Condenados por el maldito rock: la tragedia como destino

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Pablo Deheza

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El fallecimiento de Ozzy Osbourne a mediados del año que se va, uno de los padres del denominado heavy metal, ha supuesto la despedida de un género muchas veces denominado como «maldito». Y es que el rock & roll ha dejado un reguero de vidas maltrechas desde sus inicios, lo que ha conllevado a una serie de horrorosos finales tras tropiezos extremos, en los que sus cultores deambularon por la cornisa de la desventura. En nombre del maldito rock.

Este género nació como una música de moda a mediados de los años 50 del siglo pasado, aunque posteriormente pasó a constituirse como un fenómeno contracultural en el mundo occidental. Nació de la fusión del rhythm and blues afroamericano y la música country blanca de Estados Unidos entre las décadas de 1940 y principios de la de 1950, ganando popularidad muy rápidamente, especialmente entre los jóvenes. Pero desde aquel inicio fue catalogada como una música prohibida, en parte por sus letras rebeldes que hablaban sobre sexualidad y desenfreno y el consumo de drogas, aunque también en contra de los conflictos armamentísticos, además de otras problemáticas de orden político y social.

En ese marco, la nueva corriente empezó a construir figuras peleadas, pero a la vez estigmatizadas con el poder y, tristemente, también generó un sentimiento de frustración entre sus figuras, que condujeron sus vidas por una espiral de aniquilamiento como destino fatal de entrega a un sentimiento melódico, aunque también protestante en lírica y estética. Y en esa larga lista debe haber por lo menos un centenar de rockeros que eligieron la autodestrucción al pie del cañón.

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Maldito día

«El día que murió la música» es una frase que refiere al 3 de febrero de 1959, día en que un accidente aéreo se cobró la vida de tres importantes músicos del naciente rock and roll: Buddy Holly, Ritchie Valens y The Big Bopper. El accidente ocurrió en Iowa, cuando la avioneta en la que viajaban los artistas se estrelló poco después del despegue. Y con ello se empezó a especular con eso de «género maldito».

Ya entrados los años 70, otras varias figuras rockeras fallecieron, marcando el fin de carreras prometedoras y recalcando eso de «música prohibida», ya que fue en esta década donde se configuró el denominado Club de los 27, término utilizado para describir a un grupo de músicos que fallecieron a los 27 años de edad. Estos artistas provenían principalmente del rock y el blues, y murieron por razones autodestructivas, como el abuso de drogas y el suicidio, el mismo que nucleó a Jimi Hendrix, Janis Joplin y Jim Morrison, aunque también suele involucrarse a Brian Jones, fallecido en 1969, quien se convertiría así en el primer «miembro» del club. Años más tarde se sumaron Kurt Cobain, cuya muerte en 1994 volvió a formular el concepto, y Amy Winehouse, quien tras su fallecimiento en 2011 contribuyó a popularizar el término.

En los años 80, el mundo del rock se amanecía con una de las pérdidas más dolorosas: uno de los fundadores de The Beatles, aquel cuarteto inglés que le había cambiado el ritmo al planeta, John Lennon, fue asesinado en 1980 por un fanático que le disparó mientras le pedía un autógrafo. El músico inglés había sido una figura clave en la música y la cultura pop. Y a los pocos meses también falleció Bob Marley, quien era una figura central del reggae, a causa de un melanoma en 1981.

En los años 90, varias muertes impactaron al mundo del rock, especialmente dentro del subgénero del grunge. La más notoria fue la de Kurt Cobain, líder de Nirvana, quien se suicidó en 1994, marcando un antes y un después en la música de la década. Otro fallecimiento significativo fue el de Layne Staley, vocalista de Alice in Chains, quien murió en 2002 debido a una sobredosis de drogas, después de una larga lucha contra la adicción. Además de estas figuras emblemáticas, también se recuerdan las muertes de Kristen Pfaff, bajista de Hole, y de Randy Castillo, baterista de Ozzy Osbourne, quienes fallecieron por causas relacionadas con las drogas y el cáncer.

En la década de los 2000, el ambiente rockero volvió a sufrir la pérdida de varios músicos notables. Entre ellos destacan Joey Ramone, vocalista de The Ramones, quien falleció en 2001 a causa de un linfoma. También, el cantante y compositor británico Joe Strummer, conocido por ser el líder de The Clash, murió en 2002 de un ataque al corazón. El mismo año, John Entwistle, el histórico bajista de The Who, murió por un infarto debido al consumo de cocaína. Y en 2003, el cantautor estadounidense Elliott Smith falleció por heridas de arma blanca que se presume fueron autoinfligidas.

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Luto en el patio trasero

El rock sudamericano también sufrió la pérdida de sus grandes estrellas, casi en paralelo a lo que sucedía con los íconos del primer mundo. En la Argentina, el referente principal de la región, la primera gran desgracia ocurrió con la muerte de José Alberto Iglesias, más conocido como Tanguito, autor de los primeros himnos del género en aquel país, como «La Balsa». Este cantautor murió a los 26 años tras experimentar con drogas y pasar algunos meses en la cárcel y en un psiquiátrico. Fue arrollado por un tren en un caso nunca aclarado.

Otro músico que dejó un gran vacío fue Luca Prodan, líder de Sumo. Si bien no había nacido en Argentina, ya que era un italiano criado en Inglaterra que había escapado a Sudamérica por su adicción a la heroína, le dio un giro brutal al rock de ese país. Alcanzó el éxito al tiempo de volverse alcohólico, adicción que le provocó un paro cardíaco atribuido a una grave hemorragia interna causada por la cirrosis hepática que padecía. Tenía 34 años.

Meses después, partió de esta dimensión Miguel Abuelo, líder del grupo Los Abuelos de la Nada, a los 42 años. También en circunstancias algo sospechosas, aunque posteriormente se supo que tenía VIH. Y a poco de conmemorarse el primer año sin Prodan, quien desaparece para siempre fue el adorado Federico Moura, líder del grupo new wave Virus, con tan solo 37 años. Otro grande que apagaría la luz fue Norberto Napolitano, apodado Pappo, y quien visitó Santa Cruz de la Sierra en 2002 en un espectáculo de rock y blues acompañando al local Glen Vargas. Murió en 2005 en un accidente de moto a los 54 años. Según la autopsia, manejaba ebrio y con algo más en el cuerpo.

Las otras dolorosas desapariciones fueron las de Luis Alberto Spinetta, gran influencia del rockero nacional Rodrigo «Grillo» Villegas, entre otros, en 2012 con 65 años; en 2015 el turno fue del compositor, cantante y guitarrista Gustavo Cerati, líder de Soda Stereo, tras permanecer en estado de coma por cuatro años; y la última gran pérdida, la de Marciano Cantero, cantante, bajista, compositor y líder intelectual de Los Enanitos Verdes. Fue una tarde de agosto de 2021, se enfermó y fue a un hospital; era más grave de lo sospechado y su golpeado corazón no dio más. Tenía 60 años.

Con la noticia del 22 de julio pasado, el mundo volvió a repensar en el karma que conlleva la vida de un rockero de cepa. Ozzy tenía un currículum digno de un sicópata; además de sus adicciones a las drogas y al alcohol, tuvo incidentes como morderle la testa a un murciélago vivo, arrancarles la cabeza a dos palomas en una reunión con una discográfica, haber sido arrestado por orinar en el monumento a la guerra en Texas (EE. UU.), apuntar con una pistola al baterista de Black Sabbath mientras estaba en un «viaje» de ácido, desmayarse y despertarse en medio de una autopista de 12 carriles y la mayor «proeza», sin dudas, haber sido detenido como sospechoso de intento de asesinato por estrangular a su esposa Sharon, suceso del cual no recordaba nada.

Tragedias bolivianas

En la historia del rock boliviano también se vivieron este tipo de dolidas desapariciones. Uno de estos personajes reconocidos, no solo en el ámbito del rock, ya que también incursionó en la cumbia, fue el cantante Luis Fernando del Río. Integró uno de los grupos más rockeros de los años 70, Manantial, y en los años 80 pasó a integrar la Orquesta Swingbaly. Pero la vida nocturna de excesos le ocasionó una serie de vaivenes que lo llevaron a permanecer tras las rejas durante un tiempo y, una vez libre, morir en un accidente automovilístico a fines de los años 90.

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Otro fue el caso del guitarrista Mario Ibáñez, miembro del exitoso grupo paceño de heavy metal Trueno Azul. Los «trueno» solían organizar caminatas por el sur de la ciudad en búsqueda de naturaleza. En una de esas internaciones por Mallasa, a fines de 1987, los músicos se disponían a cruzar por uno de los improvisados puentes de troncos que unían dos frentes por sobre un barranco. Todos lograron pasar sin problemas, pero el andar de Mario fue interrumpido por una de las maderas que cedió a su peso. El guitarrista cayó al precipicio y murió instantáneamente, según el parte médico. Ante el trágico suceso, los demás miembros decidieron hacer una pausa en su carrera mientras repensaban la situación. Al poco tiempo, debido a una sugerencia de una empresa discográfica, el grupo ofreció un concierto de despedida y se encerró en estudios para registrar dos composiciones en un disco que se entendió como un homenaje a la memoria de Mario.

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