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Gabriela Quiroz
Guest
En un aula universitaria de Quito, una profesora que no ve y apenas escucha enseña a futuros intérpretes cómo comunicar el mundo a una persona sordociega. No es una escena simbólica ni un ejercicio excepcional: es una clase regular en la Pontificia Universidad Católica del Ecuador (PUCE) y que a la vez expone las grietas de un país que todavía no sabe cómo incluir a personas con esta doble discapacidad.
Porque la inclusión educativa en Ecuador sigue siendo, en gran medida, declarativa. La sordoceguera no está reconocida como una discapacidad única en el país. No existen cifras oficiales de cuántas personas tiene esta doble discapacidad. La formación especializada es mínima. Aun así, el sistema exige inclusión sin haber diseñado las condiciones para que ocurra.
Lo que pasa en esta aula importa porque forma a quienes, mañana, serán los responsables de garantizar un derecho básico: la comunicación. Sin intérpretes preparados, una persona sordociega queda fuera del sistema educativo, de salud, del espacio público. “La comunicación es un derecho”, resume David Quijije, estudiante de cuarto nivel de la tecnología de lengua de señas.
Alejandra Sagnay, de cuarto nivel de interpretación de lengua de señas, se comunica con su profesora.
“Jóvenes, vamos a empezar a presentarnos”, dice Dennys Suárez al iniciar su clase. Alejandra Sagnay, estudiante, se acerca y le pregunta si puede tomar sus manos. “Sí, por favor”, responde.
Los alumnos se presentan deletreando su nombre en la palma de la mano. Luego trabajan en parejas. Dos cierran los ojos y los otros dos deletrean palabras, como anatomía, constitución, electrodoméstico sobre las manos de sus compañeros. De esta manera aprenden cómo se configuran las palabras y luego hacen la señal de cada palabra tomando las manos de sus pares.
“Lo hacemos despacito”, les recuerda Dennys. “La persona sordociega tiene que sentir la forma de cada letra. Eso transmite tranquilidad”.
Como parte de otro ejercicio, Mario Pico, otro estudiante deletrea la palabra carro en la mano de su compañero David Quijije y a su vez Verónica Santoro escribe en braille con regleta sobre una hoja blanca. La profesora revisa el relieve con los dedos. En braille se escribe siempre de izquierda a derecha, les recordó Dennis. Aquí, la comunicación no entra por los ojos ni por los oídos. El tacto es el canal principal de comunicación.
Dennys no solo enseña contenidos. Enseña un cambio de lógica. En sordoceguera, explica, los intérpretes deben reemplazar la expresión facial por la expresión manual. Deben transmitir no solo lo que se dice, sino lo que se ve, cómo se ve y cómo se escucha el entorno. Las señas transmiten el entorno y la comunicación es más personal.
El problema es que esta formación ocurre en espacios específicos como la PUCE que abrió una tecnología en lengua de señas; y como parte de esta formación se incluye la sordoceguera.
Pero de forma global aún no hay respaldo estructural del Estado. No hay información pública sobre cuántas personas sordociegas viven en Ecuador. No hay políticas específicas para estas personas. La discapacidad-enfatiza Dennis-se mide en porcentajes, no en necesidades reales. Y eso, en el mercado laboral y educativo, sigue siendo una barrera.
La docente de la PUCE Dennys Suárez junto con su hija Samantha, de 13 años.
Dennys Suárez nació prematura, a los cinco meses de gestación. La exposición a la termocuna afectó su visión y su audición. Desde los tres años usó audífonos. A los 19 perdió totalmente la vista. Hoy conserva apenas el 5% de audición. Su madre es clave en su formación académica y laboral.
Aprendió lengua de señas hace 13 años, por necesidad. “Me vi en la necesidad de aprender señas antes de tener a mi hijita”. Ahora Samantha ya sabe deletrear las palabras en las palmas de las manos de su mamá.
Estudió comunicación social y durante una década buscó trabajo sin éxito. La mayoría de puertas se cerraron antes de cualquier entrevista. “Lo primero que ven es la calificación de discapacidad”. La suya es del 85%, la más alta.
Antes de trabajar en la PUCE, solo participó como apoyo en proyectos puntuales. En Latacunga colaboró en la Universidad Técnica de Cotopaxi, enseñando a personas ciegas a usar computadoras con lectores de pantalla. Pero nunca había tenido un aula propia. “Esta es mi primera experiencia laboral como docente”.
Hace un año, la PUCE le abrió el espacio para dictar la materia de sordoceguera en la carrera de Tecnología en Interpretación de Lengua de Señas. Allí decidió enseñar como aprendió: desde la necesidad real de la persona con discapacidad. “Transmito a los estudiantes lo que yo aprendí y cómo lo aprendí”.
La experiencia de Dennys también revela lo que no se ve. “No se trata solo de no ver o no escuchar (…). Es el grado de complejidad de tener las dos discapacidades juntas”. Esa falta de reconocimiento y conocimiento se traduce en exclusión laboral, educativa y ausencia de intérpretes. Se requiere uno por cada cinco personas, insiste Dennys.
“Necesitamos intérpretes en el ámbito educativo, médico y social”, señala Dennys y advierte que la inclusión no puede limitarse a actos puntuales. “Si hablamos de inclusión, toda la información debería estar en lengua de señas y en braille”.
La PUCE aparece como una excepción. No solo incorporó a una docente sordociega. También convirtió esa experiencia en práctica directa para sus estudiantes. La carrera dura dos años y medio y hay 136 alumnos en los distintos niveles, añade Alejandra Sagnay, una de sus estudiantes.
Ellos entienden lo que significa ser una persona con sordoceguera en la práctica diaria.
Los alumnos aprenden a transmitir tranquilidad y confianza a la persona con sordoceguera.
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¿Por qué importa hablar de sordoceguera?
Porque la inclusión educativa en Ecuador sigue siendo, en gran medida, declarativa. La sordoceguera no está reconocida como una discapacidad única en el país. No existen cifras oficiales de cuántas personas tiene esta doble discapacidad. La formación especializada es mínima. Aun así, el sistema exige inclusión sin haber diseñado las condiciones para que ocurra.
Lo que pasa en esta aula importa porque forma a quienes, mañana, serán los responsables de garantizar un derecho básico: la comunicación. Sin intérpretes preparados, una persona sordociega queda fuera del sistema educativo, de salud, del espacio público. “La comunicación es un derecho”, resume David Quijije, estudiante de cuarto nivel de la tecnología de lengua de señas.
Alejandra Sagnay, de cuarto nivel de interpretación de lengua de señas, se comunica con su profesora.
La escena que lo explica todo
“Jóvenes, vamos a empezar a presentarnos”, dice Dennys Suárez al iniciar su clase. Alejandra Sagnay, estudiante, se acerca y le pregunta si puede tomar sus manos. “Sí, por favor”, responde.
Los alumnos se presentan deletreando su nombre en la palma de la mano. Luego trabajan en parejas. Dos cierran los ojos y los otros dos deletrean palabras, como anatomía, constitución, electrodoméstico sobre las manos de sus compañeros. De esta manera aprenden cómo se configuran las palabras y luego hacen la señal de cada palabra tomando las manos de sus pares.
“Lo hacemos despacito”, les recuerda Dennys. “La persona sordociega tiene que sentir la forma de cada letra. Eso transmite tranquilidad”.
Como parte de otro ejercicio, Mario Pico, otro estudiante deletrea la palabra carro en la mano de su compañero David Quijije y a su vez Verónica Santoro escribe en braille con regleta sobre una hoja blanca. La profesora revisa el relieve con los dedos. En braille se escribe siempre de izquierda a derecha, les recordó Dennis. Aquí, la comunicación no entra por los ojos ni por los oídos. El tacto es el canal principal de comunicación.
Lo que no se ve detrás de la sordoceguera
Dennys no solo enseña contenidos. Enseña un cambio de lógica. En sordoceguera, explica, los intérpretes deben reemplazar la expresión facial por la expresión manual. Deben transmitir no solo lo que se dice, sino lo que se ve, cómo se ve y cómo se escucha el entorno. Las señas transmiten el entorno y la comunicación es más personal.
El problema es que esta formación ocurre en espacios específicos como la PUCE que abrió una tecnología en lengua de señas; y como parte de esta formación se incluye la sordoceguera.
Pero de forma global aún no hay respaldo estructural del Estado. No hay información pública sobre cuántas personas sordociegas viven en Ecuador. No hay políticas específicas para estas personas. La discapacidad-enfatiza Dennis-se mide en porcentajes, no en necesidades reales. Y eso, en el mercado laboral y educativo, sigue siendo una barrera.
La docente de la PUCE Dennys Suárez junto con su hija Samantha, de 13 años.
¿Cómo Dennis Suárez llegó hasta aquí‘
Dennys Suárez nació prematura, a los cinco meses de gestación. La exposición a la termocuna afectó su visión y su audición. Desde los tres años usó audífonos. A los 19 perdió totalmente la vista. Hoy conserva apenas el 5% de audición. Su madre es clave en su formación académica y laboral.
Aprendió lengua de señas hace 13 años, por necesidad. “Me vi en la necesidad de aprender señas antes de tener a mi hijita”. Ahora Samantha ya sabe deletrear las palabras en las palmas de las manos de su mamá.
Estudió comunicación social y durante una década buscó trabajo sin éxito. La mayoría de puertas se cerraron antes de cualquier entrevista. “Lo primero que ven es la calificación de discapacidad”. La suya es del 85%, la más alta.
Antes de trabajar en la PUCE, solo participó como apoyo en proyectos puntuales. En Latacunga colaboró en la Universidad Técnica de Cotopaxi, enseñando a personas ciegas a usar computadoras con lectores de pantalla. Pero nunca había tenido un aula propia. “Esta es mi primera experiencia laboral como docente”.
Hace un año, la PUCE le abrió el espacio para dictar la materia de sordoceguera en la carrera de Tecnología en Interpretación de Lengua de Señas. Allí decidió enseñar como aprendió: desde la necesidad real de la persona con discapacidad. “Transmito a los estudiantes lo que yo aprendí y cómo lo aprendí”.
Lo que muestran los datos
- El Conadis registra 495 792 personas con discapacidad en Ecuador y de estas:
° 63 424 tienen discapacidad auditiva (13%)
° 57 384, discapacidad visual (12%). - No hay un registro específico de personas con sordoceguera.
- En Quito están registradas 11 100 personas con discapacidad auditiva y 9 801 con visual.
Entre bambalinas: la necesidad de interpretes
La experiencia de Dennys también revela lo que no se ve. “No se trata solo de no ver o no escuchar (…). Es el grado de complejidad de tener las dos discapacidades juntas”. Esa falta de reconocimiento y conocimiento se traduce en exclusión laboral, educativa y ausencia de intérpretes. Se requiere uno por cada cinco personas, insiste Dennys.
“Necesitamos intérpretes en el ámbito educativo, médico y social”, señala Dennys y advierte que la inclusión no puede limitarse a actos puntuales. “Si hablamos de inclusión, toda la información debería estar en lengua de señas y en braille”.
La PUCE aparece como una excepción. No solo incorporó a una docente sordociega. También convirtió esa experiencia en práctica directa para sus estudiantes. La carrera dura dos años y medio y hay 136 alumnos en los distintos niveles, añade Alejandra Sagnay, una de sus estudiantes.
Ellos entienden lo que significa ser una persona con sordoceguera en la práctica diaria.
Los alumnos aprenden a transmitir tranquilidad y confianza a la persona con sordoceguera.
Claves para entender la sordoceguera
- La sordoceguera no es la suma de dos discapacidades, sino una condición con necesidades propias.
- Sin intérpretes formados, la inclusión es imposible en educación, salud, servicios públicos, entre otras áreas.
- El sistema sigue midiendo discapacidad en porcentajes, no en capacidades.
- La experiencia de Dennys no es la norma, es la excepción institucional.
- La inclusión real exige formación, recursos y un cambio cultural, no solo buena voluntad.
- Una persona con sordoceguera puede ser funcional, pese a su necesidad de un intérprete para comunicarse y movilizarse.
- En sordoceguera, el intérprete no solo traduce palabras: transmite confianza y tranquilidad. “Lo que no se ve se siente y se transmite”, explica Dennys.
- La formación no parte solo del conocimiento. Empieza en el respeto, la atención y el vínculo humano entre intérprete y persona sordociega.
- Enlace externo: Causas de la sordoceguera
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