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Pluma invitada
El presupuesto de la vergüenza
Es fácil ser generoso con dinero ajeno.
Eduardo Girón
29 de noviembre de 2025
|
00:02h
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Esta semana, Guatemala fue testigo de una de las maniobras políticas más descaradas de los últimos tiempos, la aprobación, de madrugada, entre acuerdos en lo oscuro y pactos de conveniencia, de un presupuesto que no solo es sobredimensionado, sino que está diseñado para alimentar redes clientelares, en lugar de construir el futuro que merecemos.
El Congreso aprobó el Presupuesto General de la Nación 2026 con una facilidad sospechosa, casi festiva, como quien reparte un botín. Lo hicieron cuando el país duerme, porque ese ha sido siempre el horario preferido de quienes no actúan con transparencia. Y lo que aprobaron no es un instrumento técnico, es un asalto legalizado.
Nos dicen que el techo es de Q163 mil 469 millones, pero todos los expertos serios coinciden en que, con ampliaciones ya pactadas y arrastres automáticos, el monto real puede superar los Q170 mil millones. Y ese dinero no lo generan los diputados, sale de los bolsillos de los guatemaltecos, de las generaciones presentes y futuras. Pero lo más indignante no es la cifra, es el destino real de esos fondos. Mientras las escuelas se caen, los hospitales sobreviven a punta de milagros y las carreteras parecen zonas de guerra, el Congreso infló, de manera vergonzosa, los fondos destinados a Codedes y ONG afines. Solo los Codedes recibirán cerca de Q17,000 millones, a pesar de su histórica baja ejecución.
Estos montos no aparecen por casualidad. Es la gasolina que alimenta las maquinarias políticas que dominan el país. Es la herramienta con la que se compran lealtades, se financian campañas futuras y se castiga a quienes no se alinean con los pactos. Y todo esto mientras se recorta y se ignora lo que verdaderamente necesita Guatemala. El presupuesto 2026 destina dos terceras partes a funcionamiento: sueldos, burocracia, gastos corrientes. Apenas un 21% se dirige a inversión, y solo en papel, porque todos sabemos que buena parte de esa “inversión” se desperdicia entre sobrecostos, contratistas fantasmas y proyectos inconclusos. ¿Cómo puede un país pensar en desarrollo, si la mayor parte de sus recursos no se invierte, sino que se consume?
Pero lo más indignante no es la cifra, es el destino real de esos fondos.
Para completar el absurdo, se financiará este monstruo con más deuda. Más bonos, más préstamos, más compromisos que no veremos transformados en desarrollo real. Es fácil ser generoso con dinero ajeno. Es fácil aprobar un presupuesto gigante cuando serán otros, nuestros hijos y nuestros nietos, quienes pagarán la cuenta.
Lo que vivimos esta semana no es un error técnico. Es un diseño político perverso. Los diputados usaron mociones privilegiadas, alteraron agendas, discutieron de madrugada y aprobaron sin debate real uno de los presupuestos más peligrosos de las últimas décadas. Lo hicieron porque lo que buscaban no era el bienestar del país, sino asegurar recursos antes de un año preelectoral. Porque entienden que controlar el dinero es controlar el territorio. Y que controlar el territorio es garantizar poder. Pero lo que no entienden es que el país ya está cansado. Cansado de pactos bajo la mesa, cansado de ver a los políticos con los bolsillos llenos, pero hospitales vacíos, carreteras destruidas y salones de clase en precarias condiciones. Guatemala está cansada de que la única ingeniería que dominen nuestros políticos sea la ingeniería de la corrupción.
Este presupuesto es un espejo. Y lo que refleja es la arrogancia de una clase política que nos subestima como ciudadanos. Nos cree distraídos, nos cree ignorantes, nos cree indiferentes o nos cree resignados. Pero Guatemala no es eso. Guatemala es la gente que se levanta temprano todos los días a trabajar, que paga impuestos, aunque duela, que quiere un país digno para sus hijos. La verdadera Guatemala no es el pacto de corruptos, es la gente que vive y trabaja por un mejor país.
Colegas, amigos, jóvenes, guatemaltecos, este es un momento de quiebre. No podemos normalizar que cada año el presupuesto sea una piñata política. No podemos aceptar que se endeude al país para financiar redes clientelares. No podemos permitir que se siga gobernando como si nuestro futuro fuera mercancía. Indignarse es el primer paso. Exigir es el segundo. Actuar es el tercero.
Que esta columna no sea un desahogo, que sea un llamado. Porque si permitimos que esta operación pase sin consecuencias, habrán descubierto que pueden hipotecar a Guatemala de madrugada… y que nadie se los impedirá. Guatemala vale mucho más que eso.
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