¿Una Navidad para sonreír?

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Fausto Segovia Baus

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Recuerdo un ensayo de Gabriel García Márquez, cuando escribió que no le gustaba la Navidad porque es una fiesta desigual; es decir, entre los que disfrutan y los millones de niños y niñas del planeta que estaban privados de sus derechos, en condiciones infrahumanas y excluidos de las luces y centellas, de los cantos de paz, de los obsequios, de los abrazos y sobre todo de un pan en sus estómagos.

El autor de “Cien años de soledad” expresó que “en Navidad, en nombre de la felicidad humana – ¿inhumana? -, se sacrifican en estas fiestas paganas millones de pavos, que nada han hecho de malo para recibir tal maltrato”. ¡E intentó –sin suerte- una cruzada mundial a favor de los pavos!

Símbolos y marcas​


Estos pensamientos vienen a la mente cuando se rememoran los escenarios pasados al acercarse la fiesta principal de la cristiandad: la Navidad.

En rigor hay que reconocer que la Navidad se ha desnaturalizado, por obra y gracia – ¿o desgracia? – de un fenómeno que cambió el mundo
, que trastocó los valores antes considerados importantes, para ser convertidos en objetos que se compran y se venden al mejor postor.

Para ello contribuyeron nuevos símbolos –reconocidos como marcas registradas- que aparecieron en el escenario global. Me refiero a San Nicolás, convertido en Papá Noel, un hombre gordo, vestido de rojo, quien con su voz inconfundible hizo reír a la humanidad, al traer obsequios en un carro largo halado por ciervos. Luego aparecieron los árboles, la escarcha, los juguetes y el círculo se cerró con la simbiosis más extraña: la colocación del árbol y Papá Noel junto –nada menos- que, al Niño Jesús, el salvador del mundo, nacido en un humilde pesebre.

Dos visiones​


Este fenómeno llamado por Néstor García Canclini “hibridación cultural” constituye una manifestación que une dos visiones del mundo: lo cristiano y lo pagano. La fiesta religiosa, en este contexto, lucha por sobrevivir en un escenario en el que predomina la competencia, frente a valores más internos e intensos, asociados al cambio del corazón.

En este tráfago, el Papá Noel parece competir con el Niño Dios, quien, en sus pajitas y su ambiente de campo, entre vacas, terneros y gallinas, espera ser la verdadera Luz –no el bombillo- que ilumine el mundo.

La bolsa de valores​


2025 ha sido muy duro para nuestro mundo. Las guerras -Rusia-Ucrania, Israel y Gaza- han ensombrecido a la humanidad; las agresiones a los migrantes en diversas partes del planeta; las “guerras invisibles” -el hambre, las enfermedades y la pobreza-; la inoperancia de la ONU; el cambio climático y los terremotos; la aparición de mafias narcoterroristas que desestabilizan a los Estados; y, las amenazas de la inteligencia artificial en el marco dela revolución tecnológica, son signos de que algo anda mal.

En ese contexto, la bolsa de Papá Noel –y no es ironía- ha quedado vacía, cuando las economías han recibido el golpe más tremendo de su historia, porque los valores de la bolsa (de valores humanos) no existen cuando el mercado ha saqueado a la Ética, como dice Noham Chomsky.

¿Dónde están los hombres y mujeres de buena voluntad?
Las risas postizas de Papá Noel no convencen cuando prevalecen las lacras profundas en las familias y en todo el cuerpo social. ¡Las verdaderas sonrisas están en el corazón!

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