Cartas a Quito / 14 de diciembre de 2025

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Jenny Martínez

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La falta de comprensión de algunos políticos​


Escuchar al señor Correa el soltar (con ocasión del enfrentamiento con la Sra. Aguiñaga): “más vale un gramo de principios que una tonelada de trabajo”, genera, al menos, desasosiego en la gente pensante.

En primer lugar, es evidente que no sabe diferenciar principios de principios ideológicos. Los principios son valores, que, al menos yo considero, son menos mutables: los principios son un conjunto de normas generales y universales que guían las acciones y la conducta, dentro de un marco moral, cultural y social determinado. Sí, es posible que se adapten a situaciones diferentes.

Por el contrario, los principios ideológicos son ideas de personas, emitidas en contextos y situaciones particulares: estos los considero posibles de variar de acuerdo, precisamente, a la variación de esos contextos y situaciones.

El confundir las dos cosas, y tratar de ubicar como inamovibles los principios ideológicos, es un verdadero despropósito. Es como que todavía viviéramos vistiendo taparrabos porque esos eran los principios acordados de vestimenta.

La vida social es dinámica, y la mente humana trabaja en búsqueda de mejorías. Esta es una dinámica que se refleja en las condiciones sociales de cada época, y en consecuencia en la adaptación de principios ideológicos.

La actividad política debe, necesariamente, responder a las realidades en las que se actúa, pero no debe ser de una rigidez impropia de seres pensantes. El permanecer, de manera insensata, fiel a postulados que evidentemente han fracasado en otros países: Venezuela, Cuba, Nicaragua, donde el fracaso se disfraza con los bloqueos, es, inaceptable.

En la vida política, si el permanecer fiel a principios políticos obsoletos significa perjudicar al pueblo, muestra una falta de sensibilidad social.

Otra tara perniciosa es la pretensión que el resto deba pensar igual que el líder, quien se cree dueño de la verdad. Que ese pensamiento sea el fiel reflejo del pensamiento del líder es un desvarío propio de mentes afectadas por un ego impresentable.

Cualquier agrupación política debe mostrar coherencia en lo que beneficia al pueblo, no incondicionalidad con un líder: eso no es mérito, es culto a la personalidad, es endiosar a una persona y hacerlo creer infalible: nada más alejado de la naturaleza humana.

No son confiables los líderes que pretenden tener siempre la razón.

José M. Jalil Haas

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