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Gabriela Quiroz
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Se trata de los jóvenes entre 18 y 27 años. No recuerdan un país en calma. Crecieron hiperconectados, pasaron por una pandemia y tienen vínculos frágiles. Llegan a la adultez en medio de violencia, incertidumbre y pocas certezas sobre el futuro. Crecieron sin mayores espacios para influir en decisiones que afectan su presente. Esta es la voz -y el silencio- de la generación Z de Ecuador.
Son más del 20% de la población ecuatoriana y una parte importante del electorado joven. Entran al mundo adulto en un periodo más violento e inestable del país en décadas. Enfrentan precariedad laboral, migración creciente y un sistema educativo que no siempre responde a su ritmo ni a sus expectativas. A eso se suma un cambio generacional global: esta cohorte habla de salud mental, cuestiona jerarquías tradicionales, busca propósito en el trabajo y se mueve entre lo local y lo global. Lo que piensan, sienten y esperan influirá en la economía, la educación y la política del país en la próxima década.
Según el Censo 2022, los jóvenes de 18 a 27 años se concentran sobre todo en las zonas urbanas y representan una población diversa y móvil. Esa movilidad responde a varias presiones:
Siete jóvenes de Quito, Riobamba, Manta, Machala, Cuenca y Napo compartieron sus puntos de vista sobre: seguridad, medioambiente, salud mental, participación ciudadana, empleo y condiciones de vida. Sus testimonios completos pueden explorarse en esta herramienta interactiva:
Paco Arévalo, director académico de la UTE, observa un cambio profundo en la mentalidad estudiantil.
Dice que, para esta generación, el éxito ya no se mide por el título en la pared. “La expectativa actual no es el estatus, sino la aplicabilidad y el propósito”, señala. Los jóvenes evalúan qué podrán hacer con lo que aprenden y cómo ese conocimiento impactará su vida real.
Arévalo explica que muchos estudiantes sienten una brecha entre el ritmo del mundo y el ritmo de la educación. La generación Z creció en lo digital y espera procesos ágiles, flexibles y participativos. Chocan, por ejemplo, con trámites largos, formatos rígidos o clases magistrales sin interacción.
También pide una formación que los prepare para un mercado laboral cambiante. Buscan conexiones reales, habilidades blandas, trabajo colaborativo y preparación tecnológica. Si la educación sigue aferrada a planes monolíticos, no los estamos entrenando para la realidad, advierte.
Para él, la transición hacia una economía de conocimiento requiere articular al Estado, las universidades y el sector productivo. Sin ese esfuerzo, los jóvenes no encontrarán espacio para desarrollarse en el país.
Natalia Vizcaíno, psicóloga clínica de la UDLA, describe a una generación expuesta a una presión emocional constante. La hiperconectividad los acerca a miles de contenidos, pero no necesariamente a sus entornos cercanos. “Es una generación muy conectada al exterior y poco acompañada”, afirma.
La comparación permanente en redes sociales alimenta ansiedad, sensación de insuficiencia y frustración. También refuerza una idea de éxito inalcanzable para muchos, sobre todo en un país con precariedad laboral y pocas posibilidades de independencia económica.
Vizcaíno identifica ansiedad y desesperanza como estados frecuentes. Explica que la inseguridad, la migración interna y externa, y la falta de oportunidades crean un “miedo al futuro” que pesa en su salud mental. Señala que la cobertura existente es insuficiente y se concentra en la atención hospitalaria, cuando el país necesita prevención y apoyo comunitario. “La inversión en salud mental debe estar en el primer nivel”, insiste.
Ignorar estas necesidades, dice, tiene consecuencias: aumento del riesgo suicida, deserción educativa, baja productividad y mayor vulnerabilidad en jóvenes sin redes de apoyo.
La generación Z no pide privilegios. Busca condiciones mínimas para construir una vida adulta viable en Ecuador. Entre sus expectativas más claras están:
La generación Z ecuatoriana no está desconectada. Está cansada de sobrevivir un país incierto. No exige lo imposible: solo pide que Ecuador funcione. Su decisión de quedarse o irse dependerá de si el país escucha esta demanda básica de seguridad, oportunidades y futuro.
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¿Por qué hablar de la generación Z ahora?
Son más del 20% de la población ecuatoriana y una parte importante del electorado joven. Entran al mundo adulto en un periodo más violento e inestable del país en décadas. Enfrentan precariedad laboral, migración creciente y un sistema educativo que no siempre responde a su ritmo ni a sus expectativas. A eso se suma un cambio generacional global: esta cohorte habla de salud mental, cuestiona jerarquías tradicionales, busca propósito en el trabajo y se mueve entre lo local y lo global. Lo que piensan, sienten y esperan influirá en la economía, la educación y la política del país en la próxima década.
¿Quiénes son los ‘Gen Z’ y cómo viven?
Según el Censo 2022, los jóvenes de 18 a 27 años se concentran sobre todo en las zonas urbanas y representan una población diversa y móvil. Esa movilidad responde a varias presiones:
- Empleo: altas tasas de informalidad juvenil y dificultades para acceder a trabajos dignos. La tasa de desempleo, entre 15 y 24 años, en octubre de 2025 es la más alta: 41%.
- Pobreza y desigualdad: los jóvenes de hogares de ingresos bajos tienen menos oportunidades de formación y estabilidad. Tres de cada diez hijos de familias pobres (30,2 %) nunca logran salir de esa situación, según estudio del INEC. Un trabajador formal gana en entre 470 y 710 dólares, en el sector informal el ingreso llega a 260 dólares.
- Migración: Ecuador registra un incremento de jóvenes que consideran salir del país para estudiar o trabajar. En el Censo del 2022 se reportaron 124 992 personas emigrantes, principalmente, hombres y jóvenes, con un alto porcentaje de personas entre los 15 y 29 años, según el INEC.
- Seguridad: viven en un entorno marcado por homicidios, extorsiones y control territorial en varias zonas. La tasa nacional de homicidios a septiembre del 2025 es de 37,5 por cada 100 000 habitantes, un nivel crítico que evidencia la persistencia del crimen.
- Salud mental: la oferta pública sigue siendo limitada y la mayoría de programas está concentrada en ciudades grandes.
La voz de siete jóvenes de la generación Z de Ecuador
Siete jóvenes de Quito, Riobamba, Manta, Machala, Cuenca y Napo compartieron sus puntos de vista sobre: seguridad, medioambiente, salud mental, participación ciudadana, empleo y condiciones de vida. Sus testimonios completos pueden explorarse en esta herramienta interactiva:
La visión de dos expertos en educación y psicología
Educación que haga sentido
Paco Arévalo, director académico de la UTE, observa un cambio profundo en la mentalidad estudiantil.
Dice que, para esta generación, el éxito ya no se mide por el título en la pared. “La expectativa actual no es el estatus, sino la aplicabilidad y el propósito”, señala. Los jóvenes evalúan qué podrán hacer con lo que aprenden y cómo ese conocimiento impactará su vida real.
Arévalo explica que muchos estudiantes sienten una brecha entre el ritmo del mundo y el ritmo de la educación. La generación Z creció en lo digital y espera procesos ágiles, flexibles y participativos. Chocan, por ejemplo, con trámites largos, formatos rígidos o clases magistrales sin interacción.
También pide una formación que los prepare para un mercado laboral cambiante. Buscan conexiones reales, habilidades blandas, trabajo colaborativo y preparación tecnológica. Si la educación sigue aferrada a planes monolíticos, no los estamos entrenando para la realidad, advierte.
Para él, la transición hacia una economía de conocimiento requiere articular al Estado, las universidades y el sector productivo. Sin ese esfuerzo, los jóvenes no encontrarán espacio para desarrollarse en el país.
Hiperconexión, soledad y ansiedad
Natalia Vizcaíno, psicóloga clínica de la UDLA, describe a una generación expuesta a una presión emocional constante. La hiperconectividad los acerca a miles de contenidos, pero no necesariamente a sus entornos cercanos. “Es una generación muy conectada al exterior y poco acompañada”, afirma.
La comparación permanente en redes sociales alimenta ansiedad, sensación de insuficiencia y frustración. También refuerza una idea de éxito inalcanzable para muchos, sobre todo en un país con precariedad laboral y pocas posibilidades de independencia económica.
Vizcaíno identifica ansiedad y desesperanza como estados frecuentes. Explica que la inseguridad, la migración interna y externa, y la falta de oportunidades crean un “miedo al futuro” que pesa en su salud mental. Señala que la cobertura existente es insuficiente y se concentra en la atención hospitalaria, cuando el país necesita prevención y apoyo comunitario. “La inversión en salud mental debe estar en el primer nivel”, insiste.
Ignorar estas necesidades, dice, tiene consecuencias: aumento del riesgo suicida, deserción educativa, baja productividad y mayor vulnerabilidad en jóvenes sin redes de apoyo.
Las expectativas de la generación Z del país
La generación Z no pide privilegios. Busca condiciones mínimas para construir una vida adulta viable en Ecuador. Entre sus expectativas más claras están:
- Seguridad para moverse sin miedo.
- Empleo que permita independencia económica real.
- Educación flexible, útil y vinculada con la vida cotidiana.
- Salud mental con acceso preventivo y oportuno.
- Participación donde su voz tenga impacto y no sea simbólica.
- Acción climática concreta y sostenida.
La generación Z ecuatoriana no está desconectada. Está cansada de sobrevivir un país incierto. No exige lo imposible: solo pide que Ecuador funcione. Su decisión de quedarse o irse dependerá de si el país escucha esta demanda básica de seguridad, oportunidades y futuro.
- Enlace externo: ¿Quiénes forman parte de la generación Z?
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