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Santiago Estrella
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El fútbol es más que un deporte. Tiene un contenido que, sin dejar de lado la práctica física y lo estrictamente competitivo, es también representación simbólica, espectáculo y negocio. Si los clubes no comprenden esa dimensión integral, pueden terminar en derroteros desastrosos, como ocurrió con El Nacional, descendido a la Serie B por deudas acumuladas.
El Club Deportivo El Nacional es uno de los equipos más laureados del país. Ha conquistado 13 títulos nacionales, fue siete veces subcampeón y suma, además, dos Copas Ecuador.
El reciente descenso a la Serie B del fútbol ecuatoriano golpea aún más a sus aficionados porque, a diferencia de episodios anteriores, no se produjo en la cancha por un mal rendimiento deportivo. Es el resultado directo de malas administraciones sostenidas en el tiempo, que inflaron la deuda hasta niveles inmanejables.
La imagen institucional que dejó el club en esta temporada fue preocupante. No pudo utilizar el estadio Atahualpa por falta de pago del alquiler; en un partido tuvo que improvisar a un arquero.
Escenas propias de la Segunda Categoría o del fútbol amateur y barrial. Los jugadores no recibieron sus salarios a tiempo y, aun así, el equipo logró clasificarse al grupo que disputa un cupo a la Copa Sudamericana.
Es inevitable buscar responsables de este fracaso. Sin embargo, más que un nombre propio, se trata de una cadena de malas decisiones. La más grave fue la pérdida de uno de los pilares de su identidad deportiva.
El 2007 fue un año clave en el origen de esta crisis. El Ministerio de Defensa, durante el gobierno de Rafael Correa, resolvió que los militares ya no estaban obligados a aportar económicamente de sus salarios al club. No fue un divorcio tan claro, pero cerca de 3 000 militares dejaron de entregar sus aportes. En 2013, Jorge Yunda se convirtió en el primer civil en presidir la institución, aunque todavía se mantenía la presencia de algunos oficiales en el directorio.
Ese factor institucional era determinante. La historia del fútbol quiteño recuerda que la mayoría de equipos capitalinos tuvo un origen claramente institucional: Liga Deportiva Universitaria, vinculada a la Universidad Central; Aucas, a la petrolera Shell; Universidad Católica, a la PUCE; la Espoli, a la Policía. Cuando los clubes se separaron de sus fundadores, comenzaron crisis que, en muchos casos, solo se sostuvieron gracias a voluntades individuales.
Los militares le dieron a El Nacional esa institucionalidad necesaria y lo convirtieron en uno de los equipos más poderosos del fútbol ecuatoriano desde 1964, cuando se profesionalizó. Olvidar que el fútbol es, al mismo tiempo, identidad, espectáculo y negocio ha tenido un costo demasiado alto.
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El Club Deportivo El Nacional es uno de los equipos más laureados del país. Ha conquistado 13 títulos nacionales, fue siete veces subcampeón y suma, además, dos Copas Ecuador.
El reciente descenso a la Serie B del fútbol ecuatoriano golpea aún más a sus aficionados porque, a diferencia de episodios anteriores, no se produjo en la cancha por un mal rendimiento deportivo. Es el resultado directo de malas administraciones sostenidas en el tiempo, que inflaron la deuda hasta niveles inmanejables.
La imagen institucional que dejó el club en esta temporada fue preocupante. No pudo utilizar el estadio Atahualpa por falta de pago del alquiler; en un partido tuvo que improvisar a un arquero.
Escenas propias de la Segunda Categoría o del fútbol amateur y barrial. Los jugadores no recibieron sus salarios a tiempo y, aun así, el equipo logró clasificarse al grupo que disputa un cupo a la Copa Sudamericana.
Es inevitable buscar responsables de este fracaso. Sin embargo, más que un nombre propio, se trata de una cadena de malas decisiones. La más grave fue la pérdida de uno de los pilares de su identidad deportiva.
El Nacional se mantuvo como el equipo de los “puros criollos”, integrado solo por futbolistas nacidos en Ecuador, pero perdió su esencia militar. Dejó de ser, en la práctica, el equipo de las Fuerzas Armadas.
El 2007 fue un año clave en el origen de esta crisis. El Ministerio de Defensa, durante el gobierno de Rafael Correa, resolvió que los militares ya no estaban obligados a aportar económicamente de sus salarios al club. No fue un divorcio tan claro, pero cerca de 3 000 militares dejaron de entregar sus aportes. En 2013, Jorge Yunda se convirtió en el primer civil en presidir la institución, aunque todavía se mantenía la presencia de algunos oficiales en el directorio.
Ese factor institucional era determinante. La historia del fútbol quiteño recuerda que la mayoría de equipos capitalinos tuvo un origen claramente institucional: Liga Deportiva Universitaria, vinculada a la Universidad Central; Aucas, a la petrolera Shell; Universidad Católica, a la PUCE; la Espoli, a la Policía. Cuando los clubes se separaron de sus fundadores, comenzaron crisis que, en muchos casos, solo se sostuvieron gracias a voluntades individuales.
Los militares le dieron a El Nacional esa institucionalidad necesaria y lo convirtieron en uno de los equipos más poderosos del fútbol ecuatoriano desde 1964, cuando se profesionalizó. Olvidar que el fútbol es, al mismo tiempo, identidad, espectáculo y negocio ha tenido un costo demasiado alto.
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