que debemos aprovechar, como la última de nuestra vida. Así todos queremos ser capitalistas, sabiendo que su filosofía no es sino la explotación del hombre por el hombre, aunque sean familiares, aunque se deprede la naturaleza, viole las normas y leyes que me perjudiquen, use el Estado para lo que me convenga y en su caso me proteja.
La prédica neoliberal de libertad de mercado, incluida la fuerza laboral, el capitalismo de estado para propiciar emprendimientos empresariales desde el Estado, tiene una misma raíz: el acumular para sí, mi empresa; así se pedirá libertad de exportación, sin la obligatoriedad de traer las divisas, de liberar de impuestos a los bienes de capital, de mantener la subvención de los hidrocarburos, contar con una agricultura sin campesinos, mantener un dólar barato, a costa de las empresas estatales. Yo acumulo y sálvese quien pueda. Es hora de pensar en el verdadero cambio, en el cambio de valores en función de un modelo económico que rearticule el tejido productivo de la sociedad con la participación de todos y todas.
(*) José Pimentel Castillo fue dirigente sindical minero
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