Amnesiastas

[Rodolfo Aliaga]

Además de polvo de estrellas, que viene a constituir en verdad un respetable caldo químico que hizo posible la vida en el planeta azul, también estamos hechos de otras cosas y de otros asuntos, de esos que se acumulan, útiles e inútiles, en la memoria. Los cuervos, se ha sabido no hace mucho, acumulan rencor en la memoria. No olvidan un agravio, un espantapájaros, un Poe escribiendo sobre sus oscuridades mientras ingiere un poco de láudano diluido en un ajenjo verde como el te quiero verde de Lorca fusilado por motivos políticos desde todo punto de vista, de quien ordena y de quien dispara. En la memoria de los desmemoriados suelen desaparecer las acciones del pasado para justificar las acciones del presente. Así, se facilitan nuevas decisiones que irán a repetir las antiguas, olvidadas con frecuencia, a propósito. De hecho, hay grupos de individuos pensantes que planifican los olvidos colectivos para organizar sociedades más convenientes para sus intereses. Se borran los hechos que podrían desfavorecer a su narración histórica y se remplazan por otros, aunque extraños, apropiados para el ejercicio del poder. Cuando el sujeto que manda hace que el otro vea cuatro dedos donde hay cinco, habrá borrado no solo la memoria sino la voluntad. Sin voluntad y sin memoria, el resultado es un individuo sin individualidad. Eso, multiplicado por miles, da lugar a una sociedad ideal, para el disfrute de unos pocos. Que estarían dispuestos a cualquier arbitrariedad para no dejar el poder ni siquiera el día del arquero, que entre otras cosas, si no sabe colocarse bien, espacialmente, andará volando como un Superman en estado alterado, para atrapar la pelota. Eso, también es cosa de memoria. Un arquero puede olvidar saber colocarse bien en su portería. Un hincha, puede olvidar un día su afinidad a una camiseta y adoptar otra, en medio del partido. Pasa también con las militancias de toda índole. La memoria selectiva es una de las mejores herramientas para destacar cambios radicales en la existencia. Ayer usaba una polera con Fidel fumando, estampado en el pecho, hoy la usa para limpiar el piso marmolado de la cocina en la que huele a cardamomo y a otras especias llegadas desde la India hace muchos siglos, para la construcción de nuevas gastronomías que en algún momento serán olvidadas y remplazadas por alimentos impresos en 3D, mandados como obligación por un grupo de millonarios que, para salvar al planeta, borran de la memoria colectiva los significados de las palabras disenso, coraje y libertad. Y van a su nuevo encuentro, montados en un jet con el que sueña tener algún día, la Greta, para olvidar, nada más.

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También de amores y pasiones está plagada la memoria. De traiciones, de deudas con la señora de la tienda o con la obra poética. De sonidos suaves, del olor a tierra húmeda, de las formas de una flor de arveja, recién alumbrada por el sol de la madrugada, en el campo santo.

(*) Óscar García es compositor y escritor​

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