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Pablo Deheza
Guest
En 1985, el cine de terror vivía una ebullición de efectos prácticos e innovadores y mezclas de géneros, donde destacan zombis, vampiros y películas de jóvenes en peligro, aunque para algunos especialistas era un periodo donde las secuelas del género slasher (asesinos psicópatas) se agotaban; una película inesperadamente irrumpió en las salas reflejando violencia, humor negro y una actitud punk que daría un nuevo aire al cine zombi instaurado en 1968 por George Romero. El regreso de los muertos vivientes (The Return of the Living Dead) revitalizó el cine de los muertos cambiando algunas de las reglas que parecían condenar a los filmes de este género a repetirse. Hoy, 40 años después de su estreno, la película dirigida por Dan O’Bannon es un ícono cultural que se ha convertido en referente obligado si se quiere comprender el terror contemporáneo.
A diferencia de muchas películas, el filme ha envejecido de buena manera, ganando seguidores por la mezcla de comedia, crítica social, gore (violencia gráfica explícita) y la estética contracultural que sigue presentando un diálogo angustiante que se refleja en el presente: la desconfianza hacia las instituciones, el miedo al colapso social, el abuso del poder militar y el temor a una ciencia que juega a ser Dios. Si bien tuvo otras secuelas, cada una de ellas perdió o recuperó algo de la primera y para la mayoría de los fans son consideradas como flojas en el guion o con problemas en los efectos.
Dan O’Bannon: el director que rompió las reglas del apocalipsis
Después del éxito de La noche de los muertos vivientes (1968), surgió un problema legal entre George Romero y John A. Russo, coautor del guion original de la película, quien decidió adaptar su propia novela The Return of the Living Dead para una secuela y para ello quería un estilo narrativo que se alejara de lo planteado hasta entonces por Romero. Para ello se pensó en Dan O’Bannon, que era conocido por su trabajo en Alien y Dark Star. Este aceptó dirigir y reescribir la historia, pero solo lo haría si podía infundirle algo de comedia negra y un enfoque propio, alejándose del horror serio y claustrofóbico.
O’Bannon retomó las ideas sobre químicos militares y muertos vivientes, pero también se planteó alejarse de lo señalado en La noche de los muertos vivientes o El amanecer de los muertos de George Romero. El resultado fue una película que eliminaba ese romanticismo apocalíptico de sobrevivientes heroicos con finales medianamente optimistas. El resultado es el caos y la incompetencia del ser humano para hacer frente a una infección que, una vez liberada, resulta imposible de contener.
Una narrativa que combina terror, sátira y tragedia
La historia del filme inicia en un almacén médico militar con dos trabajadores que manipulan unos barriles con un gas experimental, Trioxin 245, el cual se libera y, como resultado, los muertos de un cementerio cercano son contaminados, desatando un apocalipsis zombi.
Desde ese punto, la narrativa abandona la lógica clásica de las películas de ese género para sostenerse en base a una comedia grotesca y el horror existencial. Los protagonistas no son los héroes clásicos, son personas comunes, empleados mediocres, punks marginales y autoridades incompetentes que no saben qué hacer y que pueden ser radicales en sus tomas de decisión.
Uno de los aportes más relevantes y significativos es que los zombis hablan, tienen un razonamiento; también se explica por qué comen cerebros; ya no es un hambre instintiva, se trata de detener el dolor que sienten por estar muertos. En resumen, el aporte principal es que el zombi deja de ser una bestia irracional y se transforma en un ser trágico que no es culpable de su condena.
El zombi como símbolo del siglo XX
La película de O’Bannon realiza una radiografía política de la Guerra Fría y el miedo que había en toda esa década por el uso y creación de armamento químico, nuclear, los secretos militares que generan una mentira institucional. Aquí el ejército no aparece como un salvador, sino como el verdadero causante del desastre.
Tanto los civiles como los zombis se convierten en víctimas del abuso tecnológico y militar, algo que se refleja en las otras secuelas de la franquicia, y no como una simple maldición sobrenatural.
La película, además, realizó una crítica a cómo la sociedad había marginado a ciertos sectores de la sociedad norteamericana; para ello se representó a jóvenes con una estética punk: personajes sin futuro claro ni empleo estable, que mostraban la falta de pertinencia social. Ellos fueron los primeros en caer y ser convertidos en muertos vivientes, una metáfora que denuncia cómo el sistema los abandona y los transforma en monstruos.
Más allá de la denuncia política que realizó la película, el guion de O’Bannon cambió la percepción del zombi lento, torpe, silencioso y vulnerable a un disparo en la cabeza que planteaban los filmes de Romero, por un muerto viviente rápido, que habla, razona y es casi indestructible. Estos cambios convirtieron al zombi en una amenaza más real, pues no bastaba con correr, resistir o pensar que la humanidad siempre puede ganar. Este modelo de zombi influyó en otras películas, novelas, cómics y videojuegos a lo largo del siglo XX y el siglo XXI.
Un ícono cultural más allá del cine
40 años han pasado y El regreso de los muertos vivientes se convirtió en una obra de culto por la utilización de una banda sonora que mezcla punk/new wave de los 80 con canciones de rock clásico, que sirvió para crear una atmósfera que acompaña el humor negro y horror adolescente, y que encapsula perfectamente el tono de la película, creando una identidad sonora. ¿Quién no recuerda el tema Tonight (We’ll Make Love Until We Die) que se enlaza con el personaje de Trash, que se convierte en un símbolo sexual y figura transgresora que marcó a toda una generación? En definitiva, la música es inseparable de las escenas y captura la esencia y nostalgia del cine de los años 80.
El impacto cultural que tuvo y tiene se refleja en el manejo de la estética punk que nos mostró y cómo acercó a esa cultura underground denunciando cómo el sistema deja de lado a sectores de la sociedad por considerarlos descartables.
Un icono visual es el personaje de Tarman, zombi con aspecto grotesco que se convirtió en referente de la película y que se ha convertido en un personaje icónico por derecho propio, más allá del filme.
El esperado remake: ¿resurrección o profanación?
Son varios años los que se menciona en Hollywood la intención para la realización de una nueva versión de El regreso de los muertos vivientes. El proyecto a lo largo de estas 4 décadas ha cambiado de productores, se habló de diferentes guiones y en repetidas ocasiones se mencionaron fechas. Pero, ¿cómo adaptas la historia a los miedos del siglo XXI, donde las amenazas se asocian con pandemias, la inteligencia artificial, la manipulación genética o el colapso ambiental? El reto tendría que ser mantener ese espíritu crítico y provocador de O’Bannon sin convertir el filme en un simple producto que recurre a lo nostálgico, como ocurrió el año pasado con la película The Crow.
Si bien hasta ahora no hay una fecha oficial, en la pasada Navidad circuló un teaser de Tarman arrastrando un árbol de Navidad por un cementerio que al final anunciaba una nueva película para la Navidad de este año bajo el guion y la dirección de Steve Wolsh. Actualmente, se habla de que la película sería lanzada en 2026 sin una fecha clara.
Un legado que se niega a morir
A cuatro décadas de su estreno, El regreso de los muertos vivientes demuestra que el verdadero cine de terror no envejece, pues sigue siendo una obra provocadora y vigente gracias a un guion que supo leer el tiempo.
En una era que está marcada por los avances tecnológicos y las crisis sanitarias que asustan y hacen pensar en futuras pandemias, la idea de muertos vivientes que caminan y se alimentan de cerebros está vigente porque el horror no nace de estos seres, sino de una advertencia que nos recuerda que la sociedad del siglo XXI insiste en tropezar con los mismos cadáveres del pasado.
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A diferencia de muchas películas, el filme ha envejecido de buena manera, ganando seguidores por la mezcla de comedia, crítica social, gore (violencia gráfica explícita) y la estética contracultural que sigue presentando un diálogo angustiante que se refleja en el presente: la desconfianza hacia las instituciones, el miedo al colapso social, el abuso del poder militar y el temor a una ciencia que juega a ser Dios. Si bien tuvo otras secuelas, cada una de ellas perdió o recuperó algo de la primera y para la mayoría de los fans son consideradas como flojas en el guion o con problemas en los efectos.
Dan O’Bannon: el director que rompió las reglas del apocalipsis
Después del éxito de La noche de los muertos vivientes (1968), surgió un problema legal entre George Romero y John A. Russo, coautor del guion original de la película, quien decidió adaptar su propia novela The Return of the Living Dead para una secuela y para ello quería un estilo narrativo que se alejara de lo planteado hasta entonces por Romero. Para ello se pensó en Dan O’Bannon, que era conocido por su trabajo en Alien y Dark Star. Este aceptó dirigir y reescribir la historia, pero solo lo haría si podía infundirle algo de comedia negra y un enfoque propio, alejándose del horror serio y claustrofóbico.
O’Bannon retomó las ideas sobre químicos militares y muertos vivientes, pero también se planteó alejarse de lo señalado en La noche de los muertos vivientes o El amanecer de los muertos de George Romero. El resultado fue una película que eliminaba ese romanticismo apocalíptico de sobrevivientes heroicos con finales medianamente optimistas. El resultado es el caos y la incompetencia del ser humano para hacer frente a una infección que, una vez liberada, resulta imposible de contener.
Una narrativa que combina terror, sátira y tragedia
La historia del filme inicia en un almacén médico militar con dos trabajadores que manipulan unos barriles con un gas experimental, Trioxin 245, el cual se libera y, como resultado, los muertos de un cementerio cercano son contaminados, desatando un apocalipsis zombi.
Desde ese punto, la narrativa abandona la lógica clásica de las películas de ese género para sostenerse en base a una comedia grotesca y el horror existencial. Los protagonistas no son los héroes clásicos, son personas comunes, empleados mediocres, punks marginales y autoridades incompetentes que no saben qué hacer y que pueden ser radicales en sus tomas de decisión.
Uno de los aportes más relevantes y significativos es que los zombis hablan, tienen un razonamiento; también se explica por qué comen cerebros; ya no es un hambre instintiva, se trata de detener el dolor que sienten por estar muertos. En resumen, el aporte principal es que el zombi deja de ser una bestia irracional y se transforma en un ser trágico que no es culpable de su condena.
El zombi como símbolo del siglo XX
La película de O’Bannon realiza una radiografía política de la Guerra Fría y el miedo que había en toda esa década por el uso y creación de armamento químico, nuclear, los secretos militares que generan una mentira institucional. Aquí el ejército no aparece como un salvador, sino como el verdadero causante del desastre.
Tanto los civiles como los zombis se convierten en víctimas del abuso tecnológico y militar, algo que se refleja en las otras secuelas de la franquicia, y no como una simple maldición sobrenatural.
La película, además, realizó una crítica a cómo la sociedad había marginado a ciertos sectores de la sociedad norteamericana; para ello se representó a jóvenes con una estética punk: personajes sin futuro claro ni empleo estable, que mostraban la falta de pertinencia social. Ellos fueron los primeros en caer y ser convertidos en muertos vivientes, una metáfora que denuncia cómo el sistema los abandona y los transforma en monstruos.
Más allá de la denuncia política que realizó la película, el guion de O’Bannon cambió la percepción del zombi lento, torpe, silencioso y vulnerable a un disparo en la cabeza que planteaban los filmes de Romero, por un muerto viviente rápido, que habla, razona y es casi indestructible. Estos cambios convirtieron al zombi en una amenaza más real, pues no bastaba con correr, resistir o pensar que la humanidad siempre puede ganar. Este modelo de zombi influyó en otras películas, novelas, cómics y videojuegos a lo largo del siglo XX y el siglo XXI.
Un ícono cultural más allá del cine
40 años han pasado y El regreso de los muertos vivientes se convirtió en una obra de culto por la utilización de una banda sonora que mezcla punk/new wave de los 80 con canciones de rock clásico, que sirvió para crear una atmósfera que acompaña el humor negro y horror adolescente, y que encapsula perfectamente el tono de la película, creando una identidad sonora. ¿Quién no recuerda el tema Tonight (We’ll Make Love Until We Die) que se enlaza con el personaje de Trash, que se convierte en un símbolo sexual y figura transgresora que marcó a toda una generación? En definitiva, la música es inseparable de las escenas y captura la esencia y nostalgia del cine de los años 80.
El impacto cultural que tuvo y tiene se refleja en el manejo de la estética punk que nos mostró y cómo acercó a esa cultura underground denunciando cómo el sistema deja de lado a sectores de la sociedad por considerarlos descartables.
Un icono visual es el personaje de Tarman, zombi con aspecto grotesco que se convirtió en referente de la película y que se ha convertido en un personaje icónico por derecho propio, más allá del filme.
El esperado remake: ¿resurrección o profanación?
Son varios años los que se menciona en Hollywood la intención para la realización de una nueva versión de El regreso de los muertos vivientes. El proyecto a lo largo de estas 4 décadas ha cambiado de productores, se habló de diferentes guiones y en repetidas ocasiones se mencionaron fechas. Pero, ¿cómo adaptas la historia a los miedos del siglo XXI, donde las amenazas se asocian con pandemias, la inteligencia artificial, la manipulación genética o el colapso ambiental? El reto tendría que ser mantener ese espíritu crítico y provocador de O’Bannon sin convertir el filme en un simple producto que recurre a lo nostálgico, como ocurrió el año pasado con la película The Crow.
Si bien hasta ahora no hay una fecha oficial, en la pasada Navidad circuló un teaser de Tarman arrastrando un árbol de Navidad por un cementerio que al final anunciaba una nueva película para la Navidad de este año bajo el guion y la dirección de Steve Wolsh. Actualmente, se habla de que la película sería lanzada en 2026 sin una fecha clara.
Un legado que se niega a morir
A cuatro décadas de su estreno, El regreso de los muertos vivientes demuestra que el verdadero cine de terror no envejece, pues sigue siendo una obra provocadora y vigente gracias a un guion que supo leer el tiempo.
En una era que está marcada por los avances tecnológicos y las crisis sanitarias que asustan y hacen pensar en futuras pandemias, la idea de muertos vivientes que caminan y se alimentan de cerebros está vigente porque el horror no nace de estos seres, sino de una advertencia que nos recuerda que la sociedad del siglo XXI insiste en tropezar con los mismos cadáveres del pasado.
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