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Pablo Deheza
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En la última década, el fenómeno de la polarización —la tendencia a que las diferencias de opinión se acentúen— ha afectado a las sociedades independientemente de su nivel de desarrollo económico, político o tecnológico. Ha dado lugar a gobiernos disfuncionales, sociedades fracturadas y una menor confianza ciudadana en el Estado. Ante estas peligrosas implicaciones, académicos y legisladores han propuesto maneras de mitigar la polarización, superando las divisiones y construyendo un consenso sobre cuestiones políticas polémicas, como las reformas migratorias y las políticas sobre cambio climático, que dividen profundamente a la opinión pública.
En “Creencia: Cómo Dejar de Odiar a la Gente con la que no Estás de Acuerdo”, el científico del comportamiento Paul Dolan se distancia de estos esfuerzos, enfatizando que su proyecto no trata de reducir la polarización de opiniones. En cambio, el académico inglés aborda una forma específica de polarización que se caracteriza por la hostilidad o las emociones negativas inducidas por las diferencias de opinión, lo que él denomina «credismo». Sin embargo, Dolan argumenta que las personas pueden tolerar posturas extremas sin desprecio mutuo. Invita a los lectores a cambiar su perspectiva, pasando de lo que la gente cree a cómo se sienten respecto a quienes tienen creencias diferentes. Este enfoque en el afecto, en lugar del desacuerdo sustancial, distingue la contribución de Dolan de los enfoques más convencionales sobre la polarización.
La afirmación de Dolan de que podemos reducir los sentimientos de hostilidad sin cambiar la extrema gravedad de las creencias tiene un supuesto subyacente: la extrema gravedad de las opiniones no constituye una condición necesaria para la polarización afectiva. Esta perspectiva considera que la polarización ideológica (desacuerdo político) y la polarización afectiva (hostilidad emocional) son fenómenos separados y no están interrelacionados. Este supuesto es importante porque estar de acuerdo o en desacuerdo con él indicaría intervenciones divergentes para mitigar la polarización afectiva. Dolan adopta la perspectiva de que la polarización afectiva se debe principalmente a la identidad de grupo, más que a diferencias políticas sustanciales.
Sin embargo, esta suposición no es trivial ni indiscutible. La evidencia indica que la polarización ideológica contribuye significativamente a la polarización afectiva. La investigación experimental sugiere que la descripción de candidatos políticos como moderados o extremistas influye en las emociones de los votantes hacia ellos. Además, estudios recientes han descubierto que, cuando ambas entran en conflicto, las personas se preocupan más por las posturas políticas sustanciales que por la lealtad partidista. Con el auge de las posturas extremas, las diferencias políticas se vuelven más pronunciadas y moralizadas. Las personas perciben mayores riesgos y formulan evaluaciones afectivas, que transforman los desacuerdos en límites morales del bien y del mal.
La suposición de Dolan sobre los orígenes de la polarización afectiva fundamenta su marco para reducir la hostilidad emocional. Propone aumentar la tolerancia hacia puntos de vista opuestos mediante intervenciones a nivel micro, en lugar de tomar medidas para influir en el entorno mediático y la polarización de las élites, lo que podría afectar directamente las diferencias políticas. Anima a las personas a considerar los factores situacionales al evaluar a los demás, a aprender de sus errores, a destacar los puntos en común, a fundamentar sus posturas con evidencia convincente, a gestionar sus respuestas emocionales ante el desacuerdo, a garantizar la diversidad de experiencias en la toma de decisiones y a pasar tiempo con personas que comparten creencias opuestas. Estas estrategias, respaldadas por la evidencia de estudios conductuales sobre su eficacia, buscan aumentar la interacción y la empatía entre las distintas creencias. Sin embargo, Dolan no considera las barreras del entorno, como las burbujas algorítmicas creadas por los canales de contenido personalizado y la retórica altamente polarizada de las élites, que pueden dificultar la aplicación de estos cambios de comportamiento.
Si bien destaca el papel de los factores situacionales en relación con las políticas públicas, Dolan argumenta que la legitimidad del proceso de formulación de políticas puede ayudar a reducir el credismo. En sus palabras: «Si los procesos del entorno son legítimos, esperamos ver menos credismo. […] En las democracias liberales, la mayoría de la gente aprecia que las creencias contrapuestas se pongan a prueba en las urnas». (80) Es importante destacar que el punto de Dolan no se centra en cómo las instituciones democráticas pueden contribuir a reducir las diferencias políticas, sino en su capacidad para hacer más aceptables las posturas opuestas. Esto refleja una visión optimista de la relación entre las prácticas democráticas y la polarización afectiva. El referéndum del Brexit en el Reino Unido fue un ejercicio democrático, pero la votación profundizó las fracturas sociales y territoriales.
La confianza de Dolan en la razón y la evidencia como remedios para el credismo también merece un escrutinio. Sugiere que fomentar un análisis racional de los hechos puede mitigar la hostilidad. Sin embargo, las investigaciones en psicología cognitiva y comunicación política demuestran consistentemente que las personas rara vez cambian de opinión ante nueva información. Cuando las personas se aferran a sus creencias debido a su posición extremista, recurren al razonamiento motivado, aceptando la información que se alinea con su grupo y descartando o desconfiando de la que no.
En entornos con posturas extremas, la evidencia del «otro bando» no solo se rechaza, sino que se ve con sospecha. Por ejemplo, las diferencias políticas sobre la obligatoriedad de la vacuna contra la COVID-19 dieron lugar a insultos personales contra científicos en un intento de desacreditar la evidencia científica. Por lo tanto, el énfasis de Dolan en el discurso racional subestima el poder de la cognición impulsada por las posturas políticas. Y es probable que la ampliación de las diferencias políticas debido a las posturas extremas fomente el uso del razonamiento motivado para interpretar la información y evaluar la evidencia.
Además, la apelación de Dolan a la empatía y a la adopción de perspectivas, si bien encomiable, conlleva una asimetría implícita. Adoptar la perspectiva de la otra parte presupone que todas las partes entablan un diálogo en igualdad de condiciones. Sin embargo, para las personas o grupos cuyas identidades están marginadas o históricamente devaluadas, interactuar con creencias opuestas puede conllevar costos psicológicos y sociales significativos, especialmente cuando el punto de vista de la otra parte puede negar sus derechos fundamentales o su humanidad. Pedir a estas personas que empaticen con perspectivas hostiles conlleva el riesgo de reforzar las desigualdades bajo la apariencia de civilidad. En tales casos, las apelaciones a la tolerancia no son neutrales y, en cambio, imponen una carga desproporcionada a quienes ya se ven obligados a defender su dignidad o existencia. Esta tensión pone de manifiesto los límites de las prescripciones conductuales: la empatía y la participación, si bien valiosas, no pueden sustituir la justicia ni la igualdad en las relaciones sociales.
El optimismo que subyace al enfoque de Dolan subestima hasta qué punto las respuestas afectivas pueden tener su origen en desacuerdos ideológicos que se han agudizado debido a los algoritmos de las redes sociales, la desigualdad de ingresos y la polarización de las élites. Las plataformas de redes sociales, impulsadas por el afán de aumentar la participación de los usuarios, promueven contenido extremista. Además, las investigaciones sugieren que la creciente desigualdad de ingresos contribuye a la adopción de posturas extremas por parte de los partidos políticos. Si bien reconoce el papel del «ámbito digital» en el desencadenamiento de respuestas emocionales, Dolan insta a las personas a gestionar dichas respuestas, manteniendo intacto el entorno digital. Sin embargo, si no se aborda el entorno mediático que alimenta la polarización y reduce las disparidades socioeconómicas, los esfuerzos por cultivar la civilidad correrían el riesgo de abordar los síntomas en lugar de las fuentes de animosidad. Para lograr el objetivo de reducir el credo, debemos combinar las perspectivas conductuales con reformas institucionales que influyan en los incentivos de las plataformas mediáticas para promover el partidismo y que contribuyan a reducir la desigualdad económica.
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En “Creencia: Cómo Dejar de Odiar a la Gente con la que no Estás de Acuerdo”, el científico del comportamiento Paul Dolan se distancia de estos esfuerzos, enfatizando que su proyecto no trata de reducir la polarización de opiniones. En cambio, el académico inglés aborda una forma específica de polarización que se caracteriza por la hostilidad o las emociones negativas inducidas por las diferencias de opinión, lo que él denomina «credismo». Sin embargo, Dolan argumenta que las personas pueden tolerar posturas extremas sin desprecio mutuo. Invita a los lectores a cambiar su perspectiva, pasando de lo que la gente cree a cómo se sienten respecto a quienes tienen creencias diferentes. Este enfoque en el afecto, en lugar del desacuerdo sustancial, distingue la contribución de Dolan de los enfoques más convencionales sobre la polarización.
Mitigar la hostilidad
La afirmación de Dolan de que podemos reducir los sentimientos de hostilidad sin cambiar la extrema gravedad de las creencias tiene un supuesto subyacente: la extrema gravedad de las opiniones no constituye una condición necesaria para la polarización afectiva. Esta perspectiva considera que la polarización ideológica (desacuerdo político) y la polarización afectiva (hostilidad emocional) son fenómenos separados y no están interrelacionados. Este supuesto es importante porque estar de acuerdo o en desacuerdo con él indicaría intervenciones divergentes para mitigar la polarización afectiva. Dolan adopta la perspectiva de que la polarización afectiva se debe principalmente a la identidad de grupo, más que a diferencias políticas sustanciales.
Sin embargo, esta suposición no es trivial ni indiscutible. La evidencia indica que la polarización ideológica contribuye significativamente a la polarización afectiva. La investigación experimental sugiere que la descripción de candidatos políticos como moderados o extremistas influye en las emociones de los votantes hacia ellos. Además, estudios recientes han descubierto que, cuando ambas entran en conflicto, las personas se preocupan más por las posturas políticas sustanciales que por la lealtad partidista. Con el auge de las posturas extremas, las diferencias políticas se vuelven más pronunciadas y moralizadas. Las personas perciben mayores riesgos y formulan evaluaciones afectivas, que transforman los desacuerdos en límites morales del bien y del mal.
Creencias y empatía
La suposición de Dolan sobre los orígenes de la polarización afectiva fundamenta su marco para reducir la hostilidad emocional. Propone aumentar la tolerancia hacia puntos de vista opuestos mediante intervenciones a nivel micro, en lugar de tomar medidas para influir en el entorno mediático y la polarización de las élites, lo que podría afectar directamente las diferencias políticas. Anima a las personas a considerar los factores situacionales al evaluar a los demás, a aprender de sus errores, a destacar los puntos en común, a fundamentar sus posturas con evidencia convincente, a gestionar sus respuestas emocionales ante el desacuerdo, a garantizar la diversidad de experiencias en la toma de decisiones y a pasar tiempo con personas que comparten creencias opuestas. Estas estrategias, respaldadas por la evidencia de estudios conductuales sobre su eficacia, buscan aumentar la interacción y la empatía entre las distintas creencias. Sin embargo, Dolan no considera las barreras del entorno, como las burbujas algorítmicas creadas por los canales de contenido personalizado y la retórica altamente polarizada de las élites, que pueden dificultar la aplicación de estos cambios de comportamiento.
Democracia y polarización
Si bien destaca el papel de los factores situacionales en relación con las políticas públicas, Dolan argumenta que la legitimidad del proceso de formulación de políticas puede ayudar a reducir el credismo. En sus palabras: «Si los procesos del entorno son legítimos, esperamos ver menos credismo. […] En las democracias liberales, la mayoría de la gente aprecia que las creencias contrapuestas se pongan a prueba en las urnas». (80) Es importante destacar que el punto de Dolan no se centra en cómo las instituciones democráticas pueden contribuir a reducir las diferencias políticas, sino en su capacidad para hacer más aceptables las posturas opuestas. Esto refleja una visión optimista de la relación entre las prácticas democráticas y la polarización afectiva. El referéndum del Brexit en el Reino Unido fue un ejercicio democrático, pero la votación profundizó las fracturas sociales y territoriales.
La confianza de Dolan en la razón y la evidencia como remedios para el credismo también merece un escrutinio. Sugiere que fomentar un análisis racional de los hechos puede mitigar la hostilidad. Sin embargo, las investigaciones en psicología cognitiva y comunicación política demuestran consistentemente que las personas rara vez cambian de opinión ante nueva información. Cuando las personas se aferran a sus creencias debido a su posición extremista, recurren al razonamiento motivado, aceptando la información que se alinea con su grupo y descartando o desconfiando de la que no.
Los límites de la empatía
En entornos con posturas extremas, la evidencia del «otro bando» no solo se rechaza, sino que se ve con sospecha. Por ejemplo, las diferencias políticas sobre la obligatoriedad de la vacuna contra la COVID-19 dieron lugar a insultos personales contra científicos en un intento de desacreditar la evidencia científica. Por lo tanto, el énfasis de Dolan en el discurso racional subestima el poder de la cognición impulsada por las posturas políticas. Y es probable que la ampliación de las diferencias políticas debido a las posturas extremas fomente el uso del razonamiento motivado para interpretar la información y evaluar la evidencia.
Además, la apelación de Dolan a la empatía y a la adopción de perspectivas, si bien encomiable, conlleva una asimetría implícita. Adoptar la perspectiva de la otra parte presupone que todas las partes entablan un diálogo en igualdad de condiciones. Sin embargo, para las personas o grupos cuyas identidades están marginadas o históricamente devaluadas, interactuar con creencias opuestas puede conllevar costos psicológicos y sociales significativos, especialmente cuando el punto de vista de la otra parte puede negar sus derechos fundamentales o su humanidad. Pedir a estas personas que empaticen con perspectivas hostiles conlleva el riesgo de reforzar las desigualdades bajo la apariencia de civilidad. En tales casos, las apelaciones a la tolerancia no son neutrales y, en cambio, imponen una carga desproporcionada a quienes ya se ven obligados a defender su dignidad o existencia. Esta tensión pone de manifiesto los límites de las prescripciones conductuales: la empatía y la participación, si bien valiosas, no pueden sustituir la justicia ni la igualdad en las relaciones sociales.
Civilidad
El optimismo que subyace al enfoque de Dolan subestima hasta qué punto las respuestas afectivas pueden tener su origen en desacuerdos ideológicos que se han agudizado debido a los algoritmos de las redes sociales, la desigualdad de ingresos y la polarización de las élites. Las plataformas de redes sociales, impulsadas por el afán de aumentar la participación de los usuarios, promueven contenido extremista. Además, las investigaciones sugieren que la creciente desigualdad de ingresos contribuye a la adopción de posturas extremas por parte de los partidos políticos. Si bien reconoce el papel del «ámbito digital» en el desencadenamiento de respuestas emocionales, Dolan insta a las personas a gestionar dichas respuestas, manteniendo intacto el entorno digital. Sin embargo, si no se aborda el entorno mediático que alimenta la polarización y reduce las disparidades socioeconómicas, los esfuerzos por cultivar la civilidad correrían el riesgo de abordar los síntomas en lugar de las fuentes de animosidad. Para lograr el objetivo de reducir el credo, debemos combinar las perspectivas conductuales con reformas institucionales que influyan en los incentivos de las plataformas mediáticas para promover el partidismo y que contribuyan a reducir la desigualdad económica.
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