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Pablo Deheza
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El concepto de un «Sur Global» ha cobrado protagonismo en los debates estratégicos desde la pandemia de COVID-19, y especialmente tras el conflicto entre Rusia y Ucrania. Con la creciente presencia de grupos como los BRICS, el G77, la ASEAN, la Unión Africana (UA) y la Comunidad Latinoamericana (CELAC), parece estar tomando forma un mundo «multipolar». Pero la cuestión polémica no es el auge de este fenómeno, sino la pregunta: ¿se convertirá el Sur realmente en una fuerza capaz de moldear el orden internacional o se quedará en un mero discurso simbólico carente de cohesión intrínseca?
En los últimos dos años, el discurso de un «Sur Global» ha cobrado mayor fuerza que nunca. Esta frase no solo se ha repetido en discursos de líderes de India, Sudáfrica, Brasil e Indonesia, sino que también ha resonado en foros influyentes como el G20, los BRICS y las Naciones Unidas. El denominador común de estos mensajes es el deseo de reformar el orden internacional actual, donde las naciones en desarrollo aspiran a recuperar el lugar y la voz que les corresponde en la esfera del poder global.
En la Cumbre Ampliada de los BRICS de 2023 en Johannesburgo, se observó un avance institucional sin precedentes: los BRICS no solo ampliaron su membresía, sino que también manifestaron claramente su ambición de convertirse en una superpotencia económica y política que sustituya al orden occidental. Iniciativas como la moneda de pago de los BRICS, el fondo de desarrollo del Nuevo Banco de Desarrollo (NDB) y los acuerdos bilaterales de intercambio de divisas se están implementando como pasos iniciales para crear una existencia paralela con las instituciones lideradas por Occidente.
Sin embargo, la presencia no equivale a fuerza estratégica. El Sur está más presente, pero su nivel de cohesión, en términos de valores, intereses y acciones, sigue siendo bastante fragmentado.
La diversidad inherente del Sur global dificulta que este concepto se concrete en una entidad política y estratégica unificada. Bajo un mismo nombre, vemos profundas disparidades entre potencias emergentes como China, India y Brasil y naciones pequeñas y vulnerables de África, Asia o América Latina. Las diferencias de escala, modelos de desarrollo y orientaciones estratégicas implican que sus intereses no solo son inconsistentes, sino, en muchos casos, contradictorios, convirtiendo al «Sur» en un espacio de competencia latente en lugar de un verdadero bloque.
India, por ejemplo, se esfuerza por posicionarse como una voz representativa del hemisferio sur, a la vez que forja vínculos más estrechos con Occidente a través de mecanismos como el Quad y el G20. Mientras tanto, China, a pesar de abogar constantemente por un orden mundial multipolar, enfrenta crecientes críticas de los países africanos y de la ASEAN por sus políticas de inversión que generan una «trampa de deuda» y sus acciones expansionistas en el Mar de China Meridional. Incluso dentro de los BRICS, la abrumadora influencia de Pekín ha suscitado la preocupación de que el bloque se esté convirtiendo gradualmente en un «segundo Occidente» con características chinas.
Además, la falta de un conjunto compartido de valores, como los principios de democracia, transparencia o buena gobernanza, sigue siendo un obstáculo importante para los esfuerzos por construir consenso dentro del Sur Global. Mientras algunos países persiguen modelos de desarrollo basados en el libre mercado y una profunda integración, como Chile y Kenia, muchos otros mantienen políticas proteccionistas, centralizadas y cerradas. Las diferencias en los trasfondos políticos y religiosos, que abarcan desde el islam, el hinduismo y el cristianismo ortodoxo hasta el ateísmo al estilo chino, complican aún más el panorama. Estas disparidades hacen que la perspectiva de coordinar una política exterior común para el Sur Global sea frágil, si no casi imposible.
Sin embargo, es innegable que los esfuerzos para fomentar la conectividad están en aumento. El Foro de Cooperación Sur-Sur en el marco de las Naciones Unidas, la Cumbre del MNOAL (Movimiento de Países No Alineados) y la Cumbre del Sur Global, organizada por la India, han creado nuevos espacios para compartir experiencias de desarrollo, promover la cooperación económica y expresar visiones comunes sobre la reforma institucional global. Varias iniciativas nuevas, como la Red de Centros de Cambio Climático de la ASEAN, el fondo de recuperación post-COVID y el Acuerdo Digital de la ASEAN, están ampliando el eje de la cooperación intrarregional.
Sin embargo, para que estos esfuerzos sean estratégicos, los países del Sur deben superar sus propias limitaciones. Necesitan replantear su relación con Occidente, no con una mentalidad de confrontación, sino con confianza e iniciativa. Al mismo tiempo, deben aceptar la diversidad en sus enfoques, sin dejar de basarse en el respeto al derecho internacional, alineándose con las tendencias globales en materia de reforma de las instituciones financieras y trabajando juntos para mejorar su resiliencia ante la crisis climática.
En este contexto, países de tamaño mediano como Indonesia, Vietnam, México y Chile emergen como vínculos cruciales, actuando como puentes no solo entre los países del Sur, sino también entre los hemisferios Sur y Norte. Con sistemas políticos relativamente estables, un crecimiento económico sostenible y una amplia experiencia en mecanismos multilaterales, tienen el potencial de convertirse en «Estados mediadores», ayudando a superar la brecha de intereses, interpretar las diferencias y fomentar el diálogo en un mundo cada vez más fragmentado.
El Sur Global está en auge, por supuesto; de eso no hay duda. Pero para convertirse en una fuerza que moldee el orden mundial, necesita más que una presencia constante. Necesita conexiones, la capacidad de proponer soluciones y, sobre todo, necesita construir una confianza estratégica entre sí. De lo contrario, el Sur Global seguirá siendo una mera metáfora que refleja aspiraciones en lugar de poder real.
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En los últimos dos años, el discurso de un «Sur Global» ha cobrado mayor fuerza que nunca. Esta frase no solo se ha repetido en discursos de líderes de India, Sudáfrica, Brasil e Indonesia, sino que también ha resonado en foros influyentes como el G20, los BRICS y las Naciones Unidas. El denominador común de estos mensajes es el deseo de reformar el orden internacional actual, donde las naciones en desarrollo aspiran a recuperar el lugar y la voz que les corresponde en la esfera del poder global.
En la Cumbre Ampliada de los BRICS de 2023 en Johannesburgo, se observó un avance institucional sin precedentes: los BRICS no solo ampliaron su membresía, sino que también manifestaron claramente su ambición de convertirse en una superpotencia económica y política que sustituya al orden occidental. Iniciativas como la moneda de pago de los BRICS, el fondo de desarrollo del Nuevo Banco de Desarrollo (NDB) y los acuerdos bilaterales de intercambio de divisas se están implementando como pasos iniciales para crear una existencia paralela con las instituciones lideradas por Occidente.
Sin embargo, la presencia no equivale a fuerza estratégica. El Sur está más presente, pero su nivel de cohesión, en términos de valores, intereses y acciones, sigue siendo bastante fragmentado.
La diversidad inherente del Sur global dificulta que este concepto se concrete en una entidad política y estratégica unificada. Bajo un mismo nombre, vemos profundas disparidades entre potencias emergentes como China, India y Brasil y naciones pequeñas y vulnerables de África, Asia o América Latina. Las diferencias de escala, modelos de desarrollo y orientaciones estratégicas implican que sus intereses no solo son inconsistentes, sino, en muchos casos, contradictorios, convirtiendo al «Sur» en un espacio de competencia latente en lugar de un verdadero bloque.
India, por ejemplo, se esfuerza por posicionarse como una voz representativa del hemisferio sur, a la vez que forja vínculos más estrechos con Occidente a través de mecanismos como el Quad y el G20. Mientras tanto, China, a pesar de abogar constantemente por un orden mundial multipolar, enfrenta crecientes críticas de los países africanos y de la ASEAN por sus políticas de inversión que generan una «trampa de deuda» y sus acciones expansionistas en el Mar de China Meridional. Incluso dentro de los BRICS, la abrumadora influencia de Pekín ha suscitado la preocupación de que el bloque se esté convirtiendo gradualmente en un «segundo Occidente» con características chinas.
Además, la falta de un conjunto compartido de valores, como los principios de democracia, transparencia o buena gobernanza, sigue siendo un obstáculo importante para los esfuerzos por construir consenso dentro del Sur Global. Mientras algunos países persiguen modelos de desarrollo basados en el libre mercado y una profunda integración, como Chile y Kenia, muchos otros mantienen políticas proteccionistas, centralizadas y cerradas. Las diferencias en los trasfondos políticos y religiosos, que abarcan desde el islam, el hinduismo y el cristianismo ortodoxo hasta el ateísmo al estilo chino, complican aún más el panorama. Estas disparidades hacen que la perspectiva de coordinar una política exterior común para el Sur Global sea frágil, si no casi imposible.
Sin embargo, es innegable que los esfuerzos para fomentar la conectividad están en aumento. El Foro de Cooperación Sur-Sur en el marco de las Naciones Unidas, la Cumbre del MNOAL (Movimiento de Países No Alineados) y la Cumbre del Sur Global, organizada por la India, han creado nuevos espacios para compartir experiencias de desarrollo, promover la cooperación económica y expresar visiones comunes sobre la reforma institucional global. Varias iniciativas nuevas, como la Red de Centros de Cambio Climático de la ASEAN, el fondo de recuperación post-COVID y el Acuerdo Digital de la ASEAN, están ampliando el eje de la cooperación intrarregional.
Sin embargo, para que estos esfuerzos sean estratégicos, los países del Sur deben superar sus propias limitaciones. Necesitan replantear su relación con Occidente, no con una mentalidad de confrontación, sino con confianza e iniciativa. Al mismo tiempo, deben aceptar la diversidad en sus enfoques, sin dejar de basarse en el respeto al derecho internacional, alineándose con las tendencias globales en materia de reforma de las instituciones financieras y trabajando juntos para mejorar su resiliencia ante la crisis climática.
En este contexto, países de tamaño mediano como Indonesia, Vietnam, México y Chile emergen como vínculos cruciales, actuando como puentes no solo entre los países del Sur, sino también entre los hemisferios Sur y Norte. Con sistemas políticos relativamente estables, un crecimiento económico sostenible y una amplia experiencia en mecanismos multilaterales, tienen el potencial de convertirse en «Estados mediadores», ayudando a superar la brecha de intereses, interpretar las diferencias y fomentar el diálogo en un mundo cada vez más fragmentado.
El Sur Global está en auge, por supuesto; de eso no hay duda. Pero para convertirse en una fuerza que moldee el orden mundial, necesita más que una presencia constante. Necesita conexiones, la capacidad de proponer soluciones y, sobre todo, necesita construir una confianza estratégica entre sí. De lo contrario, el Sur Global seguirá siendo una mera metáfora que refleja aspiraciones en lugar de poder real.
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