Cuba entra en la ecuación de la crisis venezolana en el Caribe

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Jorge R. Imbaquingo

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Durante años, Cuba observó las crisis venezolanas desde la retaguardia. Aliado ideológico, socio energético y soporte político del chavismo, La Habana aparecía como telón de fondo, nunca como actor visible en un tablero militar. Pero el cierre del espacio aéreo venezolano anunciado por Donald Trump cambió esa lógica. De pronto, Cuba ya no es solo observadora: entra, de facto, en la ecuación de una crisis que dejó de ser bilateral y adquirió dimensión regional.

No se trata de una inclusión explícita —nadie ha señalado a Cuba como objetivo militar—, sino de algo más sutil y, por eso mismo, más inquietante: la activación de las cadenas de dependencia. Venezuela y Cuba no están unidas solo por discursos o afinidades históricas, sino por un vínculo material decisivo: la energía. Cerca de una cuarta parte del petróleo que consume la isla proviene de Venezuela. En un país asfixiado por apagones de hasta 20 horas diarias, inflación, escasez y migración masiva, cualquier alteración en ese flujo adquiere carácter existencial.

‘La crisis aérea añade otra capa: el Caribe como espacio estratégico. El cierre del espacio venezolano afecta rutas civiles, comerciales y turísticas’.

Desde esa perspectiva, el anuncio estadounidense no es solo un mensaje a Nicolás Maduro. Es una advertencia a los sistemas que sobreviven gracias a él. Presionar a Caracas implica tensar, automáticamente, el equilibrio interno cubano. Por eso La Habana reaccionó con inusual dureza, denunciando una “locura” y una violación del derecho internacional. No hablaba un tercero distante, sino un actor que sabe que también está en juego.

La crisis aérea añade otra capa: el Caribe como espacio estratégico. El cierre del espacio venezolano afecta rutas civiles, comerciales y turísticas. El desvío del turismo ruso hacia Varadero no es un dato anecdótico, sino una señal de reordenamiento geopolítico. Rusia y China observan. Y Washington también envía mensajes a ese eje. Cuba aparece ahí, no como blanco militar, sino como territorio sensible en una disputa mayor por influencia en la región.

Hay, además, una lógica de disuasión. Estados Unidos no necesita mover tropas hacia La Habana para generar presión. Basta con exponer su fragilidad estructural: dependencia energética, aislamiento económico y desgaste social. En esa lógica, Cuba se convierte en lo que los estrategas llaman un “objetivo de costo”, una variable que eleva las consecuencias de sostener al chavismo.

La historia reciente cubana demuestra capacidad de resistencia. El “Período Especial” quedó grabado como advertencia y experiencia. Pero también enseña que cada crisis deja cicatrices más profundas. Hoy, con menos margen económico y mayor descontento social, Cuba enfrenta una vulnerabilidad mayor que en décadas anteriores.

Así, Cuba entra en la ecuación venezolana sin ser nombrada. Entra por el petróleo, por la geografía, por las alianzas y por el silencioso lenguaje de la presión estratégica. La crisis del espacio aéreo no es solo un conflicto entre Maduro y Trump: es una señal de cómo el Caribe vuelve a convertirse en tablero de disputas globales. Y en ese tablero, Cuba ya no está al margen.

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